El debate sobre el “Imperio angevino”. Usos de la categoría “imperio”
para el período 1154-1224
The Debate on the “Angevin Empire”. Uses of the Concept of “Empire” for the
Period of 1154-1224
María Paula Rey
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Universidad del Salvador, Argentina
Resumen:
Desde que en 1887 Kate Norgate titulara uno
de los capítulos de su England under the Angevin Kings, “The Angevin Empire”, la categoría de “Imperio angevino” o su equivalente “Imperio Plantagenet” para describir el conglomerado de territorios bajo autoridad de
Enrique II y sus herederos se consolidó
entre los historiadores. Si bien
su uso se ha convertido en
algo frecuente, ha generado
debates en relación al uso
de “imperio” como concepto analítico para analizar el conjunto de territorios bajo dominio angevino. En el
presente artículo delinearemos brevemente los
contornos de este debate a partir del análisis de algunos trabajos clave con el objetivo de mostrar cómo la idea de un
“imperio angevino” ha movilizado distintas interpretaciones
para el período y cómo
estas se vinculan con
diferentes formas de comprender el
concepto.
Palabras clave: Imperio
– Angevino - Historiografía
-Historia conceptual
Summary:
Since she
publication of Kate Norgate’s book England under
the Angevin Kings in 1887, she idea of an ‘Angevin’ or ‘Plantagenet empire’ –where ‘empire’ is used to
describe the aggregate of lands under she authority of Henry II and his heirs–
has been consolidated as the dominant among historians. Although this idea has
become widely used, it has not been exempt from critiques and debates, which
discuss the multiple senses underlying the concept of ‘empire’. In this article
we will outline this debate through an analysis of a few key works, in order to
show how the idea of an “Angevin Empire” has
mobilized different interpretations of the realities of the period, and how
these different interpretations are connected to different ways of
understanding the concept of ‘empire’.
Keywords: Empire – Angevin – Historiography - History
of Concepts
Recibido: 01/04/2017
Aceptado: 06/07/2017
En las últimas décadas los estudios sobre el concepto
de “imperio” y los imperios históricos han recuperado la atención de
disciplinas como la historia, la sociología, el derecho, la teoría política y
las relaciones internacionales. El interés actual por el trabajo crítico sobre
este concepto y la red conceptual a su alrededor –imperialismo, colonia,
colonialismo, territorio, frontera, Estado, etc.–, responde a un interés por
repensar, entre otras cosas, el marco del Estado-nación como totalidad de
referencia y debatir sobre las dificultades conceptuales para comprender y
definir realidades políticas, económicas y sociales actuales caracterizadas por
la flexibilización de las fronteras jurídicas y territoriales, el fenómeno de
la globalización económica y cultural y la democratización de la circulación de
la información (Leonhard, 2013: 1-4; Beaud, 2015: 1-2; Madeline, 2014: 18).
Si bien los estudios sobre imperios
históricos nunca han estado ausentes dentro del campo de la historiografía (cf.
Folz, 1969; Duverger, 1980), los últimos veinte años han sido testigos de la
revitalización de los enfoques con una fuerte impronta crítico-teórica que
intenta trabajar el concepto sin la carga peyorativa que había adquirido sobre
todo durante la década del ‘60 (Madeline, 2014: 18). Actualmente predominan
nuevas perspectivas semántico-conceptuales que buscan dar cuenta de las transformaciones
del concepto en el tiempo o reconstruir la idea de “imperio” en casos y
momentos particulares (cf.: Muldoon, 1999; Howe, 2002; Burbank y Cooper, 2010;
Leonhard, 2013).
Este interés renovado en los
estudios imperiales y en la semántica de este concepto ha tenido impacto en el
campo de estudios medievales. En el caso particular que nos interesa, el del
llamado “Imperio angevino”, los recientes trabajos de Martin Aurell (2012),
Fanny Madeline (2014), y los esfuerzos de investigación del grupo “The Angevin
Network” dan testimonio de esta voluntad de revisar las interpretaciones sobre
el mundo angevino y, en particular, repensar el debate sobre su
conceptualización como “imperio”.1
Este debate, profundizado sobre todo a partir de los años ‘60, ha dividido al
campo entre aquellos que buscan una justificación al uso del término y aquellos
que niegan su fecundidad o denuncian su anacronismo.
En el presente trabajo delinearemos
los contornos de este debate sobre el uso del concepto “imperio” para pensar
los dominios angevinos, intentado mostrar cómo diferentes formas de comprender
esta categoría han movilizado distintas miradas sobre el período. Centraremos
nuestro análisis en aquellos historiadores que, desde la década del ‘60, han
reconocido e intervenido de forma explícita en el debate, a partir de la
hipótesis de que la ambigüedad de las fuentes y el intento de utilización de un
concepto semánticamente polisémico como “imperio” para nombrar esa compleja
totalidad político-territorial constituyen en gran medida el núcleo del debate.
La dificultad
de la definición
Como concepto, “imperio” tiene una larga y compleja
trayectoria semántica (Muldoon, 1999: vi). Su polisemia deriva de la cantidad
de casos históricos que –autorreferencialmente o no– han sido definidos de esa
forma y de las dificultades metodológicas de su utilización como categoría
analítica (Leonhard, 2013: 4-5). Como señala Fanny Madeline (2007: 216),
En fonction des
ensembles socioculturels et des périodes, l’empire peut prendre le sens de
souveraineté, de pouvoir de commandement, de forme unique ou spatialement
limitée de gouvernement, voire symboliser l’ordre du monde. La polysémie du
terme, qui varie en fonction de l’espace et du temps, a été l’un des problèmes
majeurs auxquels se sont confrontés historiens et politistes […] Enfin, le
problème posé par l’empire aux historiens, mais aussi aux politistes et aux
juristes, a été celui de sa définition comme catégorie d’analyse des systèmes
politiques dépassant le cadre territorial de l’État.
En el caso del “Imperio angevino”, el problema de la
conceptualización del término “imperio” se encuentra presente fundamentalmente
entre aquellos historiadores que lo utilizan para definir o proponer un modelo
explicativo de la estructura político-territorial y la relación entre las
partes componentes de los dominios de la dinastía angevina. Esta semántica
dominante de “imperio” vinculada a la idea de sistema político o de orden
(Madeline, 2007: 218), contrasta con la ausencia explícita de una
autorreferencialidad en las fuentes. Como afirma
Ralph Turner (1995: 82),
Henry and his two sons had no name for the block of lands they ruled.
Their seals bore the inscription Rex Anglorum, Dux
Normannorum et Aquitanorum et comes Andegavorum,
and they never imposed a common coinage bearing their portraits. They never
called their body of possessions an ‘empire’ for the
only one that they recognized was the Roman Empire and its successors in the
east and the west.
Los escasos ejemplos en los que la voz imperium
aparece en las fuentes del período ilustran una semántica del concepto
vinculada fundamentalmente al sentido de autoridad o mando (Madeline, 2007:
217). Tal es el caso, por citar el ejemplo más conocido, del pasaje del Dialogus
de Sccacario, en el que su autor, Richard FitzNeal, afirma que Enrique II
“extendió su imperium a lo largo y a lo ancho con sus triunfos”.2
De esta manera, incluso aquellos
autores que han defendido la idea de la existencia de un “Imperio angevino”
reconocen en las fuentes una ausencia del término como expresión de una
totalidad político-territorial (Gillingham, 2001: 2-4 y 2016: 202), algo que
constituye el argumento casi siempre central de aquellos que cuestionan su uso
(Warren, 1973: 228-229; West: 1999: 222; Fryde, 2001: 113). Como afirma John Gillingham (2001: 2),
Although for some 50 years (1154-1204), the Angevin
Empire was the dominant polity in Western Europe, there was, so far as we know,
no contemporary name for this assemblage of territories. When anyone wanted to
refer to them there were only clumsy circumlocutions available –for example,
the ‘our kingdom and everything subject to our rule wherever it may be’ used by
Henry II, or one of his chancery clerks, in a letter to Frederick Barbarossa in
1157.
De esta manera, si aceptamos el silencio de las
fuentes, el problema se traslada a la definición de “imperio” aplicada o a los
presupuestos que este concepto moviliza en el análisis de cada historiador. En
algunos casos, como señala Francis West, el problema radica en la tendencia a
aceptar el término “imperio” o sus semejantes semánticos como algo evidente:
Some of the confusion among medieval historians is self-inflicted, but
some of it derives from the usages of imperial and colonial historians who have
assumed that the words ‘empire’ and ‘colony’ are concrete, self-evident terms,
while discussing at length the variant meanings of their abstract forms,
‘imperialism’ and ‘colonialism’. Those with a taste of irony may marvel that
medieval historians, who are wary of the term ‘feudalism’, should so readily
import imperialism and colonialism into their discourse. (West: 1999, 226)
“Imperio” ha sido utilizado, sobre todo a partir de los
años ‘60, como la herramienta semántica que permite traducir diferentes (y
muchas veces divergentes) interpretaciones del mundo angevino. Los
historiadores apelan a este término movilizando elementos teóricos subyacentes
a diferentes formas de comprender el concepto que pocas veces son explicitados
–poder centralizador, centro-periferia, homogeneidad-heterogeneidad, hegemonía,
dominio directo o indirecto, entre otros–, lo que imposibilita un marco común a
partir del cual situar el debate. Compartimos en este punto la observación de
Francis West (1999: 225-22) sobre un caso similar:
Clearly, the medieval historians who have used the colonial analogy have
not been consistent, either in their meaning or in the models of empire and
imperialism, colony and colonialism. Where Le Patourel
borrowed a juridical definition from political science, and Holt one from
sociology, Bates, Golding and O’Brien employ the terms of current political
usage, while Bartlett, although he does not name it, uses the concept of
informal empire which was first introduced by C.R. Fay in 1940. None of them
discusses analogy as a valid type of explanation, nor
the extensive literature on the meaning and use of models in the social
sciences. None of them agrees on the meaning of the terms used […].
Actualmente, si bien, como señalamos en la
introducción y como veremos a continuación, hay propuestas que intentan
reformular el debate en el sentido de una revisión y precisión de las
categorías en uso,3 el empleo de “imperio” parece
responder hoy a la carencia de un término más adecuado o alternativo. Como reconoce Michael Clanchy (2014:
105): “for lack of any better term to describe this distinctive but passing
phenomenon, the ‘Angevin Empire’ stands as a
necessary historical convenience rather than a precise twelfth-century
reality”.
“Imperio
angevino”: un problema historiográfico
“Imperio angevino”, o también “imperio Plantagenet”,
son denominaciones hoy asentadas en lo que podríamos llamar el “sentido común”
de cierta historiografía, tanto anglosajona como francesa, para describir el
conjunto de territorios bajo dominio de Enrique II y sus herederos.4
La expresión, que constituye un neologismo historiográfico, aparece por primera
vez en la obra de Kate Norgate, England under the Angevin Kings,
publicada en 1887. Allí, a través de la idea de un “Imperio angevino”, la
autora vinculaba el destino de Inglaterra a partir de 1154 a la política
expansionista de la casa de Anjou. De esta manera, en su trabajo se enfatizaba
la articulación entre una dimensión insular y una continental desde el reinado
de Enrique II, producto de la combinación de una voluntad expansionista con una
política –a veces azarosa‒ de herencia y alianzas matrimoniales. Así, el
dominio angevino sobre Inglaterra constituía parte de un proceso expansivo que
la dinastía oriunda del condado de Anjou había emprendido entre los siglos XI y
XII. El imperio angevino era en sus orígenes, para esta autora, un imperio
continental:
Henry certainly never at any time contemplated making his continental
empire a mere dependency of the English Crown. It was distinctly an Angevin empire, with its centre in the spot where an Angevin count had been promised of old that the sway of his
descendants should spread to the ends of the earth (…) While what may be called
the English thread in the somewhat tangled skein of Henry’s life runs smoothly
uneventfully on from the year 1175 to the ends, it is this Angevin
thread which forms the clue to the political and personal, as distinguished
from the social and constitutional interest of all the remaining years of his
reign. And from this interest, although its centre is at Angers, England is not
excluded. For the whole continental relations of Henry were coloured by his
position as an English king; and the whole foreign relations of England, from
his day to our own, have been coloured by the fact that her second King Henry
was also head of the Angevin house when that house
was at the height of its continental power and glory. (Norgate, 1887b: 186-187).5
La idea de la existencia de un “Imperio angevino”
conoció un éxito notable en la historiografía posterior. Autores fundamentales
del campo, como Frederick M. Powicke (1913), Charles Petit Dutaillis (1936
[1933]), Austin L. Poole (1951) y Jacques Boussard (1956), contribuyeron a
convertir esta figura en parte de un vocabulario fundamental inherente a los
estudios sobre el tema.
