El grammaticus como filólogo:

el Lamia de Angelo Poliziano

 

 

 

The grammaticus as Philologist:

Angelo Poliziano‘s Lamia

 

 

 

Mariano A. Vilar
Universidad de Buenos Aires, Argentina

mavilar@uba.ar

 

Resumen
 

En 1492 el florentino Angelo Poliziano presentó su curso sobre los Primeros analíticos de Aristóteles con una praelectio titulada Lamia. Poliziano, que ya había innovado en este género con sus Silvae, aprovecha esta oportunidad para volver sobre la tensión entre filósofos “profesionales” del ámbito universitario y especialistas en los studia humanitatis, y realiza simultáneamente una defensa de la filosofía y de la gramática como arte de la interpretación de textos del pasado. Proponemos una nueva traducción al español del Lamia y un análisis de la manera en la que esta praelectio representa una intervención clave de los conflictos principales del ambiente intelectual florentino del Quattrocento. En particular, destacamos la caracterización negativa de Poliziano de quienes se presentan como especialistas en filosofía, pero son incapaces de entender la función de la interpretación de los textos que posibilita el conocimiento del grammaticus como un experto en la producción de comentarios, y la forma en la que el texto replantea la pregunta por la naturaleza misma del quehacer filosófico.

 

Palabras clave: Poliziano - Lamia - Studia humanitatis - Renacimiento

 

 

Summary

 

In 1492 the Florentine Angelo Poliziano presented his course on Aristotle's First Analytics with a praelectio entitled Lamia. Poliziano, who had already innovated in this genre with his Silvae, takes this opportunity to reappraise the tension between "professional" philosophers in the Universities and specialists in the studia humanitatis, and simultaneously defends philosophy and grammar as art of the interpretation of texts from the past. We propose a new Spanish translation of the Lamia and an analysis of the way in which this praelectio represents a key intervention in the main conflicts of the Florentine intellectual environment of the Quattrocento. We highlight Poliziano's negative characterization of those who present themselves as specialists in philosophy but are incapable of understanding the function of the interpretation of texts that comes from the knowledge of the grammaticus as an expert in the production of comments. Also, we consider the way in which the Lamia restates the question about the very nature of the philosophical endeavor.

 

Keywords: Poliziano - Lamia - Studia humanitatis - Renaissance

 

 

Recibido: 31/01/2021

Aceptado: 30/06/2021

 

 

 

El Lamia en contexto

 

Lamia es el título de la lección inaugural o praelectio del humanista Angelo Poliziano (1454-1494) sobre los Primeros analíticos de Aristóteles en el Studio florentino. Ubicada cerca del final de su carrera intelectual y docente, representa un documento clave para comprender la evolución de los studia humanitatis en el siglo XV en su articulación compleja con la filosofía aristotélica medieval.

 Aunque no nos detendremos aquí en la biografía de Poliziano, algunos datos resultan clave para comprender el objetivo y el sentido del Lamia. En primer lugar, es importante destacar que para 1492 la fama y la autoridad de Poliziano estaban absolutamente consolidadas. En su juventud había demostrado su conocimiento del griego traduciendo al latín los libros II y III de Ilíada, y su obra poética tanto en latín como en italiano lo habían ubicado entre los literatos más destacados del círculo íntimo de Lorenzo de Médici. Poliziano mantenía a su vez una relación de amistad con los humanistas florentinos más importantes de su tiempo. Cristóforo Landino y Marsilio Ficino aparecen retratados junto a él en un famoso fresco de Doménico Ghirlandaio, maestro de Miguel Ángel.[1] Poliziano comienza su actividad docente en el Studio en 1480 y progresivamente va ganando notoriedad hasta convertirse en el profesor mejor pago y con mayor libertad para elegir los temas de sus clases (Verde 1977, 1, 63-392).

 En términos más generales, es importante tener presente que para fines del Quattrocento los studia humanitatis contaban con un amplio recorrido en las ciudades más importantes de la península itálica. Desde mediados del siglo XIV sucesivas generaciones de escritores se habían ocupado de que la cantidad y calidad de los textos de la Antigüedad clásica que se hallaban disponibles se enriqueciera. Asimismo, la formación en griego ya no era difícil de obtener para los ciudadanos con recursos. Sin embargo, esto no implica que la clásica rivalidad entre los interesados en recuperar las letras clásicas y los pensadores formados en los programas de estudios de las universidades medievales hubiera desaparecido. La discusión que presentaba Francesco Petrarca en el siglo XIV en su De sui ipsius et multorum aliorum ignorantia respecto de las pretensiones de sabiduría de los filósofos naturales formados en el aristotelismo continuó con otros protagonistas en el Quattrocento, incluso pese a la existencia de figuras como Giovanni Pico della Mirándola, quien intentó demostrar que los saberes propios de la escolástica no deben ser rechazados únicamente por carecer de elegancia en su uso del latín.[2]

 Era esperable que estas cuestiones reaparecieran cuando Poliziano comenzó a centrar su enseñanza en los textos del Organon Aristotélico, habitualmente considerados como un territorio exclusivo de los escolásticos. Mientras que los studia humanitatis desde sus comienzos habían mostrado un gran interés en la filosofía moral (como lo demuestra, por ejemplo, la traducción de Leonardo Bruni de la Ética nicomáquea en 1417), la dialéctica era considerada por muchos como una disciplina estéril que carecía de la capacidad para conmover y elevar al ser humano hacia el conocimiento más auténtico. A su vez, a partir de mediados del siglo XV la figura de Platón (cuya obra completa había sido traducida al latín por Marsilio Ficino a pedido de Cosme de Médici, abuelo de Lorenzo) había cobrado cierta preponderancia sobre la de Aristóteles entre muchos humanistas.[3] El interés de Poliziano en tomar los textos más complejos de Aristóteles para sus cursos está vinculado a su deseo de exhibir su habilidad para poder descifrar incluso los testimonios antiguos más difíciles y oscuros, así como también para demostrar que el conocimiento detallado del latín y del griego resultan fundamentales para comprender apropiadamente la filosofía.

 A lo largo de su carrera docente, Poliziano había demostrado un interés particular por innovar en el género de la praelectio e ir más allá de la simple captatio benevolentiae y del elogio de la disciplina que fuera a ocupar el curso (Bausi 2012). Esto se observa sobre todo en aquellos cursos que destinó a exponer la obra de distintos poetas, cuyas clases inaugurales estaban a su vez escritas en forma de poemas: las Silvae dedicadas a Virgilio, Homero y Hesíodo.[4] En los años inmediatamente anteriores al de las lecciones sobre los Primeros analíticos de 1492, Poliziano compuso una praelectio en prosa dedicada a la Ética nicomáquea titulada Panepistemon”. Más que una introducción específica al texto aristotélico, se trata de un intento por clasificar todas las formas del conocimiento en un esquema orgánico (Borelli 2019). Distingue así tres grandes formas de conocimiento: inspiratum, inventum y mixtum. El primero abarca la teología, el segundo, la filosofía y el tercero, la adivinación. Las artes del lenguaje aparecen dentro de la filosofía en la subdivisión que corresponde con su actividad racional (por oposición a la filosofía speculativa y actualis) (Marrone 2013; Edelheit 2015). La gramática, uno de los temas centrales del Lamia, aparece dividida en “metódica”, “histórica” y “mixta”. La primera se ocupa de conocer las reglas de la escritura y el habla, la segunda de las fuentes históricas y poéticas, y la mixta combina ambas cuestiones y añade el juicio crítico (Codoñer 2003, 67).

 Según Celenza (2010b), el Lamia puede considerarse como un intento por trasladar el esquema del Panepistemon a una narración.[5] La sabiduría y sus distintas articulaciones no aparecen en el Lamia en una estructura arborescente, sino que surgen de los distintos relatos (tanto históricos como fábulas) que va presentando Poliziano para justificar sus argumentos. Es en parte por este motivo que esta praelectio parece resistirse a una interpretación lineal y plantear continuamente nuevos interrogantes. El constante uso de la ironía y de recursos humorísticos por parte de Poliziano resalta esta característica, al punto de que es difícil en ocasiones precisar el propósito con el que son introducidos numerosos los ejemplos y referencias que trae a colación.

 

 

Filosofía, gramática y retórica

 

La pregunta de por qué Poliziano elige titular “Lamia” a su lección inaugural sobre los Primeros analíticos de Aristóteles aparece respondida al inicio del mismo texto. De acuerdo con Poliziano, las “lamias” eran criaturas monstruosas que acechaban a los niños para devorarlos. Su característica más notable estaba en sus ojos. Durante el día, su mirada penetrante les permitía escudriñar cualquier rincón, pero por la noche, al regresar a sus casas, tenían la capacidad de quitarse los ojos y guardarlos. Poliziano cita dos fuentes para referirse a estas criaturas. Por un lado, declara que era su propia abuela quien le narraba esto cuando él era un infante en Fonte Lucente. Por otro, cita a Plutarco, quien se refiere a las lamias en su Sobre la curiosidad, uno de los tratados en su Moralia.[6] Es él quien da el detalle de los ojos removibles, que resulta clave para el sentido con el que Poliziano introduce esta figura. Precisamente porque se quitan sus ojos al estar en su propia casa, las lamias representan a aquellos individuos que son incapaces de ver sus propios defectos, pero en cambio se detienen obsesivamente en los de los demás.

 Tal como señala González Terriza (1997), las lamias tienen una larga tradición más allá de Plutarco. Pueden encontrarse alusiones en el historiador Duris de Samos, quien recupera el mito que explica el nacimiento de esta criatura. Lamia habría sido el nombre de una hermosa princesa de Libia con la que Zeus tuvo un amorío. Al enterarse Hera, Lamia fue castigada con la muerte de sus hijos y con un insomnio permanente, lo que provocó que se dedicara a acechar y asesinar los hijos de otras madres por celos y envidia. La capacidad de quitarse los ojos fue un don otorgado por Zeus para paliar su sufrimiento. Tal como evidencia el mismo Poliziano, sin embargo, esta historia se convirtió en una leyenda popular utilizada a menudo para asustar a los niños, y que continúa vigente en algunas regiones. Encontramos una mención al pasar a la “lammia” en el relato quinto de la novena jornada del Decamerón, aunque allí aparece asociada con la belleza (“egli è una giovane quaggiù, che è più bella che una lammia”) sin mayores precisiones.[7]

 El relato popular y sus diferentes versiones no interesan tanto para el texto de Poliziano, sin embargo, ya que su intención es usar a las lamias acechantes como metáfora de los hombres que cuestionan todo lo que ven y son incapaces de detectar sus propios errores. En otras palabras, el proverbio “¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo y no le das importancia a la viga que tienes en el tuyo?” (Lc 6:41). La cuestión que le interesa destacar a Poliziano es, sin embargo, mucho más específica. El blanco de su crítica son aquellos filósofos que consideraban que él, en tanto humanista, no estaba capacitado para enseñar los textos lógicos de Aristóteles.

 

Sucedió que estaba caminando por ahí y, al ser visto por algunas de ellas casualmente me rodearon y, como si me reconocieran, me inspeccionaron con curiosidad, como suelen hacer quienes van a comprar algo. Luego se volvieron para susurrar entre sí: “es el mismísimo Poliziano, un hombre dedicado a cosas sin importancia que ahora de repente se presenta como filósofo”. Y se retiraron luego de haber dicho esto, como avispas luego de haber dejado clavado el aguijón. Pero, respecto de lo que dijeron de que yo me presento repentinamente como filósofo, no sé por mi parte si acaso les produce malestar que yo sea filósofo, lo que por cierto no soy, o que quisiera parecer filósofo, cuando estoy muy lejos de serlo.[8] (Lamia, 6)

 

Todo el Lamia es una respuesta a esta acusación que atraviesa distintas instancias.[9] Poliziano no da ningún detalle sobre sus acusadores. Es muy frecuente en los textos humanísticos del Quattrocento encontrar este tipo de descripciones que resaltan los conflictos corporativos entre los diversos grupos que competían por una mayor validación de sus saberes específicos. La acusación más tradicional de los especialistas en los studia humanitatis a los filósofos era la tosquedad de su latín. A su vez, los filósofos replicaban que no era en sí el conocimiento de la lengua ciceroniana o del griego lo que definía y validaba su conocimiento sobre el mundo, sino la profundidad con la que accedían al asunto mismo y la capacidad de raciocinio ordenado que proveía la dialéctica.[10] Poliziano utiliza este argumento en su Praelectio de dialéctica, donde señala que sus maestros de filosofía no eran aquellos ignorantes de la lengua griega y de la forma correcta de usar el latín que se dedican a “ensuciar” la obra de Aristóteles.[11]

 Incluso más allá de esta confrontación, los humanistas se acusaban entre sí frecuentemente por los detalles lingüísticos más insignificantes de las obras de sus colegas, lo que a su vez generaba la acusación contraria por la incapacidad de percibir los errores propios.[12] Esto era particularmente frecuente respecto de los gramáticos, que aparecen en muchos textos de mediados del Quattrocento en adelante como pedantes y obsesivos. Otro grupo caracterizado en muchas invectivas eran los ciceronianos a ultranza, es decir, aquellos humanistas que consideraban que cualquier desviación del estilo de Marco Tulio consistía en un crimen imperdonable. El ejemplo más destacado es el Ciceronianus de Erasmo publicado en 1528, destinado específicamente a este asunto y al problema de evaluar las obras de sus contemporáneos. Poliziano mismo cuestiona a quienes basan su estilo en una lectura demasiado acotada y estrecha de Cicerón en el prólogo a la primera centuria de sus Miscellaneae, dedicado a Lorenzo de Médici:

 

Si mientras tanto algunas desviaciones del estilo ofendieran a alguien, desviaciones quizás no familiares para quienes solo leyeron unas diez páginas de Cicerón y nada más allá de eso, entonces ciertamente apelo para esto a los eruditos, quienes, creo, están obligados a elogiar los puntos que el otro condena. Pero quizás nada es más intolerable que el ser juzgado por un hombre sin educación, que sin embargo se considera a sí mismo doctísimo. (Miscellaneae, Ad Laurentium Medicem Praefatio, 6)[13]

 

Las Miscellanea (un conjunto de ensayos breves sobre cuestiones puntuales de interpretación de textos) son la demostración más acabada del talento filológico de Poliziano. Además de atacar a los ciceronianos estrechos de miras, arremete en el proemio contra cualquiera que sea incapaz de seguir sus razonamientos gramaticales “si algunos aspectos le parecen a alguien quizás insuficientemente explicados, o demasiado difíciles u obscuros de entender, ciertamente aquel no tiene una mente lo suficientemente ágil ni una educación sólida y firme”[14] (Miscellaneae, Ad Laurentium Medicem Praefatio, 7). Resulta interesante, sin embargo, que en el Lamia Poliziano no repita el tópico que enfrentaba al latín perfeccionado de los humanistas al latín “contaminado” de los filósofos. La cuestión que él aborda es mucho más general, y se relaciona con un sentido más amplio de la función de la gramática en la estructura del conocimiento. En pocas palabras, el argumento central del Lamia consiste en afirmar que no es necesario ser filósofo para poder estudiar, comprender y comentar obras filosóficas. En cambio, la clave está en poder descifrar los textos, para lo que se requiere una labor de interpretación que hoy llamaríamos “filológica” pero que en el lenguaje de la época aparece como propia del grammaticus.[15]

 Tal como mencionamos más arriba, el estudio de la dialéctica había sido un aspecto problemático desde el comienzo de los studia humanitatis. Asociada con la teología de inspiración escolástica, se la solía contraponer a la retórica, que estaba asociada con autores paganos como Cicerón y Quintiliano, pero también con modelos cristianos que los humanistas ponían en un lugar de privilegio como Agustín, Jerónimo y Lactancio. La retórica (tanto en sus manifestaciones orales como escritas, y en particular en relación con el ars dictaminis, la escritura de cartas) apelaba a la capacidad de persuadir y de incidir en el mundo circundante más allá del ámbito universitario y de acercarse a espacios vinculados con el poder, ya sea en la participación política directa o en las cortes.[16]

 La propuesta más sistemática para defender el rol de la retórica por sobre la dialéctica aparece en las Dialecticae disputationes de Lorenzo Valla (c.1406-1457). En este texto, el humanista romano presenta a la dialéctica (y por extensión a la filosofía en general) como una parte de la inventio, es decir, un componente de la retórica.[17] Si bien no debe desaparecer, debe ser reducida a lo esencial y asumir dignamente su posición subordinada como auxiliar de disciplinas más importantes. En otras palabras, los excesos en los que incurre la dialéctica se deben a que olvida su lugar en el trivium. Al perder su base gramatical, utiliza un lenguaje opaco y retorcido que entorpece el razonamiento, y, al querer superar a la retórica robándole sus atributos, distorsiona su función y se arroga una capacidad de persuasión de la que inherentemente carece.

 Comparado con Valla, sin embargo, Poliziano (como Pico o Ficino) tiene una actitud mucho menos beligerante y mucho más abierta hacia el conocimiento de la dialéctica.[18] Esto se evidencia en el tono mismo del Lamia, que, si bien no carece de ataques a sus detractores, desarrolla en un estilo humorístico muy distinto de la acritud de su antecesor.[19] Tal como señala Celenza (2010b, 23), el Lamia por momentos parece aproximarse a un monólogo cómico en la forma en la que interpela a sus oyentes:

 

Si se hubiera encontrado alguna vez con un gallo con plumas y alas blancas, lo hubiera puesto por delante de sí mismo y amado como a un hermano gemelo. Si no temiera que estallen en carcajadas, como ya pienso que están tentados de hacer a escondidas, narraría otra cosa más. La narraré de todas formas. Ustedes ríanse a voluntad.[20] (Lamia, 10-11).

 

Pese a los numerosos ejemplos ridículos que asocia con los orígenes de la filosofía, en ninguna medida el Lamia es una sátira destinada a cuestionar su importancia o su necesidad. Muy al contrario, Poliziano exalta la figura del filósofo como un ideal que él no puede alcanzar, y da a entender que también sus detractores contemporáneos están muy lejos de hacerlo. Esta ambivalencia y las alternancias del estilo no son aspectos menores del texto: expresan una actitud hacia el saber que busca diferenciarse de una tradición excesivamente orientada hacia la sacralización de la auctoritas y de un estilo cerrado y oscuro que solo podía ser captado por especialistas en escolástica. Esta crítica, sin embargo, no se orienta solo hacia los teólogos aristotélicos universitarios, sino que parece abarcar también a Marsilio Ficino, quien colocaba a Pitágoras como uno de los referentes principales de la prisca theologia y recomendaba para sus discípulos prácticas igualmente contrarias al sentido común.[21] Para Poliziano la sabiduría y la urbanitas iban de la mano.

 Está claro que la comicidad de Poliziano y su deseo de revelar al público el conocimiento que ha adquirido de la manera más abierta posible se contrapone a la actitud de los filósofos-lamias. Estos filósofos no solo son incapaces de percibir sus propios errores, sino que además se mueven en el ámbito público cubiertos bajo una máscara:

 

Les pregunto a ustedes, hombres florentinos: ¿acaso vieron alguna vez estas lamias, que desconocen sus cosas y especulan sobre las de otros? ¿Lo niegan? Y sin embargo son frecuentes en las ciudades, y en la vuestra, caminan enmascaradas. Crees que son hombres, pero son lamias.[22] (Lamia, 5).

 

Así como el texto se inicia con la presentación de las lamias y su uso metafórico, cierra con otra fábula, tomada en este caso de los Discursos de Dión Cristóstomo. En el relato, una lechuza demuestra tener un conocimiento superior al del resto de las aves porque evita hacer su nido en un roble y aconseja al resto imitarla. Al desoír su consejo, las aves quedan adheridas a la savia viscosa que secreta este árbol y son capturadas fácilmente por los hombres. El objetivo del relato es doble: por un lado, sirve para demostrar la importancia de oír el consejo de los sabios. Pero, en un segundo nivel, Poliziano utiliza la fábula para cerrar su praelectio de la siguiente forma: “Pues aquellas viejas lechuzas eran verdaderamente sabias; ahora existen muchas que tienen las plumas, los ojos y el rostro de lechuza, pero no la sabiduría.” (Lamia, 82).[23]

 El ethos de Poliziano como orador se define en gran parte por contraste con estas figuras enmascaradas y traicioneras. En diversos pasajes hace gala de su apertura a las críticas, y señala la limitación de sus conocimientos (al mismo tiempo que destaca el número y la calidad de sus lecturas). El tópico de la hipocresía de los pseudo-sabios tenía mucho desarrollo en el Quattrocento y será uno de los aspectos que retoma Erasmo en su Elogio de la locura. En un contexto de renovación de los saberes, la crítica a aquellos demasiado cortos de miras para aceptar la posibilidad de cometer errores se vuelve especialmente importante. La tarea del humanista no es solo la de recuperar lo más valioso del saber de la Antigüedad, sino también desenmascarar a todos aquellos que pretendan obturar el desarrollo de este conocimiento por egoísmo o narcisismo.

 En el caso del Lamia, Poliziano busca desarticular el movimiento por el cual sus adversarios le niegan el derecho a enseñar filosofía y lo acusan de ponerse una máscara que no le corresponde. Con este propósito, retoma una pregunta elemental: ¿qué es un filósofo? ¿Es filósofo quien se proclama a sí mismo como tal? ¿Es filósofo quien puede demostrar una afiliación a una escuela filosófica (o a un maestro) en particular? ¿Es el filósofo una guía para la virtud, o es solo un especialista en una rama puntual del saber?

 Además de la alegoría de la caverna (en el que los hombres ignorantes y encadenados son comparables a las lamias traicioneras que atacan a Poliziano porque atacan a aquel que vio la luz), Poliziano retoma la famosa historia de Pitágoras frente a Leonte, tirano de Fliunte, que aparece también en el proemio de las Dialecticae disputationes de Valla. Allí, según cuenta la tradición, Pitágoras habría definido al filósofo como aquel que va a contemplar los juegos y las actividades humanas sin buscar una ganancia.[24] La capacidad del verdadero filósofo para contemplar de forma desapasionada y comprometida se contrapone con las pasiones bajas del resto. Este movimiento retórico deja planteada una pregunta implícita en el Lamia: ¿es el filósofo quien puede formular de la mejor forma posible la pregunta por el ser mismo de la filosofía? En su praelectio, Poliziano muestra que la manera óptima de encarar la cuestión surge de la capacidad retórica para hilar y vincular testimonios y ejemplos de autores griegos y latinos de distintos períodos sin afirmar la superioridad de ninguno de ellos. En otras palabras, se trata de una forma de curiositas filológica que se contrapone a la mirada escrupulosa y envidiosa de las lamias. Con el objetivo de realzar la importancia del saber gramatical, Poliziano destaca su capacidad para abordar textos complejos, y lo demuestra citando fuentes poco habituales a lo largo de sus textos. Por ejemplo, elige relatar la alegoría de la caverna que se encuentra en la República de Platón (que ya había sido traducida al latín más de una vez en el Quattrocento) a partir del Protréptico de Jámblico.

 En resumen, lo que demuestra Poliziano tanto en el Lamia como en muchos de sus textos es su capacidad crítica para moverse entre los distintos saberes especializados asociados con la renovación humanística. En este sentido, esta praelectio es una defensa de la filosofía (y de la dialéctica) realizada con experticia oratoria y basada en el conocimiento filológico provisto por la gramática. Es esta última disciplina la que termina convirtiéndose en la ordenadora de las demás, ya que es la herramienta principal para quien debe comentar y explicar un texto arduo como los Primeros analíticos.

 

 

Sobre esta traducción

 

La traducción del Lamia que presentamos aquí está basada en el texto de la edición crítica de Wesseling (Poliziano 1986), que también puede encontrarse en la edición bilingüe latín-inglés de Cristopher Celenza (2010). Seguimos la numeración en 82 secciones breves de Celenza. Buscamos mantener la mayor proximidad posible al texto latino, lo que resulta factible en la mayor parte del texto, ya que Poliziano no emplea muchos juegos de palabras u otros giros intraducibles.

 Existe al menos una traducción previa del texto al español a cargo de Pedro Rodríguez Santidrián e incluida en el libro Humanismo y Renacimiento (Poliziano 1986b), aunque esta traducción no contiene la totalidad de la praelectio y fue elaborada sobre la base de una edición anterior a la de Wesseling.[25] Además, no cuenta con una división en secciones equivalente a la de Celenza. A diferencia de Rodríguez Santidrián, nosotros hemos mantenido la palabra “lamia” en vez de traducirla por “bruja” y hemos incluido más notas para explicitar las fuentes de Poliziano. Por último, nuestra traducción aspira a ser más literal que la de Rodríguez Santidrián.

 

Bibliografía primaria

 

Celenza, C. (ed.). 2010, Angelo Poliziano’s Lamia text, translation, and introductory studies, Leiden, Boston: Brill.

Erasmo de Rotterdam, D. (2007), Elogio de la locura, traducción de Martín Ciordia, Buenos Aires: Colihue.

Ficino, M. (1998), Three Books on Life, edición bilingüe latín-inglés de John Richard Clark, Tempe: Medieval & Renaissance Texts & Studies.

González Rolán, T., A. Moreno Hernández, y P.S. Suárez-Somonte (eds). (2000), Humanismo y teoría de la traducción en España e Italia en la primera mitad del siglo XV: edición y estudio de la controversia alphonsiana: (Alfonso de Cartagena vs. L. Bruni y P. Candido Decembrio), Madrid: Ediciones Clásicas.

Ovidio, P. M. (1992), Tristes. Pónticas, traducción de José González Vázquez, Madrid: Gredos.

Plutarco de Queronea. (1995), Obras morales y de costumbres (moralia), traducción de Rosa María Aguilar, vol. VII, Madrid: Gredos.

Poliziano, A. (1925), Le selve e la Strega (1482-1492), edición de del Lungo, I., Florencia: Sansoni.

Poliziano, A. (1986), Lamia, edición de Wesseling A., Leiden: Brill.

Poliziano, A. (1986b), “Lamia o ‘La bruja’. Introducción a los “Pryora Analitica” de Aristóteles”, en Rodríguez Santidrián, P. (ed.), Humanismo y Renacimiento, Madrid: Alianza, 87-113.

Poliziano, A. (2004), Silvae, edición bilingüe latín-inglés de Charles Fantazzi, Cambridge: Harvard University Press.

Poliziano, A. (2020), Miscellanies, edición bilingüe latín-inglés de Andrew R Dyck y Alan Cottrell, vol. 1, Cambridge: Harvard University Press.

Valla, L. (2012), Dialectical disputations, edición bilingüe latín-inglés de Brian Copenhaver y Lodi Nauta, Cambridge: Harvard University Press.

Virgilio, P. (1992), Eneida, traducción de Javier de Echave-Sustaeta, Madrid: Gredos.

Virgilio, P. (1994), Geórgicas, traducción de Jaime Velázquez, Madrid: Cátedra.

 

Bibliografía secundaria

 

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Borelli, M. (2019), “Angelo Poliziano y las praelectiones a sus cursos sobre Aristóteles: una concepción de la filosofía”, ponencia presentada en I Congreso Internacional de Ciencias Humanas, Escuela de Humanidades, Universidad Nacional de San Martín.

Camporeale, S. (2001), “Poggio Bracciolini contre Lorenzo Valla. Les ‘Orationes in Laurentium Vallam’”, en Mariani-Zini, F. (ed.), Penser entre les lignes. Philologie et philosophie au Quattrocento, Lille: Presses Universitaires du Septentrion, 251-73.

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Codoñer, C. (2003), “Gramática y educación en Juan Luis Vives”, en Grau Codina, F. (ed.), La Universitat de València i l’humanisme: Studia Humanitas i renovació cultural a Europa i al Nou món, València: Universitat de València, Departament de Filologia Clàssica.

Edelheit, A. (2015), “Poliziano and Philosophy: The Birth of the Modern Notion of the Humanities?”, Traditio, 70, 369-405.

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Hankins, J. (1990), Plato in the Italian Renaissance, Leiden: Brill.

Mack, P. (2011), A History of Renaissance Rhetoric, 1380-1620, Oxford: Oxford University Press.

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Verde, A. (1977). Lo studio fiorentino, 1473-1503, vol. 1, Florencia: Olschki.

 

 

Lamia. Lección inaugural del curso de 1492 de Angelo Poliziano sobre los Primeros analíticos de Aristóteles en el Studium florentino.

 

[1] Es agradable narrar brevemente una historia que, como dice [Horacio] Flaco, sea pertinente para el tema,[26] ya que las historias, incluso aquellas que son consideradas propias de ancianas, a veces no solamente sirven como un comienzo, sino también como un instrumento de la filosofía.

[2] ¿Escucharon mencionar alguna vez a las lamias? Yo era aún un niño cuando mi abuela contaba que en los lugares desiertos se encontraban algunas lamias que se tragaban a los niños llorones. Yo tenía un absoluto temor a las lamias, era lo que más miedo me daba. Junto a mi pequeña casa de campo en Fiesole está Fonte Lucente (así es que se llama), escondida en la sombra. Allí es que, según dicen, las mujercitas que van a buscar agua se encuentran ahora las lamias.

[3] Como dice Plutarco de Queronea (y no sé si existe un hombre más docto o acaso más serio) la lamia tiene ojos removibles, esto es, puede extraérselos y reemplazarlos cuando lo desea, de manera similar a lo que hacen los ancianos con los lentes que utilizan para ayudar su vista debilitada por la edad, que cuando quieren mirar algo se los colocan sobre la nariz con una especie de pinza, y cuando ya han visto suficiente, se los quitan y los guardan en el estuche. Algunos incluso hacen algo similar con los dientes, que se quitan a la noche lo mismo que la toga, como también hacen sus esposas con sus pelucas de rulos colgantes. [27]

[4] Pero, cada vez que la lamia sale de su casa, se coloca sus ojos, y vaga afuera por las plazas, las calles amplias, las encrucijadas, los callejones, los altares, las termas y los comedores. Pasa por todas las reuniones, y analiza cada una, la escruta e indaga; nada está tan bien cubierto como para que se le escape. Creerías que tiene los ojos de las aves de presa o también de un espía, como la viejita plautina.[28] Ninguna cosa pequeña se le escapa, ninguna evade esos ojos sin importar qué tan recóndito sea su escondite. Luego, cuando regresa, en el mismo umbral de su casa se quita los ojos y los guarda en una caja. Así es que siempre en la casa está ciega, pero siempre está fuera con los ojos puestos.

[5] ¿Quizás preguntas qué es lo que hace en su casa? Se sienta largamente tejiendo, y en el ínterin canturrea. Les pregunto a ustedes, hombres florentinos: ¿acaso vieron alguna vez estas lamias, que se desconocen a sí mismas y a sus cosas y especulan sobre las de otros? ¿Lo niegan? Y sin embargo son frecuentes en las ciudades, y en la vuestra, caminan enmascaradas. Crees que son hombres, pero son lamias.

[6] Sucedió que estaba caminando por ahí y, al ser visto por algunas de ellas casualmente me rodearon y, como si me reconocieran, me inspeccionaron con curiosidad, como suelen hacer quienes van a comprar algo. Luego se volvieron para susurrar entre sí: “es el mismísimo Poliziano, un hombre dedicado a cosas sin importancia que ahora de repente se presenta como filósofo”. Y se retiraron luego de haber dicho esto, como avispas luego de haber dejado clavado el aguijón. Pero, respecto de lo que dijeron de que yo me presento repentinamente como filósofo, no sé por mi parte si acaso les produce malestar que yo sea filósofo, lo que por cierto no soy, o que quisiera parecer filósofo, cuando estoy muy lejos de serlo.

[7] Veamos por lo tanto primero qué es este animal que los hombres llaman “filósofo”. Entonces, espero, entenderán fácilmente que no soy un filósofo. Y no digo esto porque yo crea que ustedes lo creen, sino para que nadie eventualmente lo crea; tampoco lo digo porque este nombre me avergüence (si solamente pudiera estar a su altura), sino porque me abstengo voluntariamente de apropiarme de un título que corresponde a otros. “No sea que provoquemos risa como aquel pequeño cuervo cuando un grupo de aves vino a reclamar sus plumas”.[29] Por lo tanto, primero trataremos sobre si acaso ser filósofo es algo feo y malo. Mostraremos aquí que no lo es, y luego, hablaremos un poco sobre nosotros mismos y de nuestra profesión.

[8] Oí que en Samia alguna vez existió cierto maestro de la juventud, vestido siempre de blanco y con una gran y conspicua cabellera, nacido y a menudo renacido, y que era reconocible por su pierna dorada.[30] Su nombre era “Él mismo”, y ciertamente así lo llamaban sus discípulos.[31] Pero estos discípulos, cuando eran recibidos por él, inmediatamente eran reducidos al silencio. Si oyeran los preceptos de “Él mismo” estoy seguro de que estallarían en carcajadas. Mencionaré algunos de todas maneras.

[9] “Al fuego”, decía, “no lo atacarás con la espada”. “No saltarás sobre la balanza”, “no comerás cerebro”, “tampoco comerás corazón”. “No te sentarás en la sexta parte”. “Transportarás la malva, pero no la comerás”. “No hablarás de frente al sol”. “Evitarás el camino real, caminarás por senderos”. “Cuando te levantes del lecho, doblarás las sábanas y borrarás las marcas del cuerpo”. “No llevarás anillo”. “También borrarás la marca de las ollas en las cenizas”. “No admitirás ruiseñores dentro de la casa” “No orinarás de frente al sol”. “No te mirarás en un espejo a la luz de la lámpara”. “Te calzarás primero el pie derecho, te lavarás primero el pie izquierdo”. “No mojarás con orina los restos de tu cabello y tus uñas cortadas, pero escupirás sobre ellos”. [10] Siempre se abstenía de comer porotos, como los judíos se abstienen de comer puerco. Si se hubiera encontrado alguna vez con un gallo con plumas y alas blancas, lo hubiera amado ininterrumpidamente en lugar de un hermano gemelo.

[11] Si no temiera que estallasen en carcajadas, como ya pienso que están tentados de hacer a escondidas, narraría otra cosa más. La narraré de todas formas. Ustedes ríanse a voluntad. Este hombre enseñaba también a las bestias, tanto a las fieras como a las domésticas. Y ciertamente uno recuerda a cierta osa de Daunia, de un tamaño horrible y de una ferocidad formidable, que era peste virulenta del ganado y de los hombres. Este hombre (si en verdad “Él mismo” era solo un hombre) la llamó gentilmente, la acarició con la mano, y la llevó un día a su casa, y la alimentó con pan y manzanas. Luego la dejó libre, habiéndole hecho jurar que no tocaría a otro animal luego de esto. Aquella osa partió a sus montes y vivió pacíficamente en los bosques, y no dañó a otro ser viviente.

[12] ¿Quieren escuchar también sobre una vaca? De casualidad vio una vaca de Tarento en las pasturas comiendo los brotes verdes de un campo de porotos, y le rogó al vaquero que le dijera a su vaca que dejara de comerse sus campos. Así es que el vaquero se burló de él diciendo: “pero no hablo vacuno, si tú lo hablas, podrás aconsejarla mejor”. Sin demora, “Él mismo” se acercó y habló en el oído de la vaca por unos instantes, ordenó que no solamente en el presente, sino que a perpetuidad se abstuviera de pastar los brotes de porotos. Así es que aquella vaca de Tarento envejeció con dulzura en el santuario de Juno, donde comía lo que la feliz turba, que la consideraba sagrada, le ofrecía con frecuencia.

[13] Así es que “El mismo”, profesor y vendedor de una sapiencia tan portentosa, fue interrogado una vez por Leonte, tirano de Fliunte, acerca de qué clase de hombre era. Él respondió que era un filósofo.[32] Le preguntó de nuevo qué quería decir aquel nombre inaudito (pues “Él mismo” lo había inventado en ese instante). Respondió que la vida del hombre es como la feria en la que se celebran con las máximas pompas los juegos de toda Grecia. Muchos mortales confluyen allí por una causa u otra. [14] Algunos venden su mercadería y sus chucherías, para lo cual establecen pequeñas tiendas por todas partes como si tendieran trampas y redes para atrapar monedas; otros van para mostrarse y exhibir sus destrezas. En ese lugar, por lo tanto, podemos ver tanto al que lanza lejos el disco, al que levanta un gran peso, al que salta una larga distancia, al que vence a muchos en la lucha, y al que pasa volando muy por delante del resto en las carreras. Allí el equilibrista usa la soga, el acróbata se lanza al aire, el prestidigitador hace sus trucos, el envenenador sopla,[33] el adivinador alucina, el recitador dice tonterías, el charlatán estafa, el gladiador esquiva los golpes, el orador lisonjea, y el poeta miente.

[15] Además, decía luego, hay otros hombres, educados en las artes liberales, que van junto a aquellos juegos para visitar lugares y ver hombres desconocidos, técnicas, inventos ingeniosos y la obra nobilísima de los artesanos. Así sucede en esta vida, en la que hombres con intereses diferentes confluyen: a algunos los mueve el deseo de dinero, a otros la búsqueda de placeres, a otros el deseo de liderazgo y de poder, a otros los agitan los estímulos de la gloria, y otros son atraídos por la sensualidad de los placeres.

[16] Pero entre todos estos sobresalen los que son más moralmente rectos, que son aquellos que están satisfechos con reflexionar sobre las cosas más hermosas, y observar el cielo, el sol, la luna y el coro de las estrellas; el sol, que es la fuente misma de la luz, la luna, tan variable e inconstante, que extrae de su luz del sol; las estrellas, de las que algunas vagan libremente y otras quedan atadas siempre a un recorrido, pero todas son movidas en su conjunto. Sin embargo, este orden posee belleza, puesto que participa del primer principio inteligible, el que según “El mismo” era comprensible por la naturaleza de los números y de la razón. Esta naturaleza racional va y viene por el universo, manteniéndolo unido por cierto orden secreto o por cierta belleza. Por lo tanto, más allá de cuantas sean las cosas existentes que sean hermosas, divinas y puras (es decir, que estén en la fuente misma de todo) y que completen el mismo movimiento, el conocimiento de estas cosas es llamado sofía (cuyo equivalente en latín es sapientia), y el que estudia esta sofía fue llamado por él filósofo.

[17] Sin embargo, en otro tiempo, en la época antigua, se acostumbraba a llamar sabios incluso a quienes eran habilidosos en artes mecánicas, de ahí que el poeta Homero también llama sabio al carpintero. Pero apareció cierto anciano ateniense de aspecto eminente y de hombros altos, al que según dicen, los hombres consideraban nacido de Apolo.[34] Este negó que aquellas artes que servían a los intereses de la vida, o que son necesarias, útiles, elegantes, divertidas, o de ayuda para ella, fueran propias de los sabios. Pero, dijo, la ciencia de los números es el instrumento propio de la filosofía, ya que si los removieras de la naturaleza humana, la razón perecería.

[18] Sin embargo, aquel no consideraba a los números como algo corpóreo, sino como el origen mismo y el poder de lo par y de lo impar, al punto de que están en armonía con la naturaleza de las cosas. Decía también que, luego de entender los números, la mente estaba vacía [de errores] para entender la génesis de los dioses y de los seres animados, que es llamada teogonía y zoogonía, y también para el entendimiento de los cuerpos celestes y del circuito de la luna, que circunscribe los meses y provoca el plenilunio, y para tratar de entender la órbita del sol cuyo movimiento causa los solsticios de invierno y de verano, y los cambios de las noches y de los días, así como las cuatro estaciones; a esto [se agrega] el movimiento errante de los cinco astros vagabundos (aunque en rigor no son errantes en absoluto), y sus orbitas, su progresiones y lugares donde se detienen; y agregaba a esto los astros que tienen un lugar fijo y que con una velocidad admirable son arrastrados y movidos en la dirección opuesta con el movimiento del cielo. [19] Él decía que a esto convenía sumar la llamada “geometría” (un nombre ridículo), en la que se busca la similitud de los números progresando de los planos a los sólidos, de donde se disciernen las razones que componen toda la ciencia de los sonidos.

[20] Sin embargo, aquel arte que diferencia lo verdadero de lo falso es también desde un principio necesario para refutar al que miente. En el mismo sentido, pero en la dirección opuesta existe aquella forma de vanidad muy empleada que no sigue este arte, sino que lo simula, y que emplea trucos para ocultar su verdadero aspecto.[35] [21] Para que el filósofo pueda alcanzar la comprensión de la naturaleza eterna, que no oscila entre la corrupción y la generación, este hombre decía que era necesario recorrer el camino que hemos explicado y aprender estas disciplinas, sean fáciles o difíciles, o en su defecto invocar a dios o a la fortuna.

[22] Pero este tan excelente hombre viejo afirmaba también que es conveniente que el filósofo nazca de un matrimonio sagrado, esto es, de los mejores padres. No de todos los leños se hace [una estatua de] Mercurio, solía decir.[36] Las ramas y brotes de mala condición y retorcidos por naturaleza casi nunca pueden enderezarse, aunque se los trate y se los enderece con la mano, sino que retornan a su estado. De la misma forma, aquellos que no nacieron de padres dignos ni fueron educados en las artes liberales miran continuamente a la tierra, esto es, aman las ocupaciones viles y no dirigen su alma a las cosas sublimes, y jamás andarán derechos ni serán libres.

[23] Si, además, para los de la Élide y para los pisanos, entre los cuales se solían celebrar los juegos olímpicos, no se aceptaba que nadie se desnudara para la lucha si no podía mostrar que sus padres y su estirpe carecían de toda mancha (pese a que este certamen era de cuerpos y no de almas), y no se aspiraba a otro premio que a la corona de oliva, ¿por qué (decía este hombre viejo) no se habrá de observar lo mismo en la lucha por la virtud?

[24] Además, decía que la misma persona que busca celosamente la verdad aspira a tener tantos socios y asistentes como sea posible para este mismo esfuerzo, y que sucede lo mismo en la filosofía que en la caza: si alguno va solo a la caza de un animal salvaje, o nunca lo alcanza o solo lo hace con dificultad, mientras que quien convoca a otros cazadores encuentra fácilmente el cubil de la fiera. Y de esta forma, en esta “cacería” de la verdad son muy comunes los lugares empinados y ásperos, rodeados de árboles y de horrendas sombras, que no puedes inspeccionar solo.

[25] Pero, así como ciertos signos fueron reconocidos como propios de ciertas familias, como el ancla entre los seléucidas, o el hombro de mármol entre los pelópidas, o la barba roja de los enobarbos, así es que todos los filósofos deben tener esto como divisa principal: odiar las mentiras, amar la verdad, incluso si hay cierto tipo de mentiras que son congruentes con el filósofo. Esto sucede cuando el filósofo se rebaja a sí mismo y a sus cosas, tal como hizo Sócrates, que usó con elegancia la ironía frente a los sofistas fanfarrones, sus adversarios, para que al ser refutados por un hombre que se presenta a sí mismo como inexperto comprendieran hasta qué punto no sabían nada en absoluto. En verdad, aquellos que desvergonzadamente proclaman de sí mismos poseer algo de lo que están en realidad muy lejos son molestos en cualquier disciplina, pero particularmente en esta.

[26] Ciertamente, también el amor al dinero debe estar ausente, y [el filósofo] no buscará obtener nada más allá de lo que es necesario para el ocio propio de la filosofía. Pues nunca será para mí un hombre bueno quien vuelve sus ojos de la rectitud moral hacia el esplendor del oro, quien en negocios turbios ensucia su confianza y su integridad; pues así como el oro es probado por el fuego, así es que estos hombres son probados por el oro.

[27] Pero el filósofo no intentará indagar en los secretos de nadie con curiosidad y escrupulosidad (como aquellas a la que llamamos lamias), ni buscará conocer lo que pasa a puertas cerradas ni ser temido por eso. Así es que el filósofo juzgará sabio a Esopo, quien decía que todo hombre debe llevar dos alforjas, o si se prefiere, bolsas, una atrás y otra adelante, esto es, una en la espalda y otra en el pecho.[37] Cada bolsa está colgando llena de vicios, pero la de la espalda lleva los vicios propios, mientras que la del pecho los vicios de otros. De ahí que los hombres, que no pueden ver sus vicios, ven los de los otros. ¡Si solamente se cambiaran de lugar estas alforjas, para que cada hombre pueda ver sus vicios y no los de otros!

[28] Tal imagen del verdadero y legítimo filósofo delineó para nosotros aquel anciano ateniense, quien tanto por la cabeza como por el pecho se irguió por sobre todos los demás. Siempre, en vida, decía pensar en la muerte, sin embargo, también decía que en esta vida solo el filósofo era feliz y beato. Por lo escasísimos que son, encontrarlos es más raro que encontrar un cuervo blanco. Ahora, si yo dijera u opinara que soy como este filósofo que he descrito, sería más tonto que Corebo,[38] pues apenas si toco las disciplinas que competen al filósofo, y estoy muy lejos de las virtudes y costumbres que mencioné.

[29] Pero finjan que yo fuera de este modo. ¿Debo ser culpado a causa de esto? ¿Acaso la filosofía es un arte malvada y vana? Ciertamente sé que alguna vez fue vista así por algunos, especialmente por los poderosos. Se dice que Agripina, descendiente de Augusto y madre de Nerón, lo removió del estudio de la filosofía porque era inútil para el ejercicio del poder. Domiciano expulsó a los filósofos de Roma y de Italia, por ningún otro crimen que el de ser filósofos. Los atenienses le dieron cicuta a Sócrates, el padre mismo de la filosofía.

[30] La alguna vez riquísima ciudad de Antioquía persiguió con burlas y maldiciones a Juliano, emperador de los romanos, por el único motivo de que era filósofo y se dejaba crecer la barba siguiendo la costumbre de los filósofos antiguos. ¿Por qué aquel tirano bárbaro había destinado al fuego todos los libros de los filósofos? Y los hubiera quemado de no ser porque la invención virtuosa (si bien un poco excesiva) de Al-Ghazali cambió su opinión cuando comenzó a ejecutar su plan.[39] Pero estas cosas no me sorprenden. Las costumbres pecaminosas de los facinerosos corrompidos por la sensualidad y el lujo no pudieron soportar el rigor de la filosofía.

[31] Me sorprende más que en tantas ocasiones la filosofía haya sido también atacada por algunos hombres buenos y doctos y (lo que me resulta indignante) que lo hicieran en busca del favor del pueblo, extrayendo de estos ataques grandes elogios. Pues también el romano Hortensio, hombre elocuentísimo y muy noble, aunque vituperó la filosofía, mereció que Cicerón escribiera un libro con su nombre y lo dejara como ilustre para la posteridad. Y aquel Dion de Prusa, que en la antigüedad fue llamado “boca de oro”, no tiene ningún discurso más elocuente (de entre los muchos que produjo) que aquel dedicado a atacar la filosofía.[40] [32] Y Aristófanes, el autor de comedias antiguas, en ninguna de sus historias obtuvo tanta gracia o aceptación como en aquella que tituló Nubes, en la que describe al filósofo Sócrates de forma hilarante y lo muestra midiendo los saltos de una pulga. Pero incluso Arístides pareciera a mi juicio ser más celebrado por aquel discurso que escribió en contra de Platón y en favor de cuatro nobles atenienses que por los muchos otros discursos que compuso, y esto pese a que el que escribió en contra de Platón carece de arte y no satisface los requisitos de ninguna forma retórica. Sin embargo, brilla con cierta belleza secreta y deleita admirablemente con los nombres y las palabras que emplea. ¿Qué pasa, sin embargo, con aquel Timón de Fliunte, quien compuso el Sillos, una obra llena de acidez? ¿No ganó un gran nombre para sí a partir de burlarse de los filósofos?

[33] Lo que algunos critican no debe parecer siempre algo malo para el resto. Pues todos creen que el sabor dulce es el mejor de todos, pero para algunos, incluso para hombres valerosos, no es tan grato. De esta forma, las pequeñas conversaciones y chismes de estos hombres son como sombras. Así como, aunque la sombra se reduzca o aumente de tamaño, el cuerpo que la produce no disminuye ni aumenta, por lo que no se hace mejor alguien por ser elogiado por el vulgo ni peor por ser vituperado por él. [34] Pues si no es filosofando, no se vive de acuerdo con la virtud del alma. Puesto que, si vivimos gracias al alma, así es que vivimos bien por la virtud del alma, del mismo modo en que si vemos con los ojos, vemos bien gracias a la virtud de los ojos. Quien, por lo tanto, no desee vivir bien, entonces que no haga filosofía; quien quiere vivir torpemente, este que no siga este camino.

[35] Así es que vienen a la mente los dichos de oro del pitagórico Arquitas, seleccionados de aquel libro que tituló De la sabiduría, y que, si no es inconveniente, citaré en latín. Dice así: “la sabiduría es lo más sobresaliente en todas las cosas humanas, como la vista entre los sentidos, la mente en el alma, el sol entre las estrellas. Pues la vista se extiende hacia las distintas formas de las cosas a una distancia enorme, y la mente, como una reina, consigue cualquier tarea que se proponga con el pensamiento y la razón como una especie de visión o de poder para alcanzar lo más admirable. El sol es como el ojo y el alma de toda la naturaleza, por el que todas las cosas son vistas, son generadas, son nutridas, crecen y se mantienen cálidas. [36] Verdaderamente el hombre es el más sabio entre los seres animados. Ciertamente tiene aquella fuerza con la que puede observar todas las cosas y extraer de todas ellas el saber y la prudencia. El Dios supremo imprimió y estampó en él la razón universal, de donde se distinguen las especies de cada cosa, y en donde existen los significados de todos los sustantivos y verbos, así como ciertos lugares son designados por los sonidos de las palabras”.[41] Hasta aquí Arquitas.

[37] Para mí, esto tiene el aspecto de ser cierto: quien no desea filosofar no desea ser feliz. Pues somos felices cuando poseemos muchos bienes, pero estos bienes no solo deben estar presentes si no que deben sernos útiles, y no pueden sernos útiles si no los usamos. Al mismo tiempo, el conocimiento nos sirve para usar los bienes, y dado que la filosofía aspira al conocimiento, o de hecho lo domina, resulta entonces necesario que para lograr ser felices debamos filosofar. Pero, pregunto, ¿nos preocupamos por nuestras cosas, esto es nuestro cuerpo y nuestras riquezas, pero diferimos ocuparnos de nosotros mismos, es decir, de nuestra alma? Como del cuerpo se ocupa la medicina, así la filosofía del alma.

[38] Pero dado que nuestra alma está dividida o en tres partes o fuerzas (la razón, la ira y el deseo), la primera de ellas divina, las siguientes casi animales, entonces, pregunto: ¿seremos blandos en la forma en la que educaremos al deseo, aquella bestia de muchas cabezas, y la ira, que es como un león enfurecido, mientras que la razón, que es propiamente lo que define al hombre, la dejaremos hambrienta, sorda y casi muerta para que aquellos dos monstruos gemelos la desmiembren y descuarticen como a Hipólito en el mito?[42]

[39] Puesto que, si rehuimos la vida solitaria y seguimos la que es civil y urbana, ¿no pensamos acaso que hay artes que proveen las cosas convenientes para la vida en la ciudad, y que existen otras que utilizan estos bienes, y a su vez otras que son útiles para servir, y otras que son para gobernar, y que es entre estas últimas artes, que puede decirse que son más nobles, se encuentra el bien en sí mismo? Pero una sola tiene el juicio recto y utiliza la razón misma para contemplar la totalidad de los bienes, y puede hacer uso o dominar cualquier cosa por su propia naturaleza. Solo la filosofía se ajusta a esta descripción. ¿Por qué, entonces, avergonzarse de filosofar?

[40] Dices sin embargo que entender la filosofía es excesivamente difícil. Al contrario, si sigues sus huellas, casi no hay arte que sea más fácil de comprender. Las primeras cosas son siempre más fáciles de conocer que las posteriores, y lo mismo sucede con las cosas que tienen una mejor naturaleza que otras. Que también conste este otro argumento a favor de la facilidad de la filosofía: que alcanza rápidamente su mayor punto de desarrollo sin la promesa de ninguna recompensa.

[41] ¿Y cuántos hay de entre los hombres ingeniosos sin tiempo libre que han deseado tenerlo para filosofar? Y esto no lo harían si filosofar fuera una tarea ardua y no un placer. ¿Cómo es entonces que siempre podamos ejercitar este estudio, para el cual no se necesita ninguna herramienta externa, y que no es incongruente con ningún lugar? En cualquier lugar donde estés, la verdad estará esperando.

[42] Pero el problema no es que la filosofía sea algo extremadamente difícil de aprender, sino más bien que no se muestra de forma abierta y expuesta a cualquiera. Se impone a los vigilantes, no a los durmientes. Pues somos tan ridículos como para cruzar las columnas de Hércules o incluso navegar por el Indo motivados por la forma más baja de avaricia, pero para alcanzar la filosofía no toleramos siquiera algunas horas de vigilia durante el invierno.

[43] Sin embargo, puesto que dijimos que el placer que existe en la filosofía es enorme (lo que puedes comprender fácilmente), imagina a alguien que no saboree todas estas delicias que fluyen a su alrededor, y que carezca por completo de prudencia. ¿Acaso alguien querrá vivir esta vida? Por mi parte, no lo creo, como no creo que nadie elegiría estar siempre ebrio, ni ser siempre un niño, ni dormir siempre como Endimión. Aunque existen algunas cosas que producen regocijo en el sueño, son sin embargo regocijos falsos, ilusorios, imaginarios y no son sólidos ni reales.

[44] ¿Por qué, sin embargo, todos tememos a la muerte? Porque, creo, lo que se ignora, como lo que es oscuro y tenebroso, resulta aterrador para cualquiera, así como al contrario resulta amable lo que se entiende, lo que se expone a la luz y lo que reluce. De ahí que, a mi juicio, veneremos a nuestros padres especialmente: porque nos dieron el beneficio de que podamos ver este sol, estas estrellas y esta luz. Por esto nos deleitamos especialmente con las cosas a las que estamos acostumbrados, así como amamos más a aquellos con los que tratamos por un período considerable, y de entre la gente llamamos amigos a los que nos son conocidos.

[45] Por lo tanto, si las cosas que son conocidas nos causan placer, ¿por qué no daría placer el conocimiento y el saber mismo? Pero este placer es especialmente propio de la filosofía. Por lo tanto, ninguna otra cosa debe hacerse en esta vida, y no hay nada más que deba ser deseado fuera de descansar en la filosofía como en un puerto seguro.

[46] Les pido que pongamos la vida humana frente a nuestros ojos. ¿Qué cosa es además de una sombra vacía o, como dice Píndaro de forma más expresiva, el sueño de una sombra?[43] “El hombre es una burbuja”, dice el antiguo proverbio. ¿No es cierto que somos vencidos en fuerza por un elefante o en velocidad por un pequeño conejo? ¡La gloria más fastuosa, a la que habitualmente nos entregamos por completo, no es otra cosa que meras naderías! ¡Nada más que una nube!

[47] Si observas algo de lejos parece ser enorme, pero cuando te acercas, se vuelve minúsculo. Además, la armonía y dignidad del cuerpo nos parece hermosa porque no la observamos con detenimiento, pues si fuéramos como Linceo y pudiéramos penetrar con los ojos dentro de los cuerpos, observaríamos con náuseas incluso el cuerpo más hermoso, y aparecerían a nuestra vista cosas que son horrendas y repugnantes. ¿Para qué recordar los placeres obscenos, de quienes el arrepentimiento es siempre compañero? ¿Acaso hay entre nuestros asuntos algo que sea sólido o eterno?

[48] Pues es por nuestra imbecilidad y la brevedad de nuestra vida que a veces podemos pensar que alguna cosa permanece o perdura. Así es que aquello que creían los antiguos, que nuestras almas están en los cuerpos como atrapadas en una cárcel y expiando penas por pecados tremendos, aunque no es totalmente cierto, no es sin embargo llanamente absurdo. Pues por la manera en la que el alma está conectada y aglutinada al cuerpo, extendida y desplegada por todos los miembros y sentidos, su situación no me parece diferente a la de los miserables ciudadanos por los que se afligía aquel Mecencio virgiliano:

Llegó al extremo de atar los cuerpos muertos con los vivos

Enlazando las manos con las manos,

Las bocas con las bocas -tortura horrible-.

Y así en horrendo abrazo con la podre y el flujo de sangre corrompida…[44]

[49] Por lo tanto, no hay ninguna cosa en los asuntos humanos que sea digna de esfuerzo y preocupación aparte de aquello que bellamente llama Horacio “la pequeña parte del aura divina”, [45] que conduce sin riesgo la vida humana incluso en este torbellino ciego de cosas. Pues Dios es el alma para nosotros, Dios ciertamente, más allá de si el primero en atreverse a decirlo fue Eurípides, Hermotimo o Anaxágoras.

[50] Pero, dices, no hay ninguna recompensa para los que filosofan. En verdad, yo no deseo ninguna recompensa si aquello de lo que hablamos es su propia recompensa. Por lo tanto, así como si en el teatro se pone en escena una comedia o una tragedia, o si los gladiadores son puestos a batallar en el foro, todos juntos confluimos en estos espectáculos sin ninguna recompensa prometida, ¿no podríamos contemplar gratuitamente la naturaleza misma de las cosas más hermosas?

[51] Pero la filosofía no hace nada, solamente deja espacio para la contemplación. Que así sea: mostrará a cada uno lo que exige su labor. Lo mismo sucede con la vista en el cuerpo que, aunque por sí misma no realiza ninguna acción, señala o juzga a cada uno y ayuda a los artesanos al punto de que no sienten que están más en deuda con sus manos que con sus ojos.

[52] Pero el filósofo es un hombre rústico y seco, que ni conoce ni qué camino va al foro, ni dónde sesiona el senado, ni dónde se reúne el pueblo, ni dónde se dirimen las demandas. Ignora las leyes, los decretos, los edictos civiles; ni siquiera sueña con conocer los proyectos de los candidatos, con las reuniones, los banquetes, las fiestas; lo que sucede en algún lugar, lo que haya salido bien o mal para alguien, la esposa de quién y el padre de quién tiene faltas ocultas, quién las tiene él mismo… es más ignorante de todas estas cosas que de “el número de granos de arena de Libia hay en Cirene, fértil en laserpicio”.[46]

[53] Añado a esto que el filósofo no conoce ni quién es su vecino, no sabe si es blanco o negro, o si es un hombre o una bestia. No discierne siquiera lo que tiene frente a los pies. Así se cuenta que fue burlado por su sirvienta tracia Tales de Mileto, que, mirando las estrellas de noche, cayó en un pozo de agua. “Eres tonto, oh Tales” –dijo ella– “te esfuerzas en contemplar el cielo y no ves lo que está ante tus pies”.[47] Por lo tanto, si persuades a este hombre para que asista a la curia, o para que hable frente al pretor o en una reunión, y le ordenas referirse a aquello que está siendo tratado y que tiene frente a los ojos y entre las manos, duda, vacila, titubea, se muestra como un ave atrapada en una sustancia viscosa o como un murciélago frente al sol, y no solo da risa a la sirvienta tracia, sino también a los propios niños juguetones que hacen sus ejercicios en el ábaco, al punto de que apenas puede defender con el bastón su barba de sus ataques.

[54] Si alguno lo reprende, hace silencio, se queda mudo, no tiene nada en absoluto para responder. Incluso desconoce los errores de otros y no averigua sobre la vida de nadie. Así es que, si oye a alguno elogiarse a sí mismo, si alguien proclama feliz a un rey o tirano, si alguno se jacta de poseer un territorio de mil acres, si alguno rastrea la dignidad de su linaje a un ancestro lejano, piensa que todos carecen de raciocinio y se ríe efusivamente… no sé si porque es demasiado insolente o porque está loco. Así procede, dices, tu brillante filósofo, al que elogias no menos sin fin que sin causa.

[55] ¿Qué diré sobre esto? ¿Qué responderé? Por mi parte, confieso que todas estas cosas son más verdaderas que la verdad. El filósofo desconoce el foro, las disputas legales, no conoce la curia, las reuniones de los hombres ni los escándalos. Piensa que estas cosas son en parte ajenas a él, en parte demasiado insignificantes e intrascendentes. De ahí que desprecia y deja atrás a las sórdidas muchedumbres, para las que cualquier persona del pueblo puede ser más idóneo que él. Aquel gran líder, Temístocles, cuando inspeccionara a todos aquellos que había masacrado en las costas de los bárbaros, al ver algunos collares y brazaletes de oro arrojados al suelo, los descartó y se los mostró a uno de sus compañeros diciendo “toma esto tú, que no eres Temístocles.”[48]

[56] De la misma forma el filósofo se abstiene de estas cosas por ser viles o poco dignas de él, y las ignora al punto de que desconoce que las ignora. Pues su alma siempre viaja y se eleva por los aires como aquel cisne dirceo de Horacio, que se dirige a las alturas de las nubes como un vigilante de los cielos y la tierra y como un conocedor de la naturaleza: mientras observa todo el orbe desde la lejanía, las cosas inferiores se le escapan.[49]

[57] ¿Pero acaso alguien así pensará que un rey es otra cosa que un porquerizo, o un pastor de ovejas o vacas? Sin embargo, es peor la condición de quien gobierna sobre peores individuos. Los hombres ignorantes son peores que las bestias todavía salvajes. Así es que el filósofo pensará que los muros de las ciudades no son otra cosa que cercos y evitará ser agrupado allí con los rebaños de animales. ¿Acaso le parece a él, para quien la tierra misma es como un punto, que un campo de mil yugadas es grande? ¿Acaso no se burlará de quien se cree a sí mismo digno porque enumera a cinco o seis ancestros ricos y nobles? Él sabe que en el árbol genealógico de cualquiera puede encontrarse una serie innumerables de siervos, bárbaros y mendigos, y que no existe ninguno que no haya nacido de un siervo ni un siervo que no tenga en sus antepasados algún rey. Todas estas cosas que están en el pasado distante se mezclan en las lejanías del tiempo.

[58] Pero quiero referirles una hermosísima imagen de aquel famoso platónico Jámblico, que los antiguos griegos acostumbraban a llamar “el más divino”.[50] Imagina, decía, una espaciosa caverna lo más profunda posible, cuya entrada más alta se abre hacia la luz. Imagina que al penetrar en esta caverna encuentras hombres que desde su misma infancia están allí sentados, encadenados e inmovilizados de manera tal que no pueden voltearse hacia la salida de la caverna ni moverse a ningún lugar, y que solo pueden mirar lo que está inmediatamente junto a ellos. Atrás y muy por sobre ellos brilla lejos un gran fuego, y entre el fuego y estos hombres encadenados hay un camino elevado y una pared alta suspendida junto a él.

[59] Entonces, por este camino caminan muchas otras personas cargando herramientas y otros utensilios en las manos, así como figuras de animales de piedra, madera u otros materiales. Todos estos objetos transportados, al moverse, están sobre aquella pared que dijimos; y entre los hombres que los cargan algunos los pasan en silencio, y como suele suceder, otros hablan entre sí. Finalmente, toda esta escena es como cuando los prestidigitadores colocan una tela y sobre ella nos muestran pequeñas imágenes, como títeres ridículos que parlotean y gesticulan, corriendo de un lado a otro por diversión.

[60] ¿Qué quieres expresar, me preguntas, con esta imagen tan elaborada y extraña? Te lo diré. Supongamos ahora que estos hombres, que están inmóviles y atados con cadenas, no son diferentes de nosotros. ¿Qué es lo que verán aquí? Ciertamente no se ven a sí mismos, y al estar encadenados, tampoco ven a los otros encadenados, ni aquellas cosas que están siendo transportadas, pues ellas mismas están en tinieblas y ellos son incapaces de mirar hacia atrás. Sin embargo, pienso que ven solamente aquellas sombras proyectadas en el frente de la caverna por aquel fuego que mencionamos. Si sucediera que hablaran entre ellos, creo que dirían que las sombras que ven son objetos reales.

[61] Además, si aquella imagen juguetona de la voz que los griegos llaman “eco” resuena y reverbera a partir de las conversaciones de quienes pasan frente a la caverna, ¿no pensarán acaso que estas palabras pertenecen a la sombra que ven pasar? Ciertamente no creo que suceda otra cosa. Es más, pienso que no sospecharán que existe algo más además de las sombras.

[62] Pero vamos, soltémoslos y saquémosles las cadenas, y liberémoslos, si podemos, de tanta ignorancia. ¿Qué pasará? Creo que cuando le ordenes a cualquiera de ellos que se quite las esposas y las cadenas firmemente amarradas, cuando lo impulses a levantarse rápidamente, a mirar a su alrededor y luego a mirar la luz, primero se sentirá angustiado, los rayos del sol lastimarán sus ojos, y no podrá mirar aquellas cosas cuyas sombras hasta ese momento veía. Y si alguien le dijera a este hombre: “tú antes veías bagatelas, ahora ves las cosas mismas”, y si además, al mostrarle las cosas, le preguntara qué es cada una, ¿no piensas acaso que dudará largo tiempo, y ante esta situación confusa sostendrá pertinazmente que aquellas cosas que antes observaba son más verdaderas que las cosas que ahora mira?

[63] ¿Y si alguien obliga a este hombre a salir a la luz pura, no pensamos acaso que sus ojos le dolerán? ¿No apartará la vista de los rayos del sol y mirará de vuelta sus pies en cuanto pueda, para poder volver a observar lo más pronto posible aquellos simulacros que conoce? ¿Quién lo duda? Piensa: si alguno lo hiciera escalar estos caminos empinados y lo llevara a la luz por la fuerza, ¿no se indignará este hombre? ¿no se resistirá? [64] Pronto, llevado bajo el aire puro, mirará hacia atrás, como aquel Cerbero cuando fue capturado por Hércules, y no podrá soportar el día ni ver aquellas cosas que son llamadas buenas a menos que se acostumbre a ellas paulatinamente. Por lo tanto, observa primero las sombras, luego el reflejo del sol en el agua, y luego los cuerpos inmunes a su resplandor. Después lleva los ojos al cielo durante la noche y observa la luna y las estrellas. Pronto se atreverá a dirigir su contemplación al mismo sol durante el día, y llegará a la conclusión de que es el sol quien regula el tiempo y que en su paso atraviesa el año, y que este mismo sol es también el responsable de aquellas sombras que antes observaba en aquella caverna. Dime, ¿qué pensamientos se revolverán en la mente de este hombre? ¿Qué hará? Cada vez que recuerde la ceguera en la cárcel, cada vez que recuerde las cadenas y el conocimiento que tenía a partir de sombras, pienso ciertamente que dará enormes gracias a dios por haberse librado de allí, y finalmente se lamentará por sus colegas, a los que abandonó entre semejantes males.

[65] Supongamos sin embargo que en la cueva se hubieran acostumbrado a elogiar y otorgar honores y premios a quien observara de forma más aguda los simulacros, o quien recordase con mayor facilidad qué simulacros aparecieron primero, cuales aparecieron después, y cuáles en simultáneo, así como también a quienes adivinaran cuales aparecerán luego: ¿acaso pensamos que nuestro hombre deseará alguna vez poseer estos honores, premios, o que finalmente envidiará a quienes los han conseguido? No lo creo: más bien pienso que preferiría huir a una tierra más lejana que la de los sármatas y al océano glacial antes que reinar sobre estos hombres.

[66] Supongamos que este hombre vuelve a la patria, a aquel lugar desagradable y ciego. ¿No estará enceguecido al volver del sol hacia las tinieblas? ¿No sucederá quizás que, si se sostuviera un certamen allí, alguien que viera las sombras de todas las cosas con mucha precisión superará a nuestro hombre, quien será ridiculizado por todos, de forma tal que con una sola voz todos los encadenados declararán que su colega se ha vuelto ciego y que es peligroso salir de la caverna? Entonces, si alguno intentara liberar a otro y conducirlo de nuevo a la luz, él (quien quiera que fuera) se resistirá con manos y pies, y si puede atacará sus ojos con las uñas.

[67] Interpretaría verdaderamente el sentido de esta imagen si no estuviera hablando con ustedes, florentinos, hombres de gran inteligencia y astucia. Solo sugeriré esto: los hombres atados en las tinieblas no son otros que el pueblo y los que no son sabios, pero aquel que se liberó de las cadenas y fue hacia la luz brillante, este es el mismo filósofo del que hablamos hasta ahora. ¡Ojalá yo lo fuera! No temo tanto la envidia y las acusaciones que provienen de emplear este nombre como para rehusarme a ser filósofo, si esto fuera posible.

[68] Pero me parece oír de nuevo a aquellas lamias respondiendo a todo esto que dije (que se ha extendido largamente) con observaciones breves y punzantes: “te esfuerzas en vano, Poliziano, al sugerir y anunciar a estos oyentes que no eres filósofo. No hay nada que temer. Nadie es tan tonto como para creer eso de ti. Ni tampoco nosotras mismas, cuando decíamos que eras tan rápido en mostrarte como filósofo (palabra que, como vemos, te produce un ardor excesivo), evidentemente no opinábamos que lo eras. No somos tan ignorantes ni trastornadas como para acusarte de la filosofía como de un crimen. Pero esto nos indignaba: que actuaras como un arrogante (para no usar una palabra más fuerte), ya que hace tres años te llamas a ti mismo filósofo cuando en rigor nunca antes te habías dedicado a la filosofía. A causa de esto te llamamos falso, puesto que ahora enseñas lo que desconoces, lo que no aprendiste.”

[69] Escucho ahora y entiendo lo que dicen y opinan, buenas lamias. Pero a su vez escúchenme ustedes también por unos instantes, si están libres. Yo me llamo a mí mismo un intérprete de Aristóteles. Qué tan idóneo soy como intérprete, no atino a decirlo, pero ciertamente así es como me denomino a mí mismo, no filósofo. De la misma forma, si fuera el intérprete del rey, no me consideraría por eso rey. Piensa que ni Donato ni Servio, entre los nuestros, ni Aristarco y Zenódoto, entre los griegos, se solían considerar poetas, aunque interpretaron a ciertos poetas.

[70] ¿Acaso no es aquel Filópono, discípulo de Amonio y compañero de Simplicio, un intérprete idóneo de Aristóteles? Pero nadie lo llama filósofo, todos lo llaman “gramático”. ¿Por qué? ¿No fueron también gramáticos Jenócrito de Coos y aquellos dos hombres de Rodas, Aristocles y Aristeas, y también aquellos dos de Alejandría, Antígono y Didimo, así como el más célebre de todos, Aristarco? Y aun así, todos estos hombres (como nos dice Erotiano) son intérpretes de los libros de Hipócrates, así como todos los que enumera Galeno. Ninguno de estos es considerado médicos por esta causa.

[71] Los gramáticos tienen la función de examinar y explicar escritores de todo tipo: poetas, historiadores, oradores, filósofos, médicos, jurisconsultos. Nuestra época, poco experta en las cosas de la antigüedad, ha restringido al gramático a un campo demasiado pequeño. Pero entre los antiguos este orden tenía tanta autoridad que solo los gramáticos eran censores y jueces de todos los escritores, por lo que también se los llamaba “críticos”. Por esto dice Quintiliano, “no solo se permitían correcciones censuradoras, sino también sacar del medio como apócrifos los libros que a su juicio eran falsamente atribuidos a tal o cual autor, como si fueran miembros ilegítimos de la familia, de forma tal que incluso podían sumar a los que querían a la lista de autores [reconocidos] o quitarlos por completo de ella.”[51]

[72] No significa otra cosa “gramático” para los griegos que “literato” para los latinos. Nosotros, sin embargo, al emplear este término [para referirnos a maestros] en la escuela inicial, le quitamos valor, como a un esclavo que se envía a trabajar al molino. Así es que ahora los literatos tienen derecho de quejarse y sentirse angustiados porque se los llame con ese nombre, de la misma forma en la que padecía aquel famoso flautista Antigénidas. Este no podía soportar con ánimo sereno que los que soplaban los cuernos en los funerales fueran también llamados flautistas.[52] Los literatos pueden indignarse porque hoy en día son llamados gramáticos quienes enseñan los primeros elementos del lenguaje. Entre los griegos estos últimos no son llamados “gramáticos” sino “gramatistas”, así como entre los latinos no eran llamados “literatos” sino “literatores”.[53]

[73] Pero dejemos los gramáticos para otro momento: vuelvo ahora a hablar de mí. Verdaderamente no me arrogo el nombre de filósofo (que pertenece a otros) como si careciera de dueño solo porque explico lo que dicen los filósofos. Les ruego, ¿me creen tan insolente y estúpido como para que, si alguien me saludara como jurisconsulto o médico, no creería que lo hace para reírse de mí? Produzco comentarios, sin embargo (y esto quiero que se entienda que lo digo sin arrogancia), tanto sobre el derecho civil como sobre autores de medicina. Ciertamente ocupo en esto muchas noches de vigilia, y no pido para mí ningún otro nombre que el de gramático. Ruego que nadie envidie esta denominación, que incluso es despreciada por los semidoctos como algo excesivamente vil y sórdido.

[74] “¡De acuerdo!”, dicen las lamias, “te concedemos que te llames gramático, pero no también filósofo. ¿De qué modo lo serías, tú que no tienes maestros ni has tocado ningún libro de este tipo? A menos que creas que los filósofos son una clase de hongos que la lluvia trae a la existencia, o que son similares a esos seres nacidos del suelo de los que el poeta dice que nacen provistos de un escudo y casco de los surcos de la tierra.[54] ¿Entonces, quizás, dices que tú mismo fuiste tu propio maestro, como decía Epicuro de sí mismo, o que por la noche la divinidad te inspiró la filosofía, como se dice de Esopo?”

[75] Estas lamias me hostigan demasiado. Así es que no hablaré con ellas, sino con ustedes, que serán jueces más imparciales. No alegaré ahora, sin embargo, la familiaridad que siempre tuve con los filósofos más doctos, ni el que mis bibliotecas estén llenas hasta el techo de comentarios antiguos, especialmente de autores griegos, que entre todos los eruditos me suelen parecer los más importantes.

[76] Pero hagamos un acuerdo: si ninguno de mis escritos o discursos tiene el aroma de la filosofía, entonces que nadie considere que yo escuché a los filósofos o que abrí sus libros. Pero si al contrario hay muchas cosas que tienen el aroma de alguna escuela filosófica, entonces consideren que no produje tales cosas, sino solamente que las aprendí de los hombres más doctos. Si se ataca a quienes prometen muchas cosas antes de realizarlas, ¿por qué no soy elogiado por haber producido esto, por más pequeño que sea, sin haber nunca prometido nada?

[77] “Las ovejas que han sido enviadas a pastorear”, dice el estoico Epícteto, “no se vanaglorian con el pastor durante la noche por la cantidad de pasto que han consumido, sino que le ofrecen leche y vellones en abundancia”.[55] Así es que nadie debe proclamar lo mucho que ha aprendido, sino que debe transmitirlo y ponerlo a disposición de todos. Lo que yo sin duda hice hasta aquí y que me parece que continuaré haciendo, con la aprobación de las musas, “cuyo culto practico, herido por desmedida pasión”.[56]

[78] Por este motivo, hace un tiempo diserté en público sobre la Ética de Aristóteles, y más recientemente sobre el Isagoge de Porfirio y las Categorías de Aristóteles, junto con los Seis principios de Gilberto de Poitiers, el librito de Aristóteles llamado Sobre la interpretación, y luego, fuera del orden habitual, las Refutación de los sofistas, una obra que nadie más ha comentado y que es casi imposible de explicar.[57] Por este motivo ahora me convocan para hacer lo mismo con los dos volúmenes de los libros de lógica llamados Primeros analíticos, en los que están contenidas todas las reglas para razonar correctamente.

[79] Aunque estos libros son un tanto espinosos en algunos lugares y están envueltos con muchos asuntos y palabras difíciles, sin embargo, yo me aproximo a ellos con interés, alegría y buen ánimo, puesto que se los suele pasar por arriba en las escuelas de los filósofos de nuestra época, no porque sean poco útiles, sino por ser demasiado difíciles. ¿Quién se enojará conmigo por asumir esta ardua labor de interpretación mientras dejo a otros el título de filósofo? Llámenme “gramático”, o, si esto les gusta más, “filosofastro”, o no me den ningún título.

[80] Con todo, quiero que nuestra conversación (que como ven es simple y se mueve al ras del suelo), que se inició con una fábula, finalice con otra fábula, ya que como dice Aristóteles, el filósofo es por naturaleza un “filo-mitos”, es decir un amante de las fábulas.[58] Pues la fábula consiste en la sorpresa, y el filósofo florece en la sorpresa. [59] Pero escuchen ya la fábula.[60]

[81] Hace algún tiempo todas las aves se acercaron a la lechuza y le rogaron que de ahora en más no construyera su nido en los huecos de las paredes, sino en árboles entre el follaje, donde los cantos primaverales de las aves son más agradables. Con este propósito le mostraron un pequeño y tierno roble, en el que, según decían, podía la misma lechuza asentarse y construir su nido. Pero ella se rehusó a construirlo allí. En cambio, les aconsejó que no confiaran en el pequeño arbusto, puesto que llegaría el momento en el que generaría savia viscosa, la plaga de las aves. Pero las aves, que son ligeras y volátiles, rechazaron el consejo de esta solitaria y sabia lechuza. Y entonces el roble creció, sus ramas se abrieron y estaban llenas de hojas, y ahí lo ves: las aves en conjunto vuelan entre las ramas, se divierten, saltan, juegan y cantan.

[82] Mientras tanto el roble empezó a secretar savia viscosa, y los hombres lo notaron. Por lo tanto, todas estas miserables aves quedaron de repente enredadas, y el arrepentimiento por no haber escuchado aquel sano consejo les llegó demasiado tarde. Por esto es por lo que ahora se dice que todas las aves, cuando ven a la lechuza, frecuentemente actúan como si la saludaran, la escoltaran, la siguieran, la rodearan y volaran junto a ella. Esto es porque, recordando aquel consejo, ahora la admiran como sabia y se amontonan y se apiñan a su alrededor, con el objetivo de aprender en algún momento algo de su sabiduría. Pero, sin embargo, creo que es en vano, y que en ocasiones por el contrario esto termina siendo en su propio perjuicio. Pues aquellas viejas lechuzas eran verdaderamente sabias; ahora existen muchas que tienen las plumas, los ojos y el rostro de lechuza, pero no la sabiduría.

He hablado.

 

 

 


[1] Se trata del fresco titulado El ángel apareciendo ante Zacarías ubicado en Santa María Novella y fechado entre 1486 y 1490.  Poliziano, Landino y Ficino aparecen acompañados por el humanista griego Demetrio Calcocondilas.

[2] Esta cuestión había sido debatida poco antes de que Poliziano escribiera su Lamia en un famoso intercambio entre el veneciano Ermolao Barbaro y Giovanni Pico. En su intercambio de cartas en 1485, Ermolao defendió la eloquentia con muchos de los argumentos tradicionales utilizados por los humanistas de los siglos XIV y XV para despreciar la filosofía escolástica, mientras que Pico consideraba que había aprendizajes valