Identidades en conflicto: notas sobre la utilización
temprana del factor étnico en
al-Andalus (siglos VIII-X)
Conflicting Identities: a Note on the
Early Use of Ethnicity in al-Andalus (8th-10th centuries)
Resumen
Entre las problemáticas que presenta al investigador la
historia de al- Andalus ha ganado terreno, en los últimos años, el estudio de
las identidades en juego en la región surgidas y/o reconfiguradas a partir del
desembarco árabe-beréber en 711. Una serie de trabajos sobre este particular
abogan por interpretar este proceso en términos de etnogénesis y consideran que
en la conformación de una nueva identidad local habrían jugado un papel
preponderante elementos importados, como los patrones de organización tribal y la
arabización e islamización de un porcentaje relevante de la población. El estudio de crónicas tempranas permite comprobar efectivamente la
importancia del componente étnico. Sin embargo, la documentación también
da cuenta de las tensiones acaecidas en un contexto en
el que la necesidad de integrar a nuevos miembros a la comunidad musulmana se
contraponía a la tradicional exigencia de mantener un linaje tribal ilustre. En
este marco, el propósito será analizar el status
ambiguo que tanto los colectivos nativos como sectores de conquistadores observaron,
así como las acciones que protagonizaron para negociar su lugar en tanto
congregaciones identificables durante la conquista y en los siglos
inmediatamente posteriores.
Palabras clave: Identidad - Etnia - al Andalus - Islam
Summary
Among the challenges faced by the historians committed
to the history of al-Andalus, the study of the identities the population
assumed since the Arab- Berber landing in the peninsula (711) gained particular
attention in recent years. A number of essays on this particular issue
understand this process in terms of ethnogenesis, reserving a preponderant role
to foreign elements such as the tribal patterns brought by the newcomers, and
the Arabization and Islamization of a significant percentage of the population.
In effect, the analysis of early chronicles validates the importance of the
ethnic component in defining identities. However, the documentation also shows
that the use of this element triggered tensions between the need to integrate
new members to the Muslim community and the traditional requirement to keep an
illustrious tribal lineage. In this context, the aim of this article will be to
explore the ambiguous status that both communities, the natives and conquerors,
experienced, as well as the actions they carried out to negotiate their place
as recognizable groups during the conquest and in the following centuries.
Keywords: Identity - Ethnics - al
Andalus - Islam
Recibido: 29/04/2019
Aceptado: 29/09/2019
Los problemas concernientes
a la identidad y los varios tipos de identificación cultivados por los
habitantes de al-Andalus constituyen una problemática que, en los últimos años,
ha sido abordada con mayor frecuencia por parte de la historiografía
especializada.
A grandes rasgos,
podría trazarse un arco de interpretaciones que abarca desde los enfoques con
componentes nacionalistas propios del siglo XIX y primera mitad del XX; hasta
las formulaciones realizadas a partir de la segunda mitad del siglo XX y el
temprano siglo XXI, comprometidas en el estudio de las interacciones entre
comunidades en el marco de una sociedad definida como multicultural.
En los últimos años, el
debate se enriqueció gracias al aporte de investigaciones interesadas en el rol
jugado por el factor étnico, los alcances explicativos del concepto de
etnogénesis, la construcción de una particular identidad andalusí y los
elementos, locales o extranjeros, que pudieron nutrirla; entendiendo que este
proceso también incluyó escenarios de conflictividad que involucraron a sus
protagonistas en ejercicios de selección, asimilación y/o rechazo en el marco
de una dinámica de formación y transformación permanente de sus identidades.
En este contexto, el
objetivo del presente trabajo será observar críticamente el uso que del factor
étnico realizaron una serie de cronistas entre los siglos VIII y XI,
identificados tanto con sectores nativos como extranjeros, así como sus
alcances a la hora de perfilar congregaciones individualizadas. La selección de
la documentación obedece a la intención de indagar en las manifestaciones
identitarias más cercanas al momento de la llegada de los contingentes
árabes-beréberes a la península, cuando la percepción de un nosotros y
un otros dio lugar a conceptualizaciones no exentas de ambigüedad. Parte
del corpus es, además, contemporáneo a los intentos realizados por el poder
político emiral y califal en pos de cohesionar a su comunidad de súbditos. Este
dato impone establecer un límite temporal al estudio en el siglo X, momento en
que, para una mayoría de académicos, la evolución política andalusí determina
que el factor étnico pierda protagonismo.
El factor étnico
en los estudios medievales
Como primer paso, un
breve recorrido historiográfico por el desarrollo y uso de los conceptos que se
articulan alrededor de lo étnico, la etnogénesis y sus derivados permitirá
familiarizarse con las premisas teóricas con las que se abordan cuestiones
particulares de la historia andalusí. La selección de trabajos a examinar se
centrará en aquellas obras y autores que han realizado los aportes de mayor
impacto, ya sea que provengan de las filas del medievalismo o hayan sido
incorporados por los académicos de este campo.
Entre las obras más
tempranas sobre este particular se encuentra el artículo escrito por Émile
Durkheim y Marcel Mauss a inicios del siglo XX. Allí, los autores afirmaban que
la tendencia de los hombres a la clasificación (de objetos, personas, sucesos,
etc.), era un ejercicio necesario para volver inteligible su realidad. Entendían
que, además, esta acción implicaba la disposición de lo ordenado de acuerdo a
relaciones de subordinación, equilibrio, inclusión-exclusión, etc. También
juzgaron que estas acciones de clasificación y jerarquización supieron
aplicarse de manera temprana a los grupos humanos, siendo las nociones de etnia
y etnicidad una de las primeras formas de tipificación (Durkheim y Mauss,
1903).
Décadas más tarde, el
concepto de etnicidad recibió tratamiento por parte de Max Weber, cuyos
trabajos supieron ser las bases teóricas para estudios posteriores. En su
ensayo de 1922, Weber rechazó el paradigma del concepto de raza, que implicaba
la existencia de una comunidad fija y delimitada por la sangre, y propuso su
reemplazo por la noción de etnicidad, un elemento esencialmente subjetivo y
construido en base a las experiencias de los individuos (Weber, 1996).
Al término de la
Segunda Guerra Mundial el interés creciente por esta cuestión dio lugar a tres
enfoques o interpretaciones sobre el particular: las corrientes primordialista,
instrumentalista y transaccionista. Mientras las dos primeras no se prolongaron
en el campo del medievalismo, la tercera sí fue muy influyente.1
Los transaccionistas
abogan por comprender a los grupos étnicos en tanto unidades de adscripción en
las que los lazos sociales y los límites impuestos respecto a otros
aseguran la persistencia del propio grupo. Su principal exponente, Fredrik
Barth, sostiene que, antes que el contenido cultural, son los lazos sociales
propios de una comunidad los elementos que merecen ser objeto de estudio ya que
son aquellos los que habilitan que el grupo se perpetúe (Barth, 1976). En su
esquema, la conservación de colectivos étnicos requiere tanto de señales de
identificación, como también de estructuras de interacción que permitan la
persistencia de las diferencias culturales, de un conjunto de reglas que
regulen sus encuentros y de sanciones que prohíban determinados contactos. Por
todo ello, Barth aconseja redirigir el estudio del mero análisis de las
características internas de un colectivo a los límites impuestos entre
conjuntos étnicos (Barth, 1976: 11).