Esto no supuso, sin embargo, que la
historiografía dotara a la idea de un “Imperio angevino” de un sentido unívoco,
y los historiadores que han apelado a ella no han filiado siempre su
interpretación a la de Kate Norgate. De esta manera, el hecho de que exista un
debate en torno a la precisión de la idea y a la pertinencia de su uso pone de
manifiesto que detrás de esta expresión se dirimen diferentes interpretaciones
e hipótesis que dan cuenta de la dificultad de definir una totalidad para la
cual las fuentes medievales no proveen una terminología específica: la
expresión “imperio angevino” deviene de esta forma una especie de axioma que
opera, en su aceptación, matices o rechazo, como un instrumento para describir
y comprender aquello que “no tenía nombre”.6
Las décadas de 1960 y 1970
constituyeron el punto de inflexión clave en los debates sobre el concepto de
“imperio”, como consecuencia del nuevo interés por explorar teórica e
históricamente el fenómeno imperial y colonial (Madeline, 2014: 16; Chibnall,
1999: 115). En este contexto, la propuesta de John Le Patourel dio un impulso
fundamental al debate sobre el “Imperio angevino”. En un trabajo publicado
originalmente en 1965, Le Patourel postulaba la idea de la existencia de
“imperios feudales” dinástico-territoriales en el área francesa, construidos
sobre las antiguas estructuras de gobierno carolingias (1965: 290). Allí afirmaba
utilizar el término “imperio” en su sentido general, como un conjunto de
tierras o dominios bajo control de un mismo gobernante (1965: 289), cuya
característica era la concentración de poder vinculado a una lógica dinástica y
familiar (Chibnall, 1999: 117). Esta premisa lo llevaba a afirmar, en el mismo
trabajo, la idea del “Imperio angevino” como un “imperio de imperios”, como una
estructura que, a partir de 1154, había absorbido otros dos imperios feudales:
el anglonormando y Aquitania (1965: 294). Sin embargo, este “imperio de
imperios” contrastaba con sus antecedentes, particularmente con el
anglonormando, ya que en este caso Le Patourel (1965: 290) constataba la
existencia de una administración unificada y una integración cultural
inexistente en la red de dominios angevinos.7
Los estudios sobre el fenómeno
imperial mostraron además, durante los ‘60 y ‘70, la tendencia a comprender la
naturaleza de un imperio a partir del estudio de su formación, declive o
desaparición (Madeline, 2014: 16). Como afirma Madeline (2014: 16-17), en el
caso de los estudios angevinos,
[…] alors que la
nature de “l’empire” des Plantagenêts a longtemps été
expliquée en termes moreaux, une interprétation plus structurelle de
l’effondrement de l’empire est avancée par des historiens des années 60,
auxquels s’opposent les tenants d’une interprétation plus conjoncturelle, voire
accidentelle. Pour les premiers, c’est parce qu’il n’était pas
“structurellement” un empire que l’espace politique des Plantagenêts
ne pouvait pas durer. Pour les secondes, cet espace avait tout pour devenir un
empire durable s’il n’avait succombé aux aléas de l’histoire.
Los trabajos de Warren Hollister y Keefe (1973) y
Bachrach (1978) son representativos en este sentido. Los primeros, en su
artículo titulado “The making of the Angevin Empire”, postulaban el
interrogante de si el “Imperio angevino” era el resultado de un accidente o de
una sucesión de factores azarosos o si, por el contrario, constituía un diseño
político. Planteándose la posibilidad de la segunda opción, Warren Hollister y
Keefe creían necesario identificar al “arquitecto” de ese diseño imperial
(1973: 1), y concluían que el verdadero creador de ese imperio, que tenía su génesis
entre 1152 y 1156, era Enrique II (1973: 20-21), quien, de la misma manera que
sus herederos, consideraba su “trans-Channel state as a viable unit”
(1973: 3). Bernard Bachrach (1978: 295-297), algunos años después, recuperaba
el argumento de estos autores para revisarlo y afirmar, casi en un gesto de
retorno a las raíces del planteo de Kate Norgate, que la voluntad expansionista
que había engendrado la idea de “imperio” debía buscarse en Anjou y no en
Inglaterra, tan temprano como en el siglo X:
If it is illuminating to view an empire as an agglomeration of diverse
lands and rights connected through marriage, inheritance, and other means for
the purpose of enhancing the political interests of a family and directed by
the head of that family, then clearly the Angevins
were in the business of empire building for some two centuries before Henry II
became count [...] The Angevin idea of empire was a
broadly conceived, flexible, and multifaceted network of family connections. (Bachrach,
1978: 298).
En una conferencia pronunciada en 1975 ante la
Academia Británica, Sir James Holt (1976) planteaba el debate en términos
similares, pero su conclusión era diferente. Holt reconocía en los reyes
angevinos la voluntad de haber impulsado el desarrollo de sistemas centralizados
de gobierno en Inglaterra y Normandía, pero era explícito al afirmar que eso no
permitía pensar en un fenómeno extensivo a todos los dominios de la dinastía.
Para este historiador, la actividad de la corte itinerante del rey no
constituía una política o programa de trabajo, sino que respondía a una demanda
que emergía al calor de necesidades específicas (1976: 231). Desde su
perspectiva, las condiciones para el desarrollo de una rutina gubernamental
centralizada no estaban dadas, y la administración de los dominios dependía, la
mayor parte de las veces, de la actividad cotidiana de magistrados locales al
servicio del rey (1976: 230-232 y 243). Su conclusión era que
The Plantagenet dominions were not designed as an
‘empire’, as a great centralized administrative structure, which was
ultimately broken down by rebellion and French attack. On the contrary, these
lands were simply cobbled together. They were founded, and continued to
survive, on an unholy combination of princely greed and genealogical accident.
Henry II and his sons imposed some centralized control, some kind of common
pattern, but they did so by improvisation rather than premeditated design, for
none of the Plantagenets intended their dominions to
continue as a single estate [...] Neither Henry nor Richard was inspired by a
concept of a single united dominion. Each grabbed the whole for himself. Each was ready to divide it subsequently. Accident played
a big part. (1976: 239-241)
En 1984, John Gillingham (2001: 2-3) publicaba The
Angevin Empire, apostando con radicalidad al uso del término como
herramienta para contrarrestar miradas historiográficas nacionalistas o
ancladas en perspectivas localistas. En este trabajo, en el cual recuperaba la
teoría de los imperios feudales de Le Patourel, Gillingham establecía su
argumento planteando un eje analítico alrededor de la pregunta por la
existencia de una voluntad de homogeneización del espacio y de un proyecto
centralizador de la dinastía angevina (cf. Madeline, 2014: 17). En la introducción,
el autor afirmaba utilizar “imperio” en el sentido “cotidiano” –como hiciera Le
Patourel en 1965–: “[…] in ordinary English usage ‘empire’ can mean nothing
more specific than an extensive territory, especially an aggregate of many
states, ruled over by a single ruler” (2001: 3).8
La definición de imperio aparece como algo evidente que, sin embargo, revela un
sentido más específico a lo largo del trabajo. Gillingham consideraba que la
existencia de un “Imperio angevino” debía vincularse a los intereses familiares
inmediatos de la dinastía oriunda de Anjou (2001: 116), que habían conducido al
desarrollo de tenues tendencias hacia una uniformización de prácticas legales y
administrativas como respuesta a coyunturas específicas, y no necesariamente
como producto de un proyecto coherente. Sin embargo, uno de sus argumentos
centrales señalaba el desarrollo de intereses económicos vinculados al comercio
urbano que habían presionado en dirección a la conservación de esa “conexión
imperial”, una variable interesante y poco explorada dentro del debate (2001:
65-66).9 La principal conclusión de
Gillingham (2001: 19) era que, durante su breve existencia, lo que otorgó
unidad al “Imperio angevino” fue la dinastía gobernante y sus intereses. Esto,
vinculado a las prácticas de herencia y a la falta de una política imperial
gestada con voluntad de largo plazo, habría condenado al “Imperio angevino” a
una vida efímera desde sus orígenes.
En este caso, su hipótesis de que la
unidad del imperio radicaba en la familia gobernante no se deriva,
necesariamente, de la definición “cotidiana” propuesta al comienzo y muchas de
sus conclusiones, como la de la ausencia de una intención coherente de
uniformización o de conservación de una unidad, podrían ser argumentos, al
contrario, para afirmar la no existencia de un “imperio”. Sin embargo, en un
trabajo más reciente (2016), Gillingham reconocía la necesidad de hacer
explícita su idea de imperio y recuperaba la definición dada por Stephen Howe
(2002):
The fact that contemporaries only rarely referred to this assemblage of
lands as an empire has the very considerable advantage of forcing us to make
explicit the criteria by which we employ the term “empire”. Stephen Howe’s
basic definition is useful: ‘[A] large political body which
rules over territories outside its original borders. It has a core territory
whose inhabitants usually continue to form the dominant ethnic group, and an
extensive periphery of dominated areas, usually acquired by conquest, but
sometimes, especially in the medieval world, expansion comes about by the
intermarriage of ruling families from previously independent states [...] It
was typically believed that the dominant core people were clearly culturally
superior to the politically subordinate, peripheral ones’. On this definition,
Henry II and his sons ruled an empire. (Gillingham,
2016: 2002).
A partir de esta definición, Gillingham (2016:
202-203) planteaba que podía considerar como “centro” de este imperio los
territorios heredados por Enrique II (Anjou, Maine, Touraine, Inglaterra y
Normandía) y los adquiridos a través del matrimonio con Leonor (la región del
norte de Aquitania, Poitou). La periferia, por otro lado, estaría conformada
por las regiones del sur de Aquitania, Bretaña, Irlanda, Gales y Escocia a
partir de 1174.
Ya en 1995, en un trabajo titulado
“The Problem of Survival for the Angevin Empire: Henry II’s and his sons’
vision versus late twelfth century realities”, Ralph Turner había propuesto una
reinterpretación del concepto de “imperio” aplicado al caso angevino similar a
la más reciente de Gillingham. En este trabajo, Turner (1995: 78) comenzaba
afirmando que el problema que enfrentaban Enrique II y sus herederos era el de
crear entre sus distintos dominios territoriales una entidad política coherente
donde las noblezas locales estuvieran vinculadas a la dinastía Plantagenet por
lazos de lealtad. El autor reconoce que, a pesar del uso habitual del término
“imperio”, es difícil encontrar evidencia de una doctrina imperial o una idea
de unidad permanente en las fuentes (1995: 81-82). Esto lo lleva a aceptar la
posibilidad de que Enrique II no tuviera más ambición que aceptar la existencia
de sus territorios como unidades políticas distintas, lo que explicaría la
falta de imposición de leyes uniformes o instituciones comunes en sus dominios
al sur de Normandía.
