Los
presbíteros locales y sus estrategias de ascenso social en las comunidades
campesinas leonesas del siglo X
Strategies for Upwards
Social Mobility of Local Presbyters in Leonese Peasant Communities during the
Tenth Century
Analía Godoy
Universidad
de Buenos Aires, Argentina
CONICET,
Argentina
Resumen
El presente trabajo busca comprender
el lugar destacado que ocuparon los presbíteros en las villas del territorio de
León durante el siglo X. Se pretende indagar en las estrategias de ascenso
social que estos fueron capaces de movilizar para consolidar o mejorar su
posición social colocándose como élites rurales. El análisis dará cuenta, en
primer lugar, de las prácticas hacia el interior de la comunidad campesina y en
segundo lugar, las prácticas hacia el exterior de la comunidad, a través del
establecimiento de relaciones con las instituciones eclesiásticas superiores
que se estaban consolidando en la región.
Palabras clave: Presbíteros - Élites rurales - Estaretgias de ascenso social -
Comunidades campesinas
Summary
The aim of this paper is to
understand the distinguished position of priests in the villas of León during
the 10th century. We intend to study the strategies for upward mobility that
those priests were able to use in order to consolidate or improve their social
position, placing themselves as a rural elite. The study will focus on the
strategies developed by local priests within the peasant community and the
strategies based on relationships with the superior ecclesiastical institutions
that were consolidating their power in the region.
Keywords: Priests - Rural Elites - Strategies for upwards social mobility -
Peasant Communities
Recibido: 01/03/2016
Aceptado: 16/05/2016
Desde la década de 1980 han aparecido numerosos trabajos que, buscando
revalorizar y resignificar el papel del campesinado en la Alta Edad Media, han
señalado no solamente la complejidad de su estructura social sino también su
capacidad de agencia frente al poder aristocrático. Esta tendencia ha tenido un
notable desarrollo en las últimas décadas, lo que se evidencia en la aparición
de múltiples estudios sobre las élites rurales en la Europa medieval y moderna
(Menant & Jessene, 2007; Bougard, Feller & Le Jan, 2006; Bourin, 2007).
En sintonía con esta corriente, este trabajo se propone analizar el lugar de
los presbíteros como parte de las élites rurales de las villas leonesas del
siglo X. Para esto se analizarán los factores que permitieron a los presbíteros
apuntalar su posición asegurando un ascenso social que se entiende, como lo ha
hecho Laurent Feller, como la posibilidad de pasar de un grupo de estatus hacia
otro. No se trata de franquear la barrera de la aristocracia para insertarse en
sus filas, sino alcanzar o consolidar una posición como élite de la aldea
(Feller, 2015: 112-118).
La preeminencia social de los miembros del clero rural y
su pertenencia a los sectores elevados de las comunidades campesinas han sido advertidas
en diversas investigaciones sobre los espacios rurales altomedievales. En estos
estudios se ha analizado el lugar de este grupo en la comunidad, dando cuenta
de la multiplicidad de factores que apuntalaron su posición social. En el
trabajo de Wendy Davies sobre las plebes bretonas, sin dejar de
señalarse a los priests como “propietarios múltiples”, se advertían las
funciones religiosas y seculares que estos desempeñaban al frente de las
comunidades y que los distinguían del resto de los campesinos libres (Davies,
1988: 99-102). Por su parte, Chris Wickham, en su estudio sobre las comunidades
de la Toscana en la Alta Edad Media, señalaba la importancia que tenía para los
clérigos la fundación de iglesias propias. Estas fundaciones les permitían absorber
propiedades a través de las donaciones que otros campesinos realizaban a la
iglesia a la vez que reforzaban su estatus en la comunidad (Wickham, 1988:
41-45). Otros autores han enfatizado la relación de los clérigos locales con
los poderes externos y el lugar de estos como intermediarios entre las
comunidades locales englobadas y la sociedad englobante. En su exhaustivo
trabajo sobre el mundo franco temprano medieval, Jean Pierre Devroey mencionaba
el lugar de los notables locales, entre los cuales encuentra a los prêtres
paroissiaux, como mediadores “en-grupo” que aseguraban la comunicación
entre las comunidades campesinas y la sociedad englobante (Devroey, 2006:
490-496). Por su parte, Laurent Feller en su estudio sobre las élites rurales
en la Península Itálica durante los siglos IX y X denotaba el alcance de una
posición en la organización eclesiástica o de la posesión de una iglesia para
asegurar la distinción social, al permitir acceder a fuentes de beneficio
material y controlar elementos simbólicos (Feller, 2012).
También en los estudios sobre el norte de la Península
Ibérica en la Alta Edad Media se ha enfatizado el papel de los presbíteros en
las comunidades locales. Algunos estudios han reducido la preeminencia social
de los presbíteros a la mera acumulación patrimonial, independiente de las
funciones religiosas que desempeñasen en la comunidad, un proceso en el cual la
titulación como presbítero reforzaría en el plano ideológico una primacía
económica preexistente (Estepa Diez, 1991: 310; Álvarez Borge, 1996: 32). Este
análisis ha sido complejizado por Iñaki Martín Viso, quien ha mostrado la
relación entre el desempeño de funciones específicas en las comunidades y la
acumulación patrimonial por parte del clero rural (Martín Viso, 2000: 192 y ss.).
Por otra parte, en el trabajo de Wendy Davies dedicado a las donaciones
piadosas en el norte ibérico durante el siglo X se destacaba el lugar de los
presbíteros en estas transferencias, puesto que eran en muchos casos dueños o
tenentes de las iglesias donadas o de las que recibían donaciones, a la vez que
redactaban las actas de donación (Davies, 2007: 46-49 y 97-106). Por su parte,
Dolores Mariño Veiras ha enfatizado el papel de los presbíteros como copistas
de pergaminos y notarios documentales que permitían legitimar y asegurar el
patrimonio señorial (Mariño Veiras, 2002: 155-161). Además, en los últimos
años, los estudios a nivel local están permitiendo iluminar la figura de los
presbíteros en el seno de las comunidades del norte ibérico durante los siglos
de la Alta Edad Media (Carvajal Castro, 2013; Luis Corral, 2015).
A partir de estas lecturas y de la documentación
diplomática proveniente de la región leonesa,1 se pondrá en cuestión aquella
argumentación que restringía la distinción social de los presbíteros a su
patrimonio. Se propone, en cambio, que los presbíteros utilizaron un conjunto
de estrategias para consolidar una posición social destacada en el seno de las
comunidades locales leonesas del siglo X, que no se limitaron a la acumulación
material. El concepto de “estrategias” en la utilización propuesta por Pierre
Bourdieu –como un conjunto de prácticas o acciones ordenadas en procura de
objetivos a largo plazo pero constreñidas por la posición de los sujetos en la
estructura de distribución del capital (Bourdieu, 2001: 31-50) – permite
reconocer la capacidad de acción y de respuesta de los presbíteros notando las
constricciones o potencialidades que el desarrollo de los poderes feudales
suponía. Se retoma, asimismo, el trabajo de Laurent Feller, quien ha
distinguido dos tipos de comportamientos en las élites rurales altomedievales:
por una parte, aquellos desplegados sobre la matriz de fuerzas de la comunidad,
y por otra parte, las prácticas que se apoyan sobre las fuerzas exteriores de
la aldea (Feller, 2003). Se distinguirán, entonces, las estrategias hacia el
interior de la comunidad campesina, entre las que se destacan las funciones
litúrgicas, la influencia social y económica sobre los miembros menores de la
comunidad, cierta formación en la escritura y, finalmente, la acumulación de
bienes agrarios. Por otra parte, se analizarán las estrategias hacia el
exterior de la comunidad, basadas en las relaciones que los presbíteros
establecieron con las instituciones religiosas que consolidaban su poder en la
región de León.
El primer aspecto que distingue a los
presbíteros del resto de la comunidad campesina es su labor en el culto, puesto
que en ausencia de una red de
parroquias que articulase la región, los presbíteros eran las referencias
religiosas más cercanas de la comunidad (Pérez, 2013: 802).2
En un reciente trabajo sobre los clérigos del mundo carolingio Carine Van Rhijn
ha precisado las funciones que estos ejercían en sus comunidades; eran ellos quienes leían las Escrituras, enseñaban las
nociones básicas del cristianismo, bautizaban a los niños, confesaban a los
pecadores y administraban la penitencia, siendo entonces los responsables de
rituales que marcaban los tiempos vitales de las familias (Van Rhijn, 2014:
690; Feller, 2015: 161). Pese a la parquedad de las fuentes al respecto, es
posible encontrar algunos indicios de las funciones litúrgicas que desempeñaban
los presbíteros al frente de la comunidad. Muchos se encargaban de la confesión
y la administración de la penitencia siendo presbiter et confessor,3
a la vez que llevaban adelante los rituales religiosos como parece desprenderse
de la posesión de diversos objetos de culto: cruces, cálices, incensarios,
entre otros.4
Eran ellos quienes oficiaban las celebraciones y se encargaban de la conmemoración
de los muertos, como el presbítero Mavia, quien en la iglesia de Santa Cecilia
en 940 se comprometía a la realización de “XXXª missas uotibas et memoria
cum alios defuntos” de los padres de Hatita y Totadomna a cambio de una
tierra que les había pertenecido.5
A la vez, los presbíteros
controlaban las iglesias rurales, espacios diferenciados con una función
religiosa propia en el territorio de las villas (Portela & Pallares, 1998:
29). El control sobre las iglesias locales ha sido interpretado en el área
castellana como el resultado de una dinámica de acumulación que rompería la
propiedad común de todos los vecinos sobre las mismas (Álvarez Borge, 1987:
150-153). Pero en la región leonesa los datos disponibles no permiten
corroborar este proceso dado que, cuando aparecen documentadas, las iglesias se
encuentran ya bajo el dominio de los presbíteros. En efecto, en los casos en
los que se mencionan referencias que transciendan la idea de fundación “ab
antiquis”, se encuentran menciones a la construcción o reconstrucción de
las iglesias por familias locales e incluso, en algunos casos, en tierras
tomadas por presura. Así, en el año 904, cuando el presbítero Gratón donó al
diácono Gonzalo la iglesia de Santa María en el suburbium de Castro
Monzón, señalaba que esta iglesia había sido destruida por los moros y que él
mismo la habría restaurado.6
También puede señalarse el caso del presbítero Froilán, quien afirmaba haber
construido el monasterio de San Vicente con sus propias manos en una heredad
que él había comprado.7
En este sentido, es conveniente dejar de lado el supuesto proceso de disolución
de la propiedad comunal de las iglesias para indagar, en cambio, en el papel de
las iglesias propias, construidas o bien reconstruidas por los presbíteros y
sus familias como espacios estratégicos en la comunidad (Sánchez Badiola, 1999;
44-46) y centros de concentración patrimonial que les permitían reforzar su
posición social a escala local, un fenómeno que también han notado Chris
Wickham y Laurent Feller en Italia (Wickham, 1988: 44-45; Feller, 2012: 7-10).
El control de las iglesias permitía
a los presbíteros, en algunos casos, acceder a las rentas que estas percibían.
Sobre este tema la información es particularmente fragmentaria, de manera que
no se puede estimar la cuantía de esas rentas sino simplemente señalar que los
presbíteros podrían disponer de ellas como su patrimonio, pudiendo incluso
alienarlas a otros. Este es el caso del presbítero Citayo, quien compró dos
tierras situadas en el territorio de León y por las que entregó in pretio,
in ea sumptus ecclesie Sancte Eugenie junto a una tierra y dos terneros.8
Además, permitía a los presbíteros acceder a bienes agrarios más allá de su
propiedad dado que las iglesias se convirtieron en receptoras de numerosas
donaciones por parte de los miembros de la comunidad. Al respecto, puede
observarse la trayectoria del presbítero Juliano, que estaba al frente de la
iglesia de Santa Juliana de Peñacorada, a la cual donó en el año 974 una
heredad cerca de la propia iglesia, incluyendo las tierras que había heredado
de su padre, dos prados y otros bienes.9 Algunos años después, en 987, Ecta
Aboliz, su mujer y su hermana donaban a la misma iglesia una tierra con sus
acueductos en el territorio de Ceion.10 Finalmente, en el año 996, el
presbítero Juliano donó la iglesia con todas las posesiones y derechos que
había acumulado a lo largo de dos décadas −tierras, viñas, prados, pastos,
acueductos, montes, fuentes, manzanares y el molino− al monasterio de Sahagún.11
Las múltiples donaciones a las iglesias que ellos encabezan permitieron a los
presbíteros disponer durante su vida de un conjunto de bienes agrarios que
reforzaban su poder y su riqueza, aunque no se tratase de un proceso de
concentración definitiva de la propiedad, como se verá.
Los presbíteros también participaban
activamente de la regulación de las relaciones sociales.
Esto se expresa en su participación en la resolución de conflictos y litigios
entre los vecinos, lo que pudo estar asociado a la realización de reuniones y
arreglos judiciales en las iglesias locales, como expresa el acuerdo que en el
año 964 sellaban Bera y Vicente “ad eclessia Sancte
Ingracia” con el propósito de poner fin a un prologado enfrentamiento entre
ambas familias.12
En este litigio, además del juez Materno y el sayón, intervino el presbítero
Ermegildo, actuando como fiador entre los dos hombres y asegurando así el
cumplimiento del acuerdo.13
La profusa actuación de los presbíteros como testigos y confirmantes en
múltiples litigios y acuerdos entre los vecinos de la aldea también puede
interpretarse como un signo de su reconocimiento en la comunidad como
personajes prestigiosos por su sabiduría o virtud a los cuales acudir en un
pleito (Davies, 1988: 155-159; Wickham, 2009: 564).
Además de su actuación como
testigos, confirmantes o fiadores, los presbíteros eran, en muchos casos, los
escribientes de las actas que registraban los litigios. Esto nos permite abordar
un aspecto aún muy poco conocido del período, el de la difusión de la
alfabetización en los ámbitos aldeanos de la Alta Edad Media y su importancia
como factor de distinción social. El papel de
la instrucción para el ascenso social es un fenómeno que ha sido estudiado para
un período posterior, los siglos XIII y XIV, en el marco de una elevación
general del nivel de instrucción de los clérigos y de los laicos debido al
desarrollo de una red de escuelas y universidades y en relación con el
desarrollo económico de estos siglos (Anheim & Menant, 2010). Étienne Anheim y François Menant han señalado el rol preponderante y la posición estratégica que
tenían los clérigos a escala local a partir de una instrucción y unos saberes
específicos (Anheim & Menant, 2010: 353-354). En nuestro período, en un
contexto de creciente importancia de la escritura como elemento de legitimación
de los derechos, que se manifiesta en la multiplicación de diplomas durante el
siglo X, y dados los límites de la alfabetización
entre los laicos, esta posición se encontraría
reforzada porque los presbíteros contaban con una suerte de monopolio en el
dominio de la escritura a nivel local.
En efecto, uno de los fenómenos
característicos de la documentación es que solamente
en los documentos referidos al poder regio se observa la actuación de un
notario, mientras que en los documentos asociados a un
ámbito local la práctica más generalizada es que el documento sea
puesto por escrito por un presbítero, que lo firmaba con su nombre agregando
una referencia como notui, scripsi, titulavi. Ya los editores del Fondo
Documental de Otero de las Dueñas, Marta Herrero de la Fuente y José Fernández
Flores, habían llamado la atención sobre los notarios de la documentación
leonesa altomedieval, generalmente clérigos locales (Herrero de la Fuente &
Fernández Flores, 2004: 651-688). Lejos de los notarios profesionales que
dominaban la escritura canonizada, se trataba de clérigos que podían utilizar
una escritura elemental o de base y que poseerían un nivel cultural de
semialfabetismo (Mendo Carmona, 1994: 227). Esto nos permite retomar la
sugerencia de Anheim y Menant cuando señalaban que la cercanía con la escritura
no era homogénea y coherente y que los conocimientos podían circular por
circuitos más informales que los de la enseñanza escolar (Anheim & Menant,
2010: 344). Los tres diplomas redactados por el presbítero Iohannes y firmados
con su monograma entre 950 y 951 son una aproximación a las prácticas
documentales en un contexto campesino y a este tipo de conocimiento práctico
pero limitado de la escritura. En primer lugar, es probable que conociera
imperfectamente el sistema de idus y calendas del calendario romano, lo que lo
lleva a cometer errores en la datación de dos de los documentos y a consignar la
hora en la que se pusieron por escrito, lo que se suma a los múltiples errores
de ortografía y la rusticidad de la escritura.14
La presencia de los clérigos rurales
como portadores de un conjunto de conocimientos es un problema que comienza a
ser abordado y que implica, como señala Van Rhijn, superar el estereotipo del
clero menor como hombres escasamente letrados y reconocer, en cambio, que
tenían cierta formación relativa a la liturgia y a las Escrituras, lo que se manifiesta
en la posesión y el acceso a diversos libros, en su mayoría, textos litúrgicos
e instructivos para desempeñar su tarea religiosa (Van Rhijn, 2014: 691-9). La
figura de un presbítero local “ilustrado” es sumamente sugerente. Al respecto,
la autora presenta a Otolt, un presbítero de quien se sabe que tenía cinco
libros porque fueron donados al monasterio de Fulda a su muerte (Van Rhijn,
2014). Esto coincide con la situación del norte ibérico, donde se detecta que
los monasterios o iglesias locales fundados por
presbíteros poseían diversos libros. Se trata de un fenómeno limitado pero del
cual dan noticia las actas de donación de las iglesias o monasterios, puesto
que cuando pasaban a depender de una institución superior, los libros se transferían con el resto de las tierras y bienes muebles. De esta manera,
en la donación de la iglesia de San Emiliano al monasterio de Sahagún se
incluyeron un conjunto de libros eclesiásticos entre los que mencionan
antifonarios, manuales, salterios, libros con lecciones sobre las misas, libros
de oraciones, de sentencias y de plegarias.15 Si bien la extensión de los
conocimientos de los presbíteros rurales en el siglo X demanda una investigación
específica, es posible proponer que, lejos de tratarse de casos
aislados, estos conocieran por lo menos parcialmente la lectura, la escritura y
tuvieran ciertos conocimientos necesarios para la liturgia.16