Como se advirtió, estos
desarrollos teóricos tuvieron impacto en el campo de los estudios medievales.
Entre 1950 y 1960, destacan las obras de un primer conjunto de investigadores
identificados con la denominada Escuela de Viena. Uno de sus principales
exponentes, Reinhard Wenskus, acuñó el término de etnogénesis en tanto
categoría que le permitía explicar el origen étnico de los pueblos germanos
(Wenskus, 1961). En sus análisis, la etnogénesis fue concebida como el proceso
de creación o formación de un pueblo y aplicada al estudio de la conformación
de las estirpes germanas durante el período de las migraciones. Su discípulo Herwig
Wolfram también hizo uso de esta noción considerando fundamental prestar
atención a las formas de identificación de las estirpes regias, portadoras de
un nombre y guardianas de las tradiciones, en torno a las que se habrían
aglutinado los linajes menores, factores que comprendió bajo la categoría de Traditionskern
(Wolfram, 1997).
En ambos autores la
etnogénesis se propone como un proceso eminentemente político, centrando sus
análisis en el rol de las elites guerreras. Sus propuestas fueron significativas
para estudios posteriores. Autores como Patrick J. Geary y Walter Pohl
reevaluaron la cuestión a partir de elaboraciones propias. Así, en sus
investigaciones sobre la etnogénesis germánica, Geary concluye que la
identidad étnica era un “constructo situacional”, es decir una identificación
cambiante dependiente de las afiliaciones coyunturales que un individuo podía
ostentar (Geary, 1983). Pohl, por su parte, abogó por el estudio de la
identidad étnica entendiéndola como un proceso antes que una unidad,
advirtiendo que sus componentes se reproducen y definen constantemente (Pohl,
1994).
Richard Bartlett
recuerda que es factible rastrear los orígenes del concepto de etnia en
períodos antiguos y medievales. Retomando las categorías propuestas por Regino
de Prüm en el siglo X, Bartlett advierte que para los intelectuales de la época
las “naciones” diferían según su descendencia, sus costumbres, su lengua y su
ley; reservándose al concepto de descendencia (germen de formas modernas de
racismo) un rol menor. De hecho, eran los tres elementos restantes (costumbre,
lengua y ley) los que distinguían a los grupos étnicos; factores que,
precisamente, se presentan como elementos cambiantes (Bartlett, 1996: 127).
En lo que respecta al
campo específico de estudios ibéricos, si bien las discusiones sobre
problemáticas relativas a la identidad no eran una novedad, la segunda mitad
del siglo XX fue testigo de la publicación de trabajos que incorporaron nuevas
propuestas teóricas provenientes de la antropología y la sociología histórica.
Uno de los estudios más tempranos, deudor de la obra de Barth, se debe a Thomas
F. Glick y Oriol Pi-Sunyer quienes acreditaron el peso que tuvieron las
estructuras de interacción y creación de límites entre grupos humanos a la hora
de comprender las relaciones intercomunitarias en la península (Glick y
Pi-Sunyer, 1969: 140).
Pero, sin duda, el
trabajo más influyente correspondió a Pierre Guichard. Su tesis, imprescindible
para los estudios sobre la cuestión, gravitó alrededor de su particular
definición de “estructura social” en tanto elemento distintivo de un colectivo
(Guichard, 1976). Por estructura social Guichard entendió la naturaleza de la
organización social, las estructuras de parentesco y el lugar de la mujer, tres
marcadores que habrían tenido directa incidencia en la categorización y
percepción de lo étnico. A partir de esta premisa, Guichard afirma que, entre
los siglos VIII y X, habrían cohabitado en al-Andalus dos sociedades
yuxtapuestas: una de tipo oriental y de rasgos tribales (conformada por árabes
y beréberes) y otra de tipo occidental (nativos), respondiendo ambas a una
identificación étnica antes que religiosa.
La tesis de Guichard
fue continuada por numerosos académicos. Miquel Barceló, por ejemplo, no solo
asume la preponderancia de lo étnico hasta el siglo XIII; sino que dota al
concepto de un nuevo contenido al asegurar que el hecho tribal se define como
el elemento determinante para comprender la organización de los asentamientos
campesinos andalusíes y sus formas de trabajo (Barceló, 1990: 106-109).
Esta última tesis, que
propone el predominio de los patrones importados por árabes y beréberes, se
observa también en María Jesús Viguera Molins que supone que en 711 inicia un
proceso particular por el cual las estructuras tribales de árabes y beréberes,
así como su organización estatal, se impondrán de manera veloz en los
territorios peninsulares en detrimento de los patrones de organización propios
de los visigodos y sus posibles desarrollos feudales (Viguera Molins, 1998:
24). Una opinión similar es sostenida por Ann Christy, que concluye que un
temprano proceso de etnogénesis visigoda se habría visto afectado por la
conquista islámica en 711. A partir de entonces, los colectivos de población
nativa y los recién llegados árabes y beréberes establecieron relaciones que se
caracterizaron por los intercambios y/o la imposición de patrones de
organización, la asimilación de nuevas pautas y/o la transformación de otras en
un proceso en donde se destacó la utilización del componente étnico como
marcador identitario y dispositivo fundamental para establecer límites a los
contactos (Christys, 2003).
Pero, así como la obra
de Guichard contó con continuadores, en los últimos años también surgieron
trabajos que pusieron en cuestión el alcance de su tesis.
Entre quienes optaron
por objetar de plano el protagonismo del elemento étnico y la organización
tribal en la península, Manuel Acién Almansa ocupa un lugar destacado. A partir
del análisis de las alianzas operadas durante la primera fitna y el
establecimiento del califato postula que aquellas no respondieron a identidades
étnicas, ni tampoco a la filiación religiosa. Por el contrario, los conflictos
del periodo representarían la pugna entre dos formaciones sociales antagónicas:
una feudal y otra tributaria (Acién Almansa, 1997: 57, 69).
Antonio Malpica Cuello
también opta por minimizar el componente étnico y tribal y se decanta por
considerar a al-Andalus como una sociedad de clases donde las formas tribales
se habrían debilitado (Malpica Cuello, 1990: 121, 132). Misma tesis sostiene
Carmen Trillo cuando afirma que los elementos tribales y clánicos se habrían
descompuesto, advirtiendo que aquellos signos que pudieran registrarse en la
península serían meras supervivencias de formas gentilicias (Trillo, 2003: 10).