Lejos de negar la utilidad de un
concepto como “imperio”, Turner (1995: 78-79) proponía una comprensión del
“Imperio angevino” como un imperio hegemónico más que territorial, constatando,
a través de la referencia a otros especialistas, que el objeto de la mayoría de
los imperios premodernos no era la ocupación y administración directa por parte
de los conquistadores, sino la explotación indirecta a través de líderes
locales. A pesar de reconocer las limitaciones de un modelo de este tipo
aplicado normativamente al caso angevino, sobre todo en relación con la
indefinición de ese núcleo central de administración ‒que Gillingham sí
reconocía en la corte itinerante del rey (2001), modelo luego profundizado por
Martin Aurell (2012)‒, Turner (1995: 79) aceptaba que el eje geográfico del
imperio era el patrimonio de los condes de Anjou en el valle del río Loira,
aunque su base económica fuera el reino anglonormando. Turner (1995: 93)
adscribía, entonces, a un modelo imperial indirecto o hegemónico, donde no
existía una voluntad explícita de uniformización ni una cultura o mito común.
Tanto en el último trabajo de
Gillingham (2016: 203) como en el de Turner recién citado, es perceptible la
influencia del viraje de los últimos años, en los cuales los estudios sobre
imperios históricos han abandonando las perspectivas estructuralistas que
habían predominado en las décadas anteriores, hacia interpretaciones que
indagan sobre las representaciones, la autopercepción y la cultura política
(Madeline, 2014: 17).
La obra de Martin Aurell, que ha
tenido un impacto fundamental en el campo, es testimonio de estas nuevas
perspectivas. En su extenso trabajo El Imperio Plantagenet, publicado
originalmente en francés en 2004, y traducido luego al inglés y al español,
Aurell indagaba en las formas de imposición del poder real angevino a través de
un análisis de las estructuras de gobierno, la ideología y la propaganda real y
las coyunturas conflictivas que ponían de manifiesto los límites de esta
imposición.10 En el caso de Aurell, quien
dedicaba un extenso estudio introductorio sobre la problemática del término
“imperio” aplicado al caso angevino, su defensa del uso del concepto aparece
fundamentada como estrategia de combate contra aquellas perspectivas
historiográficas nacionalistas, en una propuesta que, en un sentido similar al
ensayado por Gillingham, recuperaba el término como mecanismo analítico para
poder repensar una totalidad que involucraba ambos lados del Canal de la Mancha
y que tenía la ventaja de trascender las miradas historiográficas ancladas en
la dimensión de los Estados nacionales como marco de referencia (Aurell, 2012:
407-408; Gillingham, 2001: 2-3). A pesar de que Aurell no definía su idea de
“imperio” de forma normativa, la lectura de su trabajo muestra una
interpretación de la totalidad angevina que encierra la idea de una voluntad
homogeneizadora en términos ideológicos. En su uso de “Imperio Plantagenet”
parece subyacer la idea de la formación de un poder estatal superior articulado
primitivamente en la corte, con un rudimentario sistema “burocrático” (Aurell,
2012: 95 y 99) desde donde emanaban las decisiones y se gestaba una
“superestructura ideológica en rápida evolución” (2012: 40 y 49). La riqueza
del trabajo de Aurell radica en identificar el centro de este “imperio” en la
corte, a partir de la cual Enrique II tenía como objetivo articular sus
territorios en torno a un gobierno unitario y una ideología común (2012: 80).
Por otra parte, su afirmación de la “modernidad” del sistema de gobierno
Plantagenet (2012: 95), de la existencia de un primitivo sistema “burocrático”
en gestación en el siglo XII (2012: 95 y 99) o de la presencia de mecanismos
“de un Estado en el que los vínculos clientelares seguían siendo importantes”
(2012: 101), ponen de manifiesto la idea de que este “Imperio Plantagenet”
constituía un “estado embrionario” (2012: 117). Este proceso derivaba en un
conflicto necesario con la nobleza, a cuyas expensas ese Estado se conformaba.11
Estas dificultades derivadas de la
complejidad semántica de un término como “imperio” son perceptibles también,
como puede verse en el citado trabajo de James Holt, en aquellos historiadores
que han cuestionado su uso o han propuesto términos alternativos. Como bien
señala Aurell (2012: 19), “los autores que se oponen a la expresión ‘Imperio
Plantagenet’ destacan que las características propias de los grandes imperios
no se hallan en la construcción política de Enrique II y de sus hijos […]”,
poniendo en evidencia que entre tales autores también opera una idea de lo que
un “imperio” es –o debería ser–, aunque la mayor parte de las veces no lo hagan
explícito.
Las observaciones hechas por W.
Lewis Warren (1973) en su obra biográfica sobre Enrique II constituyen un
primer ejemplo de esto. En dicho trabajo Warren objetaba la idea de “imperio”
señalando la falta de voluntad de Enrique II por garantizar la herencia
unificada de los territorios y por lo tanto la supervivencia en el tiempo de
sus dominios. En este sentido, Warren proponía abandonar la noción de
“imperio”, entendido como una unidad política administrativamente homogénea,
por la de “commonwealth”, que denotaba un conjunto de dominios unidos por lazos
dinásticos y juramentos de tipo feudal, una “federación” de estados
clientelares cuyo único eje articulador era el rey y su corte:
Historians have often used the phrase ‘the Angevin
empire’, and in doing so have implied that Henry’s various dominions were
welded together into a unity which bears comparison with the build-up of lesser
‘feudal empires’ by earlier provincial rulers […] But such an implication
cannot be sustained […] There were five quite separate provincial
administrations for England, Normandy, greater Anjou and Aquitaine. Though
reforms begun in one might be passed to another there is no sign of any attempt
to unify them. […] so far as the ‘empire’ can be said
to have had any unity at all, it was a unity which rested solely in Henry’s
peripatetic court and household […] In reality […] ‘Henry’s
empire’ was no more than a loose confederation of client states. In his mature
conception (c. 1184) it was to be a ‘commonwealth’ of seven internally
self-governing dominions linked merely by dynastic ties and oath-taking […]” (Warren, 1973:
228-230).
Warren (1973: 237) señala, asimismo, la ausencia de
una voluntad de conquista expansionista en la estrategia de Enrique II para
garantizar los recursos que permitieran sostener sus vastos dominios. En todo
caso, el éxito de Enrique estaba vinculado al control efectivo de su principal
fuente de recursos, Inglaterra.
Dentro del ámbito historiográfico
francés, el coloquio de Historia Medieval sostenido en Fontevraud en 1984 fue
decisivo para la discusión historiográfica del problema. En las conclusiones de
dicho coloquio, Robert Henri Bautier cuestionaba no solo la idea de un “Imperio
Plantagenet” –recordemos que en la tradición francesa “Plantagenet” se impone a
“angevino”– sino también otras, como la de un “Estado angevino” o la de una
“civilización Plantagenet”. Bautier fundamentaba sus conclusiones en los
resultados de las investigaciones presentadas en el coloquio, las cuales a
grandes rasgos señalaban la inexistencia de una unidad política o de una
voluntad real centralizadora. A esta constatación,
Bautier (1986: 143) agregaba
que la noción de centralización
política era absolutamente extraña a la época: “Comme j’ai tenté de le démontrer ailleurs, la
notion de politique centralisatrice était totalement étrangère aux conceptions
des hommes de cette époque”. Si bien podían percibirse paralelismos a nivel
administrativo en algunas regiones de los dominios angevinos ‒particularmente
en el caso de Inglaterra y Normandía‒, esta estructura estaba compuesta en gran
parte por hombres de la nobleza local que administraban en nombre de su señor o
rey: este “imperio” no era otra cosa que una yuxtaposición de entidades
feudales articuladas por lazos familiares y relaciones de lealtad (Bautier, 1986: 139-140). El “provincialismo” del “Imperio
angevino” era perceptible para Bautier en el plano económico, donde los intercambios
interregionales eran escasos y donde no existía una moneda común –exceptuando
parcialmente otra vez, sobre todo después de 1184, Normandía e Inglaterra‒
(1986: 140). Por último, a nivel religioso, los trabajos presentados en el
coloquio mostraban para este autor una fuerte regionalización y la falta de una
política coherente de los angevinos hacia los establecimientos religiosos en
las distintas áreas de sus dominios.
A excepción del caso anglonormando
(1986: 146), la ausencia de integración o de voluntad de centralización u
homogeneización de aspectos administrativos, religiosos y económicos no
permitía, para Bautier, hablar de un “imperio” o incluso de una “civilización”
Plantagenet. Frente a esto, proponía definir los dominios angevinos como un
“espacio” sin lazos orgánicos y sin rasgos culturales distintivos, sostenido
por lazos matrimoniales y por los caprichos del azar:
Un ‹‹État››
Angevin, non. Un espace Plantagenêt, qui aurait pu s’étendre beaucoup plus loin
encore, vers le royaume de France, vers l’Empire, vers les espaces
méditerranéens, mais sans plus fondement, grâce à la politique matrimoniale de
Henri II […] Pour être relativement plus ramassée territorialement, la
domination de Henri II se sera, au fond, exercée sur un conglomérat de terres,
un espace sans liens organiques et sans autre communauté culturelle que celle
qui à cette époque réunissait dans une même civilisation toute l’Europe
occidentale. (Bautier, 1986: 147)
Actualmente, como señalamos en la introducción a este
trabajo, los especialistas del campo han encarado, motivados por la
proliferación de una vasta producción teórica sobre el concepto de imperio, una
revisión de este término para el caso angevino. Como afirma Fanny Madeline,
desde la década de los ‘90, y sobre todo a partir del nuevo milenio, el término
“imperio” se ha emancipado progresivamente de las connotaciones negativas que
arrastraba como consecuencia, entre otras cosas, de los procesos de
descolonización. Hoy, las reticencias a su uso dan lugar a la implementación de
un término que vehiculiza una forma de comprensión sociopolítica alternativa al
modelo de Estado-nación (Madeline, 2014: 18).
En los trabajos de Fanny Madeline,
especialmente en su tesis doctoral publicada por la Universidad de Rennes en
2014, este esfuerzo que señalamos por establecer teóricamente los límites de la
noción de “imperio” aplicada al caso angevino es perceptible y resulta en un
trabajo teórica e históricamente enriquecedor. En su tesis, Madeline indaga
sobre la materialidad del dominio angevino en el proceso de construcción de un
territorio político, destacando la forma en que su estrategia de gobierno
ilustra el fenómeno de renacimiento y politización de las relaciones de poder a
partir del siglo XII (2014: 20-21). El eje de trabajo de Madeline se vincula a
la noción de “espacio” y al proceso de territorialización del poder,
entendiendo este fenómeno de construcción territorial como la capacidad de un
grupo de adquirir conciencia del espacio que ocupa y de investirlo políticamente
a través del desarrollo de nuevos lenguajes, como el administrativo o el propio
de la corte, o de la reutilización de lenguajes, como el del derecho (2014:
20). Es en relación al proceso de reintroducción de un “poder público”, de la
emergencia de una conceptualización de la soberanía real y de una nueva
necesidad de control de un espacio que ya no responde a la lógica de
principados territoriales feudales, que Madeline recupera el término “imperio”:
La réalité de la
souveraineté royale impliquait en effet la possession d’une puissance plénière
(plenitudo potestatis)
qui conférait au roi une autorité territoriale semblable à l’imperium
des empereurs romains, ce qui justifiait l’expression selon laquelle le roi
était empereur en son royaume. La définition de la souveraineté constitue alors
un enjeu central dans les débats qui opposent les papes aux empereurs au milieu
du XIIe siècle, puis aux rois occidentaux à partir de 1200. Mais alors que le
concept d’imperium se déploie dans la théorie politique, quelle réalité
‹‹de terrain›› recouvrait l’usage de ce terme, non pas d’un point de vue
performatif ‒puisqu’il n’est pas utilisé directement par les Plantagenêts‒ mais à travers l’évolution des rapports de
pouvoir et notamment des rapports à l’espace du pouvoir ? Cette réalité
est celle de l’apparition de nouveaux modes de gouvernement centrés sur la
nécessité du contrôle d’un espace qui n’est plus celui des principautés
territoriales auxquels étaient habitués les princes du siècle précédent, mais
d’un espace qui s’est étendu, élargi, et sur lequel, il convient d’imposer
uniformément la potestas regis. Plus encore que le contrôle des lieux qui
caractérise le pouvoir féodal, c’est le contrôle d’un territoire délimité dans
lequel peut se projeter l’institution monarchique, qui fait émerger, dans la
pratique, la souveraineté du pouvoir (Madeline, 2014 : 21).
Conclusión
A partir de esta descripción de los principales
aportes al debate sobre el “Imperio angevino”, podemos observar de qué manera
los especialistas, han movilizado en distintos momentos interpretaciones
diferentes, han destacado aspectos distintos inherentes al concepto de
“imperio” o han identificado núcleos problemáticos disímiles, todos bajo el uso
de un mismo término. De esta manera, vimos cómo “imperio” puede ser apropiado o
rechazado desde una dimensión político-territorial (Madeline, 2014; Bautier,
1986), desde perspectivas que consideran condición de existencia de un imperio
la voluntad expansionista, de centralización o el sostenimiento en el tiempo
(Warren y Hollister, 1973; Bachrach, 1978; Turner, 1995), desde criterios que
establecen la homogeneidad administrativa o la existencia de un núcleo de poder
explícito (Gillingham, 2001; Aurell, 2012), o desde la relación jerárquica entre
un centro y una periferia (Turner, 1995; Warren, 1973).
Como señalamos en la introducción y
a lo largo del texto, desde nuestro punto de vista el silencio de las fuentes
ha llevado a la aplicación de un concepto como “imperio”, polisémico y
complejo, como categoría analítica para suplir esa ausencia, pero ha sido
escasamente acompañado de una reflexión sobre la polisemia o los implícitos del
término. El uso de este concepto como categoría analítica precisa, a nuestro
entender, del esfuerzo por trabajar en la elucidación de sus componentes, como
han ensayado autores como Ralph Turner (1995) y Fanny Madeline (2014), y no de
la negación o en la ignorancia de su complejidad semántica, como parecen ser
los casos de Le Patourel (1965) y la obra más temprana de Gillingham (2001). No
se trata de algo subsidiario, ya que la falta de una precisión terminológica o
conceptual supone muchas veces la importación acrítica de modelos o
definiciones formulados en abstracto o elaborados en (o para) contextos
históricos muy diferentes.
Por ello, aceptar la polisemia e
identificar los muchos sentidos que vehiculiza un concepto como “imperio” nos
parece un paso fundamental, de la misma manera que el lenguaje de las fuentes
no debe ser subestimado en aras de modelos de interpretación generales. Adoptar
una posición metodológica crítica en relación a las categorías en uso y
reconocer la alteridad de los fenómenos bajo análisis puede contribuir a
reformular y dinamizar el debate en torno al “imperio angevino”. Se trata, como
afirma Stephen Church, de dialogar y de hacer un trabajo interdisciplinario que
tome en cuenta la producción teórica sobre el concepto de “imperio”, así como
también de trabajar incorporando perspectivas sobre imperios históricos que
excedan al mundo angevino.12 El trabajo atento sobre la
semántica de “imperio” permitirá elaborar una comprensión con la conciencia de
los implícitos políticos o teóricos del concepto, evitando hacer traslados
normativos o inocentes al objeto, y revisar de esta forma la utilidad o no de
su aplicación.
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1Esta red de especialistas denominada “The Angevin Network” lleva adelante el proyecto, radicado en la
Universidad de East Anglia, “New interpretations of the Angevin
World”, que se ha propuesto
revisar el concepto de “imperio” en su relación al período angevino, mediante la colaboración de un grupo interdisciplinario de investigadores
(cf. https://www.uea.ac.uk/angevin-world).
2 “Hic
enim rex licet ‘attauis regibus editus’ fuerit et per
longa terrarum spatia triumphali victoria suum dilatauerit imperium, maius
tamen est quod prodigum in se fame titulum strenius actibus superauit”, cf. Dialogus de
Sccacario (1983). Natalie Fryde
interpreta imperium en este contexto en el sentido de mando (2001: 113); de
la misma manera lo interpreta Gillingham (2001: 4).
3 Cf. el trabajo de Stephen
Church en la presentación del proyecto
“New Interpretations on the Angevin World”, https://www.uea.ac.uk/angevin-world/feature-of-the-month
4 Este “imperio”, en el momento de su apogeo
(c.1180), se extendía desde
el norte de las Islas Británicas hasta el sur de Francia. Articulaba un conjunto de dominios
y tierras heredados o adquiridos por Enrique II y transmitidos a sus hijos, Ricardo I y Juan I: partes
de Escocia, Irlanda y
Gales, Inglaterra, Normandía, Anjou y
Aquitania. En términos generales,
en el uso historiográfico
de los términos, “Plantagenet” suele
prevalecer en los estudios franceses sobre el período, mientras que la tradición historiográfica de habla inglesa se inclina por el uso de “angevino”. Cf. Gillingham (2001:
3). Como señala Martin Aurell
(2012: 25-26): “[…] nuestros colegas
ingleses prefieren la expresión ‘Imperio angevino’, fórmula acuñada en 1887 por Kate Norgate y reutilizada en el título de los libros de James H.
Ramsay (1903) y John Gillingham (2001). Esta vieja variante
tiene la ventaja de conectar los dominios del rey de Inglaterra con la casa de
Anjou y, de esta manera, poner un mayor énfasis
en el linaje continental y el carácter
familiar de su gobierno. El
adjetivo ‘angevino’, además, está completamente
libre del etnocentrismo británico, ya que
hacía hincapié en el origen extranjero
de la dinastía gobernante
en Inglaterra”.
5 En una reseña
contemporánea a la publicación
de los dos volúmenes de Kate Norgate, Edward Freeman (1887: 775) señalaba
este énfasis en la dimensión continental del enfoque
de la autora, reconociendo su exhaustivo conocimiento
de la historia de Anjou, pero
señalando algunos límites a su comprensión
de la situación específicamente
inglesa. Por este motivo, el historiador se hacía eco de otra crítica contemporánea
en la que se señalaba a la obra como una
historia de la casa de Anjou más
que una historia
de Inglaterra bajo los reyes angevinos. Freeman afirmaba: “She is always at her very best in Anjou and the
other lands of the counts of Anjou; she is not, as a rule, at her very best in
England, neither is she at her very best in Aquitaine” (1887: 775). En relación a la idea de un
“Imperio angevino”, la reseña de Freeman resaltaba, además, la novedad de la denominación –y ciertos reparos al respecto-: “[…] It is
more serious when Miss Norgate is led away by the
very recent fashions of the newspapers to talk about the ‘Angevin
empire’” (1887: 776), a lo que agregaba:
“Miss Norgate
had been pointing out the twofold position of Henry II, insular and
continental. He had no thought of
making England a dependency of Anjou. He strove to ‘make England a strong and
independent national state, with its vassal states, Scotland, Wales, and
Ireland, standing around it as dependent allies.’ That is to say, he would be,
like his predecessors, totius
Britanniae et omnium circumjacentium insularum
Imperator et Basileus.
It is odd that Miss Norgate did not see that it was
to this insular dominion, the supremacy of a Βασιλεύς over many ῥῆγες, not to the continental
dominion in every inch of which he had a lord over him, that the Imperial style
belongs; but this fault of expression does not alter the depth and truth of the
sayings that follow” (1887: 778). Freeman hace referencia aquí al período anglosajón, cuando los términos imperium,
imperator y basileus fueron utilizados para designar la supremacía de un rey o Bretwalda sobre reinos menores o sobre amplias regiones
de las Islas Británicas (al
respecto, cf: Armitage, 2004: 28-29; Muldoon, 1999:54-55; Fanning, 1991;
y Yorke, 1990: 19 y 157-158).
6 La expresión es de John Gillingham (2001:2).
7En 1976 Le Patourel publicó uno de sus trabajos más
importantes, The Norman Empire, en el cual buscaba describir
a través del uso de la idea
de “imperio” la relación
entre Normandía e Inglaterra
luego de la conquista
(1066) hasta el advenimiento de los angevinos (1154). Desde su perspectiva, esta articulación dinástico-territorial constituía una unidad política
compleja pero coherente que englobaba
dos dominios y que hundía sus raíces
en la lógica expansionista
de las dinastías gobernantes de estos “imperios feudales”. A partir de allí, el término “imperio” ha sido utilizado de forma corriente para describir, de la misma manera que en el caso angevino, al dominio de la dinastía normanda a partir de la conquista de Inglaterra (Bates,
2013: 1; Russo, 2016: 159). Una respuesta
crítica a este trabajo de Le Patourel fue dada por David Bates (1989), cf. Le Patourel
(1984: IX 1-17). Para una perspectiva
más amplia sobre el debate en torno a la
idea de “imperio” en el caso
de los estudios anglonormandos,
cf. Chibnall (1999: 115-124);
Bates (2013: 1-27) y Russo (2016).
8 Fanny Madeleine (2014: 16) sostiene
que la intención de Gillingham de recuperar
el concepto constituía una reacción a perspectivas que exacerbaban la idea de la “heterogeneidad
feudal”: “L’hétérogénéité ‘féodale’ de cet espace ainsi que son effondrement
précoce, au bout de cinquante ans, ont ainsi été les principaux arguments des
historiens qui ont refusé de considérer que l’espace politique dominé par Henri
II et ses fils constituait à proprement parler un ‘empire’. Cette position
historiographique est également marquée par le refus d’utiliser un terme trop
culturellement daté et idéologiquement connoté pour pouvoir appréhender la
réalité médiévale. Cependant, selon John Gillingham, il s’agit d’une vision
conservatrice et erronée non seulement parce qu’elle part d’une définition
anachronique et ethnocentrique de l’empire, mais aussi parce qu’elle déforme la
réalité, ne prenant pas en compte l’illusion documentaire produite par la
disparité des sources”.
9 Turner (1995: 91)
afirma que la interpretación de Gillingham tanto como
la de Le Patourel trascendían
la idea del “Imperio” como
un simple agregado de territorios,
planteándola como un imperio marítimo con voluntad de sostenerse en el tiempo.
10 El ámbito historiográfico francés ha visto la aparición, en las últimas dos décadas, de muchos estudios cuyos ejes de trabajo son las representaciones, la cultura política angevina, la ideología y la
propaganda –uno de cuyos ejes es el trabajo
de la leyenda artúrica. Cf. Chauou (2001) y Aurell
(2003).
11Aurell afirmaba que “en el siglo XII, el incremento del poder real a
menudo se producía a expensas
de la nobleza, cuya cultura era esencialmente guerrera. A partir de este momento, se hizo inevitable un enfrentamiento
entre el Estado embrionario, que
era el único que podía utilizar la violencia de modo legítimo, y la aristocracia, cuyo comportamiento era con frecuencia brutal” (2012: 117).
12 Véase el ya citado estudio
de presentación del proyecto
“New Intepretations of the Angevin
World”, en https://www.uea.ac.uk/angevin-world/feature-of-the-month, p. 8