A la vez, uno de los aspectos más
evidentes del perfil de los presbíteros del siglos X es su carácter de
propietarios de múltiples bienes agrarios, que lograban acumular a través de
compras, donaciones y profiliaciones, generalmente en su aldea pero también en
aldeas vecinas. Podían ser procesos de acumulación patrimonial menores, como el
presbítero Braulio, quien en la década de 960 adquirió algunas tierras y
árboles frutales en la zona de Montecillo, en Valdoré.17 O podía tratarse de procesos de
acumulación mayores como el de confesor Vitalis, quien había llevado adelante
una activa política de compras en Zamora que se pone de manifiesto cuando donó
todo su patrimonio al monasterio de Sahagún. Donó una corte junto a la iglesia
de San Emiliano que “comparabi de domno Iusto abba” por cincuenta
sueldos, la mitad de una corte que “conparavi de Zaita” por treinta y
tres sueldos, y viñas que había comprado de Motarraf, de Abamore y de Domingo,
entre otras cuya procedencia no se aclara pero de las que se mencionan sus
términos, lindantes con otros bienes que ya había adquirido.18
Los procesos de acumulación
patrimonial, que incluían bienes agrarios pero también objetos de lujo como los
ajuares de la iglesia, y su lugar al frente de las iglesias locales, que les
permitía controlar las tierras que les eran donadas a estas, colocaban a los
presbíteros en una posición favorable para prestar ayuda económica a los
miembros más débiles de la comunidad campesina, contribuyendo a consolidar su
influencia social y económica. Esto se puede observar a través del citado
presbítero Braulio, quien en el año 964 recibió de parte de
Gogina y sus hijos la mitad de su herencia en un conjunto de árboles frutales
en Montecillo, por un préstamo de cereal que el presbítero había realizado
anteriormente. O bien en el caso del presbítero Monio, quien en el año 978 fue
profiliado por Spanarico,19
incluyéndolo como heredero y otorgándole para después de su muerte la tercera
parte de los bienes que tenía y que pudiera aumentar porque lo había
beneficiado y protegido: “pro que mici bene
facis et modoras de omnes maculas”.20
Ahora bien, la ambigüedad de los
documentos que refieren a un beneficio o a la protección no se reduce a lo
estrictamente económico. Por el contrario, la posición distinguida y
prestigiosa de los presbíteros les permitía actuar ya como mediadores sociales en
el seno de la comunidad, ya como mediadores con los poderes externos,
protegiendo o defendiendo a un miembro de la comunidad. Esto, a la vez,
reforzaba su posición porque quien recibía la ayuda quedaba obligado a
corresponderla, como se observa en el caso de Nanino, quien acudió al
presbítero Melic para que le prestara ayuda en “concilio ubi me tenebant
vinculatum pro iudicium facere” y a cambio de lo cual le entregó una tierra en Villa de Soto.21 La capacidad de los presbíteros de
movilizar sus recursos materiales o simbólicos y su influencia para ayudar o
favorecer a otros miembros de la comunidad les permitía entonces reforzar su
posición social.
Su papel al frente de la liturgia y
los sacramentos, el control de las iglesias rurales, la posesión de ciertos
conocimientos rudimentarios de la lectura y la escritura, la acumulación de
bienes agrarios y de lujo o bien el tejido de relaciones de solidaridad e
intercambio con otros miembros de la comunidad son algunas de las estrategias a
través de las cuales los presbíteros consolidan y reproducen su papel como
élites de las villas leonesas del siglo X.
Los presbíteros, además, establecieron
vínculos con las instituciones eclesiásticas que, a través de la delegación del
mando y las concesiones de inmunidad del poder regio, se estaban consolidando
en la región (Martínez Sopena, 1985: 423-463). Para definir estos vínculos, la
noción de patronazgo es problemática, puesto que, si bien se trataba de
relaciones asimétricas, relativamente voluntarias y mediadas por la circulación
de bienes y servicios materiales y simbólicos en ambas direcciones, no existen
demasiadas precisiones sobre la estabilidad de las mismas en el tiempo
(Gellner, 1985). En algunos casos, pocos pero no desdeñables, los documentos
utilizan el vocabulario del patronazgo para dar cuenta de la relación de los
presbíteros con un monasterio, como el presbítero Citayo, quien en 955 se
reconoce como “humillimus clientulus seruus uester” cuando se entrega
junto con sus bienes al monasterio de San Cosme y San Damián de Abellar.22
La fragmentariedad y el carácter de las fuentes no nos permiten reconstruir
estas relaciones en su integridad puesto que solo se conservan los testimonios
escritos de la transferencia de bienes en uno u otro sentido. No obstante, se
buscará a través de los mismos brindar algunas aproximaciones sobre la
importancia de estos vínculos.
Dentro del vasto movimiento de
transferencia de patrimonio a las instituciones eclesiásticas del que participó
el conjunto de los hombres libres y que ha sido estudiado por Wendy Davies
(Davies, 2007), se destacan las donaciones que realizaron los presbíteros a las
instituciones religiosas leonesas. Se trata, en todos los casos, de donaciones
“pro remedio anime”, es decir que las causas esgrimidas en las
actas refieren a la voluntad de asegurar la salvación del alma de los donantes
y de sus familias. En la historiografía especializada se ha discutido si este
tipo de donaciones pueden ser entendidas como transacciones propias de una
economía del regalo, en la cual se espera a cambio un contradón como el ruego
después de la muerte o el derecho a un enterramiento en el monasterio (White,
1988: 26-27; Davies, 2007:114.) o si, como ha sostenido Anita Guerreau
Jalabert, las donaciones se inscriben en el registro de una “caritas”
generalizada y gratuita en la cual no puede existir la obligación de dar algo a
cambio (Guerreau Jalabert, 2000).
En las donaciones de los presbíteros
abundan las motivaciones piadosas, la salvación de las almas fundamentalmente,
pero también el sustento de los monjes y del monasterio, el hospedaje de los
peregrinos y la limosna a los pobres. Ahora bien, es esperable que las
donaciones supusieran para los presbíteros la creación o consolidación de sus
vínculos con la institución religiosa a la que beneficiaban, incluso si se
entiende el bien material como un elemento secundario que simboliza el amor, la
caritas y materializa la amistad (Guerreau Jalabert, 2000: 56). Esta
relación podía suponer beneficios terrenales antes que puramente espirituales
para los clérigos.
En algunos casos, la donación acompañaba
el retiro de los presbíteros a un monasterio. Este es el caso del presbítero
Julián “abitante in uilla Auctarios”, quien, habiendo anulado las
donaciones previas a otros monasterios debido al comportamiento depravado de
sus religiosos, en el año 954 otorgó al abad Julián y al monasterio de los
Santos Justo y Pastor una heredad y una corte en León porque lo habían recibido
“ut abitassem in ipso monasterio ita et dederunt michi benediccionem”.23
Además de protección, la entrada al monasterio en este período de
descentralización de la Iglesia podía suponer para los presbíteros la
posibilidad de encumbrarse como abades (Mariño Veiras, 2002: 164). Esta es
probablemente la trayectoria del presbítero Citayo, que había adquirido junto
con su hermana Filauria algunas tierras en el territorio de León y,
posteriormente, en el año 955, entró al monasterio de San Cosme y San Damián de
Abellar al que donó la totalidad de sus bienes, tanto lo que había heredado de
sus padres como lo que poseía “de conparacione”, reservando una parte de
estos para que quedaran en manos de su hermana hasta su muerte y luego pasasen
al monasterio.24
Habiendo entrado al monasterio, aparece en 968 como “frater” en compañía
del monje Munio, ambos como representantes del abad para adquirir una viña, y a
partir del año 972, figura como abad del monasterio hasta por lo menos el año
985.25
En otras donaciones, los presbíteros
se reservan el uso y el disfrute de los bienes donados durante su vida a través
de las donaciones “post obitum”, que funcionan en la práctica como
testamentos en favor de las instituciones eclesiásticas. Podían adoptar dos
modalidades: o la entrega de bienes se producía después de la muerte del
donatario o la donación podía hacerse en favor de otros familiares
estableciendo que, a la muerte de estos, el patrimonio pasase al monasterio.
Así se observa a través de la donación de presbítero Elca a sus sobrinos, Juliano
y Olimundo, de la iglesia de San Félix junto con otros bienes agrarios, en la
cual se aclara que sus sobrinos podrían conservar, poseer y disfrutar de este
patrimonio durante sus vidas pero que, después de su muerte, este pasaría al
monasterio de Sahagún.26
Un tipo particular de donaciones
fueron las donaciones de iglesias propias a las instituciones religiosas. Como
ya se ha señalado para otras regiones del norte ibérico, durante los siglos IX y
X no existía una red parroquial establecida, sino que la implantación
eclesiástica se dio a través de un conjunto de iniciativas individuales. En
efecto, durante este período, monarcas, aristócratas, obispos, presbíteros y
otros miembros de las comunidades rurales fundaron iglesias que colmaron el
territorio sin estar encuadradas en una red superior (Calleja Puerta, 2000).
Pero, en el transcurso de los siglos X y XI estas iglesias fueron donadas a
instituciones superiores, monasterios o sedes episcopales, lo que permitió a
estas últimas no solamente reforzar su acumulación patrimonial sino también
conformar una red de control social basada en estas iglesias rurales. En este
proceso, los presbíteros que controlaban iglesias a nivel local cumplieron un
papel fundamental que incidió en su posición social en la comunidad.
En las donaciones de iglesias
propias se observa que estas constituían, en muchos casos, el centro de un
patrimonio familiar y que, conforme se asentaba el poder de una institución en
la región, probablemente se buscara fortalecer la relación con esa institución
a través de su donación a la misma. Este proceso, que ha sido observado en la
donación de la iglesia familiar de San Esteban de Boadilla de Rioseco que
hicieron los hermanos Lubila, Tajón y Gomiz al monasterio de San Clemente de
Melgar (Carvajal Castro, 2015), se observa en la trayectoria de diversas
iglesias propias o familiares. Una de las primeras donaciones de miembros del
clero es la que realizaron en 922 el confesor Ermegildo, el presbítero Donino y
sus frates de la iglesia de San Emiliano y todas sus posesiones al
monasterio de Sahagún, entre las que se incluyeron un conjunto de libros
eclesiásticos y diversos bienes para el culto.27 Es posible que se tratara de un
patrimonio familiar aunque es difícil reconstruir su transmisión.28
A la vez, la confirmación que tres años después de la donación a Sahagún
realizaron Ato y su hijo, el presbítero Esteban, puede ser un indicio de la
importancia del vínculo creado con Sahagún. A pesar de ser “heredes in
hereditate”, antes que reclamar la parte correspondiente en los bienes
donados, confirmaron y renovaron la donación de manera de situarse en los que
pudieran ser los beneficios espirituales o materiales de la relación.
El número de transferencias de
bienes en sentido inverso, esto es, presbíteros que reciben bienes de las
instituciones eclesiásticas, es menor, tanto en número como en importancia de
los bienes otorgados. Por una parte, se encuentran algunas concesiones
episcopales como mecanismo para establecer un conjunto de instituciones
dependientes de la catedral. Este es el caso de los presbíteros Citello y
Revelle a quienes Oveco, el obispo de León, otorgaba en 941 la iglesia de Santa
Eulalia y San Juan Apóstol, situada en el territorio de León con sus
adyacencias, casas, manzanares, molinos, prado y dehesas para que la sirvieran.
A cambio de esta donación, los presbíteros concedieron “in honore” una
escudilla de plata valorada en ocho sueldos y que se complementó, algunos días
después, con la entrega de un “mulello obtimo”.29 Sin embargo, esta iglesia no
permanecería mucho tiempo en manos de la familia de los presbíteros ya que, en
el año 984, los presbíteros Falcón y Álvaro junto con Sescuto Muñoz donaban
esta iglesia al monasterio de Sahagún para después de su muerte.30
Por otro lado, se debe mencionar que
muchos de los presbíteros que concedieron una parte o la totalidad de su
patrimonio a las instituciones superiores obtenían bienes materiales a cambio
de su donación, lo que no puede ser asimilado a la noción de precio. Se trataría, antes bien, de una contraprestación
o contradádiva que, aunque fuese de pequeño valor, hacía irrevocable la
donación, resaltaba su carácter voluntario y le daba publicidad (Moran Martín,
1993: 98). Entre otros casos, es la fórmula que aparece en la donación que
realiza el diácono Sisnando Menéndez de la iglesia de San Vicente al monasterio
de Santa María y Santiago de Valdevimbre, señalando que donaba la mitad de la
iglesia por la salvación de su alma pero que por la otra mitad recibió “in
offercione” veinte sueldos de plata.31
A través de estos procesos que se ha
descripto se puede proponer que, para los presbíteros y sus herederos, la
construcción o el refuerzo de un vínculo con las instituciones religiosas que
estaban ampliando su poder en el territorio de León primaba sobre el
mantenimiento y la ampliación del patrimonio familiar. La parquedad de las
fuentes dificulta discernir cuáles son los bienes o servicios materiales o
simbólicos que los presbíteros obtenían a través de las donaciones más allá de
las menciones a las contraprestaciones o la consignación de otros bienes. Entre
ellos, no se puede menospreciar los servicios religiosos tales como asegurarse
la salvación de las almas a través de los ruegos de los monjes, como lo hacían
los diáconos Álvaro y Aiub en su donación de 959.32
En efecto, la mayoría de los
procesos de acumulación de bienes agrarios que llevaban adelante los
presbíteros –y que se abordan en el apartado anterior− no se estabilizaban en
un patrimonio familiar heredable, sino que tales bienes eran donados por los
mismos presbíteros o por sus descendientes a las instituciones religiosas
superiores. Este proceso se observa con los patrimonios más importantes, como
el del presbítero Sindamiro quien dona en remedio de su alma al monasterio de
Santiago de León una villa en Santa Eufemia con todas sus pertenencias entre
las que se mencionan tres bueyes, veintidós ovejas, nueve cerdos, un caballo
con su freno y silla así como viñas en otras villas.33 Pero también en los patrimonios
menores como el del presbítero Halil, quien había adquirido una tierra y una
suerte en una viña en Valdesogo, bienes que pasaron al monasterio de los Santos
Cosme y Damián de Abellar en el año 994.34
Este trabajo se ha concentrado en la
figura de los presbíteros locales en la región leonesa durante el siglo X,
proponiendo conceptualizarlos como uno de los grupos que componían las élites
rurales a las que se ha referido recientemente la historiografía especializada.
A la vez, el reconocimiento de la capacidad de agencia de estas élites nos ha
llevado a retomar la noción de estrategias de Pierre Bourdieu para identificar
una serie de prácticas y comportamientos que permitieron a los presbíteros
reforzar su posición elevada en la comunidad sin dejar de reconocer las
constricciones estructurales, fundamentalmente el desarrollo de los poderes
señoriales sobre las comunidades campesinas.
Se han analizado, en primer lugar,
las estrategias de los presbíteros dentro de las comunidades campesinas,
aquellas prácticas que implicaban actuar sobre la red de relaciones de los
miembros de la aldea. Entre estas, se han señalado las funciones litúrgicas en
las comunidades rurales como las celebraciones religiosas y la administración
de ciertos sacramentos, el control de las iglesias locales, el dominio de
ciertos conocimientos fundamentalmente prácticos de lectura y escritura, el
establecimiento de vínculos de solidaridad con otros miembros de la comunidad a
través de la ayuda a campesinos en dificultades y, finalmente, los procesos de
acumulación diferenciada de bienes agrarios. En segundo lugar, se han señalado
las prácticas que implicaban la relación con los poderes externos, en este caso
con las instituciones religiosas que se afianzaban en la región. Se trataba de
relaciones establecidas o confirmadas a través de donaciones a estas
instituciones y que podían asegurar para los presbíteros la protección –ya
religiosa, ya material– o el acceso a bienes de los monasterios o las sedes
episcopales.
En este punto se torna necesario
señalar que la distinción entre las estrategias hacia el interior de la
comunidad y a través de las relaciones con las instituciones eclesiásticas es
meramente analítica, pues obedece a dos comportamientos que operan sobre una
red de relaciones diferenciadas. Sin embargo, en la realidad leonesa del siglo
X se encuentran como prácticas de distinción que coexistían y se imbricaban en
el comportamiento de los presbíteros o su grupo familiar. Esto plantea una
cuestión compleja y que en este trabajo se ha abordado solo parcialmente: la
relación dinámica y potencialmente contradictoria entre las prácticas y las
estrategias de ascenso social de los presbíteros locales. La posición destacada
de los presbíteros en las comunidades no puede reducirse a la agregación de
prácticas de distinción. En primer lugar, porque, como se ha puesto de
manifiesto, algunos de estos comportamientos se refuerzan entre sí, como el
control de las iglesias rurales, las funciones litúrgicas y el conocimiento de
la escritura, o bien la acumulación material y las relaciones de solidaridad
con otros miembros de la comunidad. En segundo lugar, considerando que estos
comportamientos pueden resultar contradictorios, el establecimiento de
relaciones con las instituciones eclesiásticas leonesas implicó la
discontinuidad en los procesos de acumulación patrimonial de los presbíteros
durante este siglo. En tal sentido, en este trabajo se ha ofrecido una visión
amplia de las prácticas y los comportamientos que colocaron a los presbíteros
como grupo distinguido de las comunidades, contribuyendo a discutir aquellas
nociones que circunscribían su posición a su acumulación material.
Asimismo, en este trabajo se ha
abordado la relación entre los presbíteros y las instituciones religiosas
focalizando en su incidencia sobre la posición social de los primeros. Se trata
de un recorte parcial del problema puesto que esta relación, si bien favorece
potencialmente a los clérigos, también los constituye como eslabones
fundamentales en el proceso de constitución de los señoríos eclesiásticos en la
región. Se trata de un proceso cuya extensión y complejidad no permite que sea
abordado en profundidad dentro de los límites propuestos para este trabajo,
pero que pone de manifiesto la relevancia que debería tener en los estudios
sobre el proceso de señorialización de la región leonesa el análisis de los
grupos destacados de las comunidades campesinas subordinadas.
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1 Las colecciones diplomáticas que serán las base de nuestro trabajo son:
Mínguez Fernández, J.M., Colección Diplomática del Monasterio de Sahagún
(Siglos IX y X), León, 1976 [En adelante, Sahagún I]; Herrero de la Fuente,
M., Colección diplomática del monasterio de Sahagún (857-1230), II
(1000-1073), León, 1988 [En adelante, Sahagún II]; Fernández Florez, J.A., Herrero de la Fuente, M., Colección documental
del monasterio de Santa María de Otero de las Dueñas I (854-1108) ed.,
León, Caja España de Inversiones y Archivo histórico diocesano de León, 1999
[En adelante, Otero de las Dueñas]; Sáez, E., Colección Documental del
Archivo de la Catedral de León (775- 1230). I (775-952), Colección “Fuentes
y estudios de historia leonesa”, Nº 41, León, Centro de Estudios e
Investigación “San Isidoro”, 1990 [en adelante, Catedral de Leon I]; Sáez, E. y
Sáez, C. Colección Documental del Archivo de la Catedral de León (775- 1230).
II (953-985), Colección “Fuentes y estudios de historia leonesa” [en adelante,
Catedral de León II]; Ruiz Asencio, J. M., Colección Documental del Archivo de
la Catedral de León (775-1230). III (986-1031), León, Centro de Estudios e
Investigación “San Isidoro”, 1990 [en adelante, Catedral de León III].
2 Es necesario aclarar que en este trabajo no se considera la esfera
religiosa como autónoma de las otras esferas de la dinámica social que aquí se
analizan (Guerreau, 1984: 199-241). Antes bien, como se muestra a lo largo de
esta exposición, se trata de planos que están esencialmente imbricados y
coexisten en la figura de los clérigos rurales: la práctica del culto, su
formación cultural ligada a sus tareas litúrgicas, el dominio de las iglesias
rurales que les permiten acceder y reforzar su acumulación material, sus
relaciones con los poderes eclesiásticos externos, su influencia y prestigio
sobre el resto de la comunidad. La referencia a una dimensión religiosa es,
pues, una distinción analítica para ordenar la exposición y analizar diversos
aspectos que coexisten en las prácticas de los clérigos rurales del siglo X.
3 Presbítero Elca, Sahagún I, Doc. 25, 921; Ermegildo, Sahagún I, Doc.
29, 922; Cipriano, Sahagún I Doc. 114, 949; Gaudencio, Sahagún I, Doc. 197,
962; Adolfo, Sahagún I, Doc. 206, 962; Arias, Sahagún I, Doc. 268, 973;
Fernando, Sahagún I, Doc. 259, 999.
4 El presbítero Melic en su testamento lega al monasterio de Sahagún
“cruce argentea, calice argenteo, capsa argentea, lucerna erea”, Sahagún I,
Doc. 168, 959.
5 Catedral de León I, Doc. 137, 940.
6 “kartula donationis de omnia quicquid abere, de quantum ganatum abeo in
suburbio de kastro quod dicitur Monteson, id est: ecclesia uocabulo Sancte
Marie, quod fuit dirupta a paganis et ego, cum Dei iuuamine, restauraui eam”,
Catedral de León I, Doc. 17, 904.
7 “Et construxi ipsum monasterium manibus meis, in hereditate mea
propria, quam habui de comparato”, Sahagún II, Doc. 466, 1046.
8 Catedral de León I, Doc. 210, 950.
9 Sahagún I, Doc. 274, 974.
10 Sahagún I, Doc.
338, 987.
11 Sahagún I, Doc.
350, 996.
12 Otero de las
Dueñas, Doc. 4, 946.
13 “in colatione de
nostros omines ad Eclesia Sante Ingracia”, Otero de las Dueñas, Doc. 4, 946.
14 Catedral de León
I, Doc. 226; Doc. 234, 951; Doc. 237, 951.
15 “antifonarium, comicum,
manuale in duobus corporibus divisum, salterio cum canticis et imnis ordinum,
libellis aliis de cotidiano officio cum lectionibus vel missas, orarum,
sententiarum, precum”, Sahagún I, Doc. 29, 922.
16 En la donación
que hace Ordoño I de la Iglesia de Santa Eulalia a la Catedral de León en el
año 860 incluye los libros de la misma, Catedral de León I, Doc. 2, 860; en la
donación que Guidifredo realiza al monasterio de Piasca en el año 966 incluye
“duos libros comicum et antifonarium” Sahagún I, Doc. 242, 966. Así también los
presbíteros Florencio y Galeve donan en 1035, “omnes
libros” que poseían Sahagún II, Doc. 442, 1035; también Ectauita y su mujer,
Islavara donan en 1060 el monaterio de San Cipriano de Villacreces con todas
sus posesiones entre los que mencionan “I°
libro ordino” Sahagún II, Doc. 610, 1060.
17 Otero de las
Dueñas, Doc. 13, 963; Otero de las Dueñas, Doc 15, 964; Otero de la Dueñas,
Doc. 16, 964.
18 Sahagún I, Doc.
258, 970.
19 La profiliación
consistía en un mecanismo jurídico que suponía la admisión de un extraño en el
seno de la familia en calidad de hijo para que recibiera la parte
correspondiente en la herencia.
20 “Et uindimus et
dedimus uobis ipsos furctuarios in orem pro ipsa ceuaria quem mizi prestatit”,
Otero de las Dueñas, Doc. 14, 964; “ut faceremus tibi cartula
perfiliacionis uel donacionis de omnem nostrum canatum, quantum abuimus uel
canare potuerimus, ut post ouitum nostrum tercia porcione possideas, pro que
mici bene facis et modoras de omnes maculas”, Catedral
de León II, Doc. 455, 978.
21 “ipsa terra ab integritate vobis vendimus. Pro quo prebuisti michi
adiutorium in concilio ubi me tenebant vinculatum pro iudicium facere”, Sahagún
I, Doc. 133, 951.
22 Catedral de León
II, Doc. 288, 955. En otras donaciones en las cuales los religiosos son
nombrados como “clientulus” son: el Confesor Constancio, Catedral de Leon I,
Doc. 187, 944; Riquilo cuando se entrega al monasterio de Abellar aparece
nombrada como “clientula”, Catedral de León II, Doc. 293, 955; Catedral de León
II, Doc. 346, 961.
23 Catedral de León
II, Doc. 278, 954. Doc. 279, 954. En la misma situación estuvo el presbítero
Floridio, quien entregó sus bienes para vivir con los monjes del monasterio de
San Vicente y Santa Marina en Coyanza, Catedral de León I, Doc. 121, 937. En
efecto, el documento refiere que los monjes vivan con el presbítero:
“contestatum est pro remedio anime mèè et post parte de fratres qui ibidem ad
deseruiendum uenerint post parte de sanctos, in uita nostra abeant et laborent
et uiuant nobiscum, et post obitum nostrum abeant et laborent firmiter,
perhenniter, fratres qui ibidem ad deseruiendum uenerint usque ad prefinitum
tempus, et usque in perpetuum et in finem istius seculi” Sin embargo, se retoma
la interpretación de los editores del fondo documental de la Catedral de León,
quienes han afirmado que se trata de un error del copista o del escribiente y
quien viviría el resto de su vida con los monjes sería el presbítero Floridio.
24 Compras:
catedral de León I, Doc. 210, 950; Doc. 219, 950. Donación: Catedral de León
II, Doc. 288, 955.
25 Catedral de León
II, Doc. 408, 968; Doc. 417; 972; Doc. 419, 972; Doc. 440, 975; Doc. 452, 977;
Doc. 509, 985; Doc. 510 [985].
26 “ed propria mici
accessit volumtas ut concederem vobis omnia mea causa, id est, eglesia Sancti
Felici, terras, pratos, ortos vel omnia quantum iuri meo vindicavi in vestra
potestate1 cunctis vite vestre diebus possidendum tradidi aveatis, teneatis vel
vindecetis cunctis diebus vite vestre. Nam vero post ovitum vestrum nullum
ordi[na]mus qui ibidem potestatem abeat nisi post partem de Domnos Sanctos, et
qui ibidem servientes fuerint in atrio Domni Facundi et Primitibi licentiam
abeant inde facere quod voluerint, vendere vel vindicare in illorum sit
potestate atamen vos supradictos subrinos Iulianus et Olimundus”, Sahagún I,
Doc. 25, 932.
27 “Ego Ermegildus
confessor et omnibus fratribus meis, id sunt, Argernirus. Mehemutus, Donninus
presbiter, Iulianus, Ferrus et Vistia pari mente, eqali voto pro remedio
animarum nostrarum (…) In primis eglesie vocabulo Sancti Emiliani cum suis omnibus
adiacentiis, id sunt, terminis constitutis agros vero per circuitum ad liquido
ter(ras cunctas); in baica confinio Sancti Felicis IIIIor agros; et alio agro
iuxta Villam de Mauzos; alteros enim IIIIor agros erga fontem de Escapa;
eglesie Sancte Marie cum suo agro, casas III et orreo uno. Hec homnia que gratanter in loco suprataxato obtulimus (vos et) abba qui
ibidem modo preest vel alioprefuerit ut habeant, possideant et quiquid inde
facere voluerint libera permaneat facultate”, Sahagún I, Doc. 29, 922.
28 En 922 el
presbítero Donino afirma que era poseedor de la iglesia por parte de su abuela
Gotecia y el hijo de esta, el presbítero Galindo, quienes la poseyeron en su
vida y luego de su muerte la asignaron a Donino, Sahagún I, Doc. 30, 922. Pero,
en otro documento de 925 Ato y Esteban afirman ser herederos junto al
presbítero Ermegildo, Donino y otros cincos “fratibus” por parte de sus tíos,
el presbítero Indura y Amores. Sin bien es posible que estos últimos fueran
hermanos de Galindo y todos hijos de Gotecia no se puede afirmarlo con
seguridad, Sahagún I, Doc. 32, 925.
29 “de loco sancto sagro qui est in territorio legionense cuius vocabulo
(nomina) tum est Sancte Eulalie hic et Sancti Iohanis apostoli sicut et fecimus
ab omni integritate cum suis exitis et adiacensis sibe dextris, kasas,
pomiferis, pasquis, molinis, pratis, defensis adque (eius) concessum que ad eam
contine(tur) ad parte patrocinio eglesie sit serbituram. Ita ut ex presenti die
abeatis de nostro dominio iurique vestro sit possidendum seu defendendum
concessum perenniter abiturum”, Sahagún I, Doc. 78, 941.
30 Sahagún I, Doc.
321, 984.
31 “Obinde placuit
nobis, bone pacis uolencie, ut, pro remedium anime nostre, ut inde ante Deum
Saluatorem merces nobis adueniad cumulum, testamus ibidem medietatem de ipsa
ècclesia, et pro illa alia medietate accepimus de uos, in offercione, argentum
solidos XXti”, Catedral de León I, Doc. 231, 951.
32 “ei concedimus
potestate quicquic inde facere voluerit; et sic concedimus ut participes effici
mereamur in eorum oratui quod Domino dignanter valebunt oferre”, Sahagún I,
Doc. 165, 959.
33 Catedral de León
III, Doc. 555, 993.
34 Catedral de León
II, Doc. 370, 963; Doc. 396, 966; Catedral de León III, Doc. 566, 994.