También Eduardo Manzano
Moreno cuestiona la operatividad del factor tribal y considera que la tesis de
la endogamia predominante entre los recién llegados es una simplificación de la
realidad (Manzano Moreno, 1998: 174-175; 2006: 139). Por su parte, Miguel Cruz
Hernández advierte que la tribu, en tanto estructura autónoma y autosuficiente,
nunca existió en al-Andalus ya que no habrían arribado a la región tribus
completas (o al menos facciones de peso) por lo que árabes y beréberes habrían
tendido entonces a organizarse en grandes familias o clanes, antes que tribus.
Cruz Hernández sugiere que si bien la tribu era inexistente, el tribalismo,
entendido como la particular conceptualización que los individuos realizaban
sobre este elemento, sí era una realidad evidente que alimentaba los conflictos
entre árabes y beréberes (Cruz Hernández, 1998: 5,15).
Un estudio
particularmente sugestivo es el que lleva adelante Jessica A. Coope quien, sin
negar la existencia de prácticas tribales, advierte que Guichard condena a un
segundo plano el elemento religioso y la normativa legal como elementos de
identificación. La autora plantea que el estudio de las leyes mālikíes indica
que estas promovían la identidad islámica por sobre la árabe, daban escaso
apoyo a la patrilinealidad, no promovían de manera enérgica los matrimonios
endogámicos y prohibían desheredar a las mujeres; todas prácticas consideradas
propias de los conjuntos tribales (Coope, 2008: 162-163, 169).
En síntesis, el breve
recorrido realizado hasta aquí permite observar no solo las distintas miradas
posibles sobre la cuestión étnica, sino también confirmar la vigencia de esta
problemática a la hora de abordar la forma en que locales y recién llegados gestionaron
su coexistencia durante los siglos tempranos de la historia andalusí.
En las próximas páginas
se procederá a considerar la información que ofrecen una serie de fuentes a fin
de analizar críticamente el uso que de este elemento hicieron los contemporáneos.
El trabajo asumirá la premisa que entiende lo étnico como un elemento dúctil y
sometido a constantes transformaciones durante las cuales se ponen en juego
tentativas de cambio y fuerzas que pretenden conservar rasgos adquiridos, todo
lo cual impacta en las interacciones y límites entre miembros de distintas
comunidades, así como al mismo interior de los colectivos.
La realidad
andalusí temprana: conquista e identidad2
La lectura de
documentación latina y árabe confirma la presencia temprana del elemento étnico
en las conceptualizaciones que nativos y extranjeros realizaron, tanto de sí
mismos como de otros. Ya sea que estos testimonios reflejen con mayor o menor
fidelidad la experiencia real, no dejan de ser relevantes en tanto artefactos
históricos en sí mismos que atestiguan el modo en que los intelectuales de su
tiempo categorizaban a la población y el concepto que cada identidad les
merecía.
Las fuentes más
cercanas a los acontecimientos del siglo VIII, son dos obras latinas. La
primera, la Crónica bizantino-arábiga de 741, si bien incluye menciones
a la península, prefiere centrar su atención en los sucesos bizantinos.3 La segunda, la anónima Crónica Mozárabe de 754 sí
dedicará gran parte de sus secciones a lo ocurrido en Iberia.
La Crónica mozárabe se
supone escrita por un eclesiástico con conocimientos de idioma árabe y
contactos con la corte cordobesa. A pesar de su cercanía con espacios de
cultura árabe, su contenido respeta los modelos de autoridad latinos del
momento: las Sagradas Escrituras, los escritos de Eusebio, Paulo Orosio y
Prudencio y las obras de Isidoro de Sevilla y Juan de Biclaro. Los modelos
propuestos por estos textos pretendían volver inteligible los acontecimientos
del presente incorporándolos a una línea temporal prestablecida y entendiendo
la escritura de la historia en la forma de una crónica universal de marcado
carácter confesional. Este formato, no obstante, se prestaba a ambivalencias visibles
en algunos pasajes que narran la conquista en términos meramente políticos,
prescindiendo de la cuestión religiosa (Baxter Wolf, 1999: 28, 36; Christys,
2002: 40).
De hecho, la ausencia
del elemento religioso se verifica cuando el cronista decide utilizar términos
étnicos para referirse a los recién llegados y a los locales. De esta forma,
unos y otros serán identificados como: arabas (árabes), saracenos
(sarracenos), mauros (moros) y xpianis (nativos cristianos).4 Heredera de las Etimologías
de Isidoro, la Crónica Mozárabe identifica a los saracenos como
descendientes de Ismael5 y, por momentos, usa este apelativo como una categoría
universal para referirse a todos los conquistadores, aunque también distingue a
los arabas, provenientes de Siria y norte de la Península Arábiga, de
los mauros, habitantes del norte de África. Este ejercicio respeta la
metodología utilizada por Isidoro que dividía al mundo en grupos de parentesco,
cada uno con su propia lengua y un progenitor identificado en la Biblia.
Pero la preferencia por
subrayar las diferencias de origen étnico se advierte especialmente en las
fuentes árabes. Sobre este material es preciso realizar dos aclaraciones
preliminares. En primer lugar, la mayor parte de los registros provienen del
siglo IX en adelante, por lo que un lapso de tiempo considerable separa a sus
compositores de los hechos descriptos en sus crónicas. En segundo lugar,
algunos de sus autores trabajaron sobre un corpus de información de transmisión
oral y no habitaron al-Andalus. Esta multiplicidad de orígenes y la lejanía de
los cronistas respecto a los sucesos que narraban alertan sobre las posibles
limitaciones de estos documentos a la hora de reconstruir los sucesos de la
conquista.6
Sin desconocer estos
inconvenientes, en este trabajo se sumará este material considerando la riqueza
que presenta en lo que se refiere a informaciones sobre el funcionamiento del componente
étnico, al menos hasta inicios del siglo X, prestando atención a los orígenes
de las tradiciones narrativas (oriental, egipcia, magrebí y andalusí), su
coincidencia con los intentos califales por concentrar el poder y los procesos
de arabización e islamización.
Como vimos para el caso
de la Crónica mozárabe, una de las primeras informaciones que también
surge de la lectura de las fuentes árabes, es que el asalto conquistador a la
península no fue llevado a cabo por un contingente homogéneo, sino por
agrupaciones de individuos de distintos orígenes y culturas y cuyo único
elemento en común era, por entonces, la adscripción al islam; religión a la
que, por otra parte, varios se habían sumado recientemente (Christys, 2003). De
esta compleja situación da testimonio una crónica procedente de los círculos
jurídicos y religiosos mālikíes egipcios del siglo IX titulada Futūh
Ifrīqiya wa-l-Andalus o Conquista de África del Norte y de España,
elaborada por Ibn Abd al-Hakam, uno de los exponentes de lo que se conocerá
como tradición egipcia, de mucha influencia en el ámbito local (Manzano Moreno,
1999: 401).
En su obra, al-Hakam
establece una marcada división entre el status que correspondía a los
colectivos árabes y beréberes arribados a la región.7 Identifica a los
segundos como “clientes” de los árabes, una relación que se formalizaba a
través de la consecución de una práctica conocida como walā’. Esta habilitaba
la islamización de un individuo a partir de su asociación con un musulmán que
cumplía el rol patrocinante de su conversión y que, en algunos casos, aceptaba
la posibilidad de que el cliente adoptara su nisba e ingresara así en su
círculo familiar.8 Esta relación
particular encuentra su ejemplo más notorio en el lazo que une a los dos
protagonistas de la conquista: Táriq b. Ziyád, general beréber, y Musà b.
Nusayr, gobernador del norte de África.
La dependencia de Táriq
respecto de Musà juega un rol de peso, no solo en la relación entre ambos, sino
también a la hora de juzgar las acciones que uno y otro realizaron una vez
desembarcados en territorio peninsular. De acuerdo al relato de al-Hakam, la
tensión existente entre ambos pareció desencadenarse dado el exitoso accionar militar
atribuido a Táriq, lo cual supuso una mella en el prestigio árabe de Musà.9 Lo interesante en
este caso es el hecho de que el mismo Musà era un mawlà por descendencia. La
decisión del cronista de silenciar el estatus de Musà en tanto cliente pudo
haber sido una estrategia que le permitió expresar la competencia entre ambos
colectivos (árabes y beréberes) reforzando las jerarquías étnicas vigentes.
En este caso, un
interrogante válido impone considerar hasta qué punto esta competencia no
estaría reflejando conflictos étnicos y/o en las relaciones clientelares
propios de la geografía y tiempos en que escribe al-Hakam, es decir, el Egipto
del siglo IX, antes que lo sucedido en la península en el VIII. Sin embargo, el
contraste con informaciones procedentes de la Crónica mozárabe permite
inferir que la relación conflictiva entre ambas comunidades se remontaba al
momento de la conquista.10
En esta línea, Nicola
Clarke resalta la frecuencia y extensión de las revueltas beréberes que serían
prueba tanto del grado de cohesión alcanzado por el grupo a nivel identitario,
como de su nivel de frustración ante las limitaciones impuestas por los árabes
(Clarke, 2012:58). Frustración que se experimentaba especialmente al momento de
hacerse con bienes en la región conquistada y habilita a reflexionar hasta qué
punto las diferencias étnicas y de estatus generaron contrariedades a la hora
de la toma y reparto del botín.11
La crónica de al-Hakam
revela, entonces, una serie de problemáticas que (ya sea en el siglo VIII o en
el IX) parecen suscitarse en los territorios bajo control del Islam: en primer
término, la situación de inferioridad numérica de los árabes que los forzaba a
reclutar y/o unirse a contingentes de poblaciones locales para proseguir sus
conquistas. En segundo lugar, muestra hasta qué punto la difusión y asimilación
de elementos culturales no excluyeron momentos de tensión (Glick, 1991: 218;
García Sanjuán, 2015: 100-101). En este caso, la conversión al islam de
aquellos colectivos que esperaban que su islamización y su participación en
acciones militares significara una mejora en su status dio lugar a uno de los
conflictos más recurrentes en el mundo islámico, consecuencia de la oposición
entre una propuesta religiosa de signo integrador y las identificaciones
étnicas de corte diferenciador. El hecho de que se continúe identificando a
Táriq por sus orígenes étnicos y por su status de mawālī evidencia que la
conversión al islam no fue suficiente para desterrar una serie de diferencias
que desempeñaban un rol preciso a la hora de instituir una suerte de jerarquía
al interior de la comunidad de musulmanes y que ubicaba a aquellos de origen
árabe a la cabeza. En resumen, la identidad religiosa no era suficiente para
definir la situación de un individuo cuya integración en una comunidad podía
presentar distintos niveles superpuestos entre sí y que, además, lo obligaban a
construir nuevos vínculos que dieran lugar a cambios observables en su estatus
social y legal (Clarke, 2012: 50).
Pero, si la distinción
entre árabes y beréberes aparece de forma explícita, no sucede lo mismo con las
mayorías nativas sometidas. Las crónicas árabes de fines del siglo VIII y
primera mitad del IX silencian al colectivo dimmí, una acción que podría
explicarse por razones políticas. Muchos de los cronistas pertenecían a
círculos cercanos al poder y sus obras eran, hasta cierto punto, dispositivos
comunicativos y propagandísticos. La situación peninsular bajo los poderes
emiral y califal requería, en el marco de su proceso de unificación, de una
sociedad cohesionada. De allí que se restase protagonismo a todo colectivo
cuyas particularidades escaparan a los procesos de arabización e islamización
vigentes (Aruçi, 2006 y Viguera, 2013: 210-211).
En este punto,
entonces, las escasas informaciones que la documentación ofrece suele referirse
a individuos que, por su estatus, posición política y vinculación con el
colectivo árabe, eran dignos de mención. No obstante lo limitado de estas
noticias, suponen un campo fértil para la indagación y la aplicación de las
propuestas de la línea transaccionista a la hora de analizar los límites
existentes entre unos y otros, así como las transgresiones que pudieron haberse
practicado.
La documentación
atestigua dos formas principales de vinculación entre recién llegados y
locales: las uniones matrimoniales entre conquistadores y mujeres nativas, y
las relaciones clientelares bajo la ya mencionada walā´. Dos prácticas que, en
conjunto con los procesos de arabización e islamización, supusieron un desafío
a la tipificación identitaria tradicional.
Como advertimos,
ejemplos de estas situaciones son factibles de rastrear especialmente en el
caso de miembros de los sectores acomodados y cercanos al poder. El testimonio
del andalusí Ibn al-Qūṭiyya, del siglo X,
es una muestra de ello. Descendiente de una rama de la aristocracia visigoda
cristiana convertida al islam, su obra Ta'rīj iftitāh al-Andalus o Historia
de la conquista de al-Andalus narra una serie de hechos protagonizados por
cristianos, entre los que se cuentan las acciones del rey Witiza y sus
descendientes, como su nieta Sara, antecesora del cronista. La inclusión de
estos sucesos no es menor y marcan una distancia respecto a los contenidos de
las crónicas propias de los manuscritos egipcios.
En su narración, al-Qūṭiyya informa que Sara, miembro de una familia local
acaudalada y con estrechos vínculos con el poder omeya, fue privada de sus tierras
por su tío por lo que solicita la ayuda califal para recuperar sus bienes. En
el acto de reparación, el califa dispone que Sara sea desposada con un
musulmán; una decisión que se repetirá cuando Sara enviude de su primer marido.12 De una de las
líneas de descendientes de los matrimonios de Sara, proviene al-Qūṭiyya, un individuo que se identifica como musulmán
perteneciente a la tribu de su padre y con lazos con los Quraysh, no obstante
el rescate de su ascendiente materno, explícito en su apelativo al-Qūṭiyya o “el hijo/descendiente de la goda”.
Sobre este caso caben
varias hipótesis. En primer lugar, la opción por rescatar su ascendencia
materna podría responder al interés por mostrar antepasados prestigiosos que
doten de mayor status a los miembros de su familia en el presente. Ann Christys
sugiere que la crónica de al-Qūṭiyya simboliza la
perspectiva que sobre la conquista y sus consecuencias se sostenía en el siglo
X encarnada en un autor que pretende enaltecer al poder omeya sin perder la
oportunidad de incluir hechos protagonizados por cristianos, un ejercicio que
le permite dar cuenta de la islamización de su familia y su inclusión en el
establishment político, uniendo el pasado visigodo con el presente andalusí del
siglo X (Christys, 2002: 168-180).
Desde otra perspectiva,
el hecho de que un individuo islamizado y arabizado, identificado con un
componente genealógico árabe y fuertes vínculos con el poder omeya opte por
remarcar su línea materna nativa es observado como un posible caso de shu'ubiyyah,
una reacción propia de musulmanes no árabes que se alzaron en distintos puntos
del mundo islámico en defensa de su cultura e historia ante los privilegios que
les eran vedados por sus orígenes étnicos. Sin decantarse totalmente por esta
tesis, Guichard propone que, de haber existido el movimiento en el ámbito
local, este habría sido muy discreto (Guichard, 2002: 195). Clarke tampoco
elige otorgarle un excesivo protagonismo, aunque sugiere que elementos propios de
la shu'ubiyyah podrían haber rondado el ambiente intelectual propio de al-Qūṭiyya, lo que explicaría sus intentos por legitimar
acciones protagonizadas por sus ancestros cristianos (Clarke, 2012: 54). Sobre
este particular, Christys realiza una advertencia atinada al subrayar que en
ningún caso pretende al-Qūṭiyya desafiar al
poder omeya. Por el contrario, el ejemplo de Sara y sus descendientes
mostrarían la posición ambigua y compleja que los locales islamizados ocuparon
en un contexto de etnogénesis andalusí, cuando los procesos de arabización e
integración de nuevos clientes bajo la protección omeya desafiaron a las
estructuras tribales (Christys, 2002: 172, 182).
Ya sea un ejemplo de
shu'ubiyyah o no, lo cierto es que el caso permite reconsiderar en qué medida
la imposición en la península de aquel componente “oriental” propuesto por
Guichard significó una real anulación de los elementos locales. Por otra parte,
y de manera similar a lo observado en los conflictos entre árabes y beréberes,
este caso también describiría los desafíos que supuso la integración de nuevos
conversos para la integridad de los linajes árabes ilustres.
En estrecha relación
con lo anterior, un segundo elemento a analizar en la obra de al-Qūṭiyya son las informaciones sobre las formas en que sus
antepasados y sus descendientes se incorporaron a los clanes árabes que, por
otra parte, acabaron también concentrando su riqueza. Sobre este último aspecto
destaca que la forma en que los conquistadores lograron absorber este patrimonio
fue a partir de una serie de prácticas de marcado contenido tribal como lo era
el matrimonio (Lorenzo Jiménez, 2010: 92). Las normas de parentesco islámicas
facultaban a los hombres musulmanes para tomar esposas cristianas (o judías),
siendo innecesaria la conversión de estas mujeres ya que los hijos nacidos de
las uniones heredaban invariablemente nombre y religión del padre. El caso de
Sara ejemplifica este accionar y demuestra que aquellas fronteras étnicas, si
bien reconocidas, no eran completamente herméticas y dejaban espacio a
transacciones cuando el contexto lo requería o era conveniente para los
involucrados.
Otro ejemplo que exhibe
la forma ciertamente mudable de la identificación de la población local es el
caso de los Banū Qasī. La historia de este linaje muestra tanto los límites del
factor étnico, como las posibilidades que la conquista ofreció a quienes
estuvieron dispuestos a negociar su identidad a fin de ganar o mantener poder y
status (Coope, 2017).
Datos sobre los Banū
Qasī se proveen en Ŷamhara ansāb al-‘arab, única obra que se ocupa de
los grupos tribales peninsulares. Su autor, el reconocido Ibn Hazm, vivió entre
los siglos X y XI y era descendiente de una familia acomodada de origen local e
islamizada. En su Ŷamhara nos indica que los Banū Qasī se reconocían
como descendientes de Casio, una antigua autoridad de la zona del valle del
Ebro y dependiente del poder visigodo. Luego de la caída de los reyes
cristianos, Casio estableció un vínculo clientelar con el califa omeya
al-Walīd, protagonizando una acción bastante común durante las conquistas
cuando se echaba mano de la colaboración de contingentes recientemente
convertidos como aliados, especialmente en las fronteras.13 En este punto, y
teniendo en cuenta un contexto tribal que deriva la identidad y derechos de los
individuos de su pertenencia a un clan o grupo tribal, la walā´ se presenta
como un dispositivo útil para acomodar tanto a los conquistadores, como a los
posibles aliados (Clarke, 2012: 48). Que la historia de este linaje y las
reyertas que protagonizaron fueran objeto del trabajo de Ibn Hazm en una
recopilación genealógica es un dato a consignar. La literatura genealógica, de
enorme popularidad, evidencia la preocupación por validar los ascendientes
árabes de varios individuos. En el recuento, es esperable una valoración
positiva de aquellos y una apreciación negativa de quienes no pueden mostrar
estos orígenes.
Más allá de las
consideraciones del cronista, que pueden responder a su agenda política y/o a
convenciones literarias, el caso de los Banū Qasī ofrece al análisis un ejemplo
interesante de un grupo que, a pesar de su conversión, fue capaz de gestionar
su identidad reservándose capacidad de acción propia. A diferencia de aquellos mawālī
cercanos a la corte, a la administración y a los círculos de intelectuales
omeyas que fueron progresivamente identificados como elementos menores del
mismo linaje en el poder (Fierro, 2005: 216-217); el actuar de los Banū Qasī da
cuenta de facciones que mantenían una ambivalente relación con la autoridad
califal.
Los Banū Qasī también
se hacen presentes en una crónica del siglo XI, obra de Ibn Ḥayyān, cronista
próximo a la burocracia amirí de Córdoba y cuyas obras son clave para
comprender el clima de tensiones previo a las taifas. En este contexto, Ibn
Ḥayyān deja constancia de las rebeliones protagonizadas por algunos
representantes del clan con un tono de reprobación, algo esperable en el caso
de un autor que experimenta la fitna y la subsiguiente descomposición del
califato.14 Comenta que las revueltas de los Banū Qasī obligaron a la autoridad
asentada en Córdoba a enviar contingentes para reducirlos a la obediencia.15 Es de destacar que,
tanto Ibn Ḥayyān como también su contemporáneo al-‘Udrī16, describan a estas
operaciones militares como aceifas. Las aceifas eran campañas
anuales que los musulmanes realizaban sobre territorios cristianos con el
objetivo de eliminar posibles núcleos de actividad militar y/o asentamientos de
población, para lo cual se arrasaban los campos y se destruían fortalezas y
aldeas. La equiparación entre el tipo de acción militar llevada adelante contra
una familia mawālī y aquella destinada a combatir a los infieles es un
indicador de los límites de la real integración de estos individuos. Asimismo,
atestigua la forma en que se conceptualizaba a la comunidad política bajo los
Omeyas: en un contexto en el cual la principal preocupación de la dinastía
asentada en Córdoba era ganar autoridad y construir consenso, el problema de
los límites entre musulmanes y no-musulmanes cobraba valor y colaboraba para
que se diera una especial homologación entre pertenencia religiosa y
sometimiento a la autoridad califal, es decir, se equiparaba la rebelión con la
desviación de la fe (Safran, 2013: 36). En suma, surge una vez más la
contradicción propia de la época califal entre los objetivos universalistas de
la islamización y la real integración de los individuos en la práctica.
En el caso de los Banū
Qasī, sus orígenes cristianos agravaban las sospechas dado que su conversión no
anulaba sus vínculos con el resto de familiares y/o vecinos cristianos, lo que
seguramente sucediera en la mayor parte de los casos. Sin embargo, en un
contexto en el cual las acusaciones de rebelión y apostasía funcionaron como
arquetipos o ejemplos de lo que se consideraba una traición política, el
elemento religioso pareció ganar espacio por sobre otras formas de identidad
como factor de tensión.
Algunas de las acciones
llevadas a cabo por los Banū Qasī dan cuenta, de hecho, de elecciones militares
y políticas en las cuales su identidad religiosa se mostraba contingente. Por
ejemplo, no dudaron en recurrir al auxilio de los “politeístas”, expresión que
hacía referencia a sus alianzas con cristianos, solicitando la ayuda de
Garsiya, a quien se presenta como rey o autoridad de los vascos17
Tampoco vacilaron a la
hora de sellar alianzas matrimoniales con infieles. En su Ŷamhara, Ibn
Hazm menciona que mujeres del clan fueron casadas con cristianos, como en el
caso de Awriya, hija de Mūsà ibn Mūsà, unida a Garsiya; y de las hijas de Lubb
ibn Mūsà, casadas con descendientes de Wanaquh ibn Šānŷuh, otro rey vasco.18 Un dato no menor
si se tiene en cuenta que la conversión al islam requería de la adecuación de
las prácticas matrimoniales.
Como se indicó para el
caso de al-Qūṭiyya, las normas
del parentesco islámico admitían las uniones mixtas siempre que se tratara de
un hombre musulmán que entablara matrimonio con una mujer monoteísta, lo que
aseguraba la identificación de la descendencia con los patrones identitarios
(étnicos y religiosos) paternos. Siguiendo esta premisa, Guichard afirmó que,
en lo que se refiere a la organización del parentesco, el elemento oriental
habría ganado terreno en al-Andalus, prevaleciendo las prácticas orientales por
sobre los patrones propios de los nativos vencidos (Guichard, 1976: 8-10). La
idea que subyace en su trabajo destaca la función islamizante del matrimonio,
una premisa que retoma las propuestas del modelo de análisis desarrollado por
la Escuela de Chicago que explicaba los procesos de asimilación de población
inmigrante considerando al matrimonio como una de las instituciones que facilitaba
su incorporación a la cultura local (Breger y Hill, 1998: 115-16).
Sin embargo, a la luz
de la información que ofrecen las fuentes sobre los Banū Qasī, este esquema se
presenta limitado. Los datos que refieren la celebración de matrimonios de
mujeres musulmanas pertenecientes a este linaje con hombres cristianos imponen
reconsiderar no solo si el rechazo a ajustarse a la normativa islámica, en un
momento crítico a nivel político, constituyó un acto de rebelión por parte de
un grupo de conversos que nunca fue considerado en igualdad de condiciones con
respecto a los musulmanes de ascendencia árabe, sino también la posibilidad de
que esté indicando un grado de asimilación a las pautas orientales más débil
del que se suele aceptar, quizá a causa del contacto cotidiano con grupos
cristianos con los que nunca se perdió el vínculo.
La continuidad de estos
lazos también podría explicar los casos de apostasía de miembros del grupo que
menciona Ibn Hazm.19 Epalza opina que, en
momentos tempranos, la identidad religiosa era antes que nada una categoría
legal y administrativa que no requería de los individuos conocimientos del
islam, ni siquiera la intención de profesarlo (Epalza, 1992). Una definición
que parece cuadrar con la situación de los Banū Qasī cuya conversión obedecería
a una evaluación de su situación política que los llevó a considerar las
posibilidades que este cambio les aseguraba para sostener su autoridad a nivel
local y su poder material. Esta elección, que para los juristas musulmanes no
admitía una vuelta atrás, no impidió a sus protagonistas experimentarlo como un
cambio hasta cierto punto circunstancial, o situacional si retomamos las
propuestas de Geary. Siguiendo este razonamiento, tanto las colaboraciones con
cristianos, como los matrimonios mixtos y los casos de deserción del islam
ejemplifican que las fronteras entre los colectivos en al-Andalus, lejos de ser
impenetrables, eran lo suficientemente porosas para habilitar la circulación de
hombres y mujeres de una agrupación a otra. También obliga a reconsiderar la
eficacia de un dispositivo como la walā´, usualmente pensado como una
herramienta de aculturación y asimilación efectiva (Clarke, 2012: 48-49).
En síntesis, la
conquista parece haber favorecido un escenario de identidades contingentes que,
en el caso de aquellos que gozaban de cierta cuota de poder, eran
constantemente adaptadas a los requerimientos que imponía la dinámica de
negociación con el poder central.
Conclusiones
La aproximación realizada
en este trabajo a la problemática de las adscripciones identitarias en
al-Andalus durante los siglos tempranos nos permite finalizar con una serie de
conclusiones que, no obstante, consideramos preliminares y a la espera de ser
ratificadas en futuras indagaciones.
En primer lugar, como
advierte Jesica Coope, se observa que durante el periodo de administración
omeya el proceso de construcción identitaria en al-Andalus permitió a ciertos
individuos adquirir nuevas identidades étnicas y/o religiosas a partir de
prácticas como la conversión, el matrimonio, los vínculos clientelares y la
consecución de una serie de actos que visibilizaban su nueva pertenencia
(Coope, 2017: 38).
En segundo lugar, los
testimonios analizados permiten advertir que ningún marcador identitario
considerado de forma individualizada (religión, origen étnico, patrones de
organización, etc.) es suficiente para dar cuenta de un posible proceso de
etnogénesis local.
Por último, se
evidencia que las formas de identificación no dejaron de exhibir un carácter
relativamente permeable a la inclusión de elementos contradictorios, como en el
ejemplo de al-Qūṭiyya y su decisión
de recuperar sus herencias locales, o los Banū Qasī y su reticencia a abandonar
sus vínculos con los cristianos.
En síntesis, la
dinámica de conformación de una identidad y el rol jugado por el factor étnico
se mostraron lo suficientemente flexibles para que tanto conquistadores como
conquistados hicieran un uso del mismo de acuerdo a las necesidades que imponía
el contexto, al tiempo que colaboraron para visibilizar las contradicciones y
conflictos propios del período de la invasión y posterior. Un marco conflictivo
que, por otra parte, permite apreciar las posibilidades que ofrecía este
componente como elemento de identificación para sus contemporáneos.
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1 La corriente
primordialista, liderada por Edward Shils e influida por la sociología de la
religión, buscaba identificar la existencia a largo plazo de lazos sociales
(personales, primordiales, sagrados, cívicos) a fin de constatar su
persistencia en sociedades modernas (Shils, 1957). Esta
perspectiva derivó en una conceptualización necesariamente estática de la
etnicidad, constituyendo una limitación a la hora de analizar los casos de
transformación identitaria. Por su parte, la corriente instrumentalista
concibe lo étnico como una construcción de los
individuos dotados de la capacidad de tomar y combinar una variedad de rasgos
heredados de distintas procedencias y que dan lugar a la formación de un
colectivo propio. Consideran a la etnicidad como determinada
y atravesada por intereses diversos y dependiente del status de los grupos en
cuestión, además de sugerir la existencia de prácticas de manipulación de
elementos simbólicos por parte de determinados miembros de la comunidad a fin
de hacerse con el poder (Bhabba, 1990; Cohen, 1994). En este
caso, la preocupación por la identidad aparece circunscripta a la realización
de acciones en pos de la obtención de objetivos materiales, lo que vuelve a
limitar el estudio.
2 De las crónicas analizadas a partir de
esta sección se extraerá información que indique los modos en que conquistadores y conquistados hicieron uso del factor étnico
como elemento de identificación. La riqueza de los relatos incluye cuestiones
relativas a las causas de la conquista, el rol jugado por individuos
particulares y la inclusión de elementos sobrenaturales y legendarios que, si
bien no se ignoran, no formarán parte del análisis objeto del presente
artículo. Por otra parte, se respetarán las transcripciones del árabe
realizadas por los distintos autores consultados.
3 Para la Crónica bizantino – arábiga de 741véase Batista Rodríguez,
J.J. y Blanco Silva, R (1999), “Una crónica mozárabe a la que se ha dado
en llamar Arábigo-bizantina de 741: un comentario y una traducción”, Revista
de Filología de la Universidad de La Laguna 17, 153-167.
4 Crónica
Mozárabe de 754: “Nam adgregata copia exercitus aduersus Arabas cum Mauros et
Muze misos, id est Taric Abuzara et ceteros…”; “Cui
statim in era DCCLXª III, anno supra fati imperatoris pene iam sexto, Arabum
CVIIº, Saracenus Iaie nomine monitu principum succedens terriblis potestator
fere trienio crudelis exestuat atque acri ingenio Ispanie Saracenos et Mauros
pro pacificis rebus olim ablatis exagitat atque Xpianis plura restaurat” (López
Pereira, 1980: 68, 90).
5 Crónica mozárabe de 754: “Huius
temporibus in era DCLXL, anno XXXV, Moabia precessoris sortitus est sedem,
regnans in ea annis XXV. Sed Quinquem ex eis annis cum suis bella ciuilia
gessit, uigintum uero omni plebe Smahelitarum obediente summa cum felicitate
peregit...” (López Pereira,
1980: 46).
6 Algunos investigadores rechazan de plano a las crónicas árabes dada la cuantía de noticias falsas
y/o deformadas, así como los elementos legendarios que estas contienen
(Brunschvig, 1975; Noth, 1989; Collins, 1991).
7 Conquista de África del Norte y de España: “… se afirma que Tariq contaba
con doce mil beréberes, y tan solo con dieciséis árabes, lo cual no parece
cierto. Se dice que Musa b. Nusayr salió de Ifriquiya en una expedición hacia
Tánger. Es el primer gobernador que ocupó esta ciudad, cuyos pobladores eran
beréberes de las tribus Butr y Baranis, no sometidos todavía” (Vidal Beltrán,
1966: 4).
8 La walā’ era una institución de origen preislámico que autorizaba la
concertación de un vínculo privilegiado entre individuos y suponía la inclusión
de uno en el linaje de otro. Podía darse entre un esclavo liberto no musulmán y
su amo, lo que se consideraba “clientela por manumisión” o walā’ al-itāq.
Una segunda forma era por adopción, la “clientela contractual” o walā’
al-muwālāt, que comportaba la posibilidad de la conversión al islam.
Quienes entraban en esta relación pasaban a convertirse en mawālī
(singular: mawlà) un término que identificaba a aquellos individuos
sobre los que otro ejercía un patronato. Ambos miembros de la relación podían
apodarse de esta forma, aunque también podía usarse mawlà l- alà (alto)
y mawlà al-asfal (inferior) para distinguirlos (Maíllo Salgado, 2005:
445-446). Según Patricia Crone podrían rastrearse los orígenes de la walā’ en
las leyes romanas tardías en Medio Oriente, posteriormente introducidas por los
califas en el siglo VII y recubiertas de elementos tribales (Crone, 2010:
43-44).
9 Conquista de África del Norte y de
España: “Musà b. Nusayr se dirigió a España en Rayab del año 93 [711-2] en
compañía de algunos personajes árabes, de clientes y jefes beréberes. Salió
indispuesto contra Tariq (…) Tariq salió a su encuentro y trató de alcanzar su
gracia. Le dijo: “yo soy tu cliente; esta conquista es tuya” (Vidal Beltrán,
1966: 45).
10 Las rebeliones de los beréberes contra
los árabes se menciona también en la Crónica Mozárabe de 754:
“Abdirraman uir belligerin era DCCLXVIII, anno imperii eius duodécimo semissario,
Arabum centésimo tertio decimo, Iscam VIIIIº, in potestate properat letabundus,
cunctis per trienno ualde prelatus. Quumque nimium esset animositate et gloria
preditus, unus ex Maurorum gente nomine Munnuz, audiens per Libie fines iudicum
seua temeritate opprimi suos, pacem nec mora agnes cum Franos tirannidem ilico
preparat aduersos Spanie Saracenos…” (López Pereira, 1980: 94-95, 106-107).
11 Conquista de África del Norte y de
España: “Tariq se hizo con cuantas riquezas había allí (Firas): joyas, armas,
oro, plata, vasos y otros tesoros como jamás se ha
visto. Lo encerró todo debidamente y marchó a Córdoba, donde residió. Escribió
a Musa b. Nusayr, dándole cuenta de la conquista de España y del botín que había
obtenido. Musa escribió asimismo a al- Walid b. Abd al- Malik refiriéndole
estos hechos y atribuyéndose el éxito a sí mismo. También ordenó Musa a Tariq
que no pasara de Córdoba hasta que él llegase, y le insultó de modo grosero”
(Vidal Beltrán, 1966: 45, 46-52).
12 Historia de la conquista de al- Andalus: “[Y el califa Hisam la casó] con
Isa b. Muzahim, que marchó con ella a al-Andalus y recuperó los fundos de
ella. Es el antepasado de los al-Qutiyya (…) De ella tuvo dos hijos, Ibrahim e
Ishaq, y murió en el año [136/755 d. C.] en que entró a al-Andalus Abd
al-Rahman [I] b. Mucawiyya, y por ella porfiaron Haywa b. Malamis al- Madhiyi y
Umayr b. Sacid al-Lajmi, [pero Taclaba b. Ubayd al-Yudami se interesó por
Umayr b. Sacid ante Abd al-Rahman [I] b. Mucawiyya], que le casó con ella,
dándole un hijo, Habib b. Umayr, antepasado de los Banu Sayyid [al-Nas], y de
los Banu Hayyay, y de los Banu Maslama, y de los Banu [Hayz] al-Yurz.” (Viguera
Molins, 2011: 11; Ribera, 1926: 5-6). Véase también la traducción al inglés de
David James: “Sāra [Sarah] al- Qūtīya, and his two young sons inherited his
property (Almund) (…) Then Artabās seized
their lands and added them to his own. This occurred at the beginning of the
rule of Hishām ibn`Abd al- Malik as caliph [105- 125/724- 743]. (…) Sāra and
her two young brothers sailed to Syria, where they landed at Ashqalūn
[Ascalón]. They continued overland until they arrived at the seat of Hishām ibn
‘Abd al- Malik, where Sāra related her story, recalled the agreement given to
her father by the caliph al- Walīd and complained of the injustice of her uncle
Artabās (…) So, on her behalf Hishām wrote a letter to Hanzala ibn Safwān al
Kalbī, governor (‘āmil) of the province of Ifrīqīya, instructing him to carry
out the agreement of al- Walīd (…) That being done, the caliph Hishām arranged
a marriage for her with `Īsā ibn Muzāhim who accompanied her to al- Andalus
where he recovered her properties. Now, he was the ancestor of the [Banū] al-
Qūtīya…” (James, 2009).
13 Ŷamhara ansāb al-‘arab: “Esta es la parte de la genealogía
(nasab) de los Banū Qasī, muladíes (muwalladūn) de la Frontera. Qasiyyu era
conde (qūmis) de la Frontera en los días de los godos. Cuando los musulmanes
conquistaron al- Andalus marchó a Siria (Damasco) y se convirtió al islam de
manos de al- Walīd ibn`Abd al- Malik (bi – yaday al- Walīd ibn `Abd al- Malik),
y remonta su ascendencia a su walā’.” (Lorenzo Jiménez, 2010: 129; Ibn Hazm,
2003: 502- 503).
14 Al- Muqtabas
II: “Los Banū Qasī persistieron en el conflicto y recurrieron al politeísmo…”
(Lorenzo Jiménez, 2010: 32; Makkī, 2003: 96).
15 Al- Muqtabas
II: “En este año (232 H = 846-7) Mūsà ibn Mūsà al-Qasawī
salió de la lealtad, rebelándose contra el maltrato que le dispensaba ‘Abd
Allāh ibn Kulayb, gobernador (‘āmil) de la Frontera, que había puesto la mano
sobre algunos de sus bienes (…) Pero ‘Abd Allāh se protegió de él en su fortaleza
(iḥtaŷaza... bi-ḥiṣānati- hā) sin presentar batalla, pidiendo ayuda al
emir ‘Abd al-Raḥmān, que envió en aceifa a su hijo Muḥammad, y junto a él
como qā ̓id a Muḥammad ibn Ŷaḥyà ibn Jālid…” (Lorenzo Jiménez, 2010: 46;
Lévi-Provençal y García Gómez, 1954: 295-316).
16 Nuṣūṣ ‘an
al-Andalus: “Mūsà ibn Mūsà se desligó del pacto y se despojó de la
obediencia. Sufrió la guerra y el sitio hasta que pidió el
amān, que se pactó en el año 230 H (844-5). Volvió a
sublevarse en el año 232 H (846-7), dirigiéndose contra Tuṭīla y llegando a
sus puertas, en la que había entrado ‘Abd Allāh ibn Kulayb. Entonces el
imām ‘Abd al-Raḥmān ibn al-Ḥakam envió contra él una aceifa con su hijo
Muḥammad, que acampó frente a él y se sometió.” (Lorenzo
Jiménez, 2010: 90-91; Al-Ahwanī, 1965, 29-31).
17 Al- Muqtabas II: “Y Mūsà había dado su apoyo a Garsiya ibn Wannaquh
al-Baškunsī emir de Banbalūna” (Lévi- Provençal, 1954: 296- 298).
18 Ŷamhara ansāb al-‘arab: “Awriya dada en matrimonio a Garsiya, rey de los
vascos [...] Y casó también Mūsà ibn Mūsà – Allāh le maldiga- a las hijas de su
hermano Lubb ibn Mūsà con los hijos de Wanaquh ibn Šānŷuh rey de los vascos”
(Lorenzo Jiménez, 2010: 130; Ibn Hazm, 2003: 502- 503).
19 Ŷamhara ansāb al-‘arab: “‘Abd Allāh e Islmā‘īl que renegaron por el
cristianismo” (Lorenzo Jiménez, 2010: 131; Ibn Hazm, 2003: 502- 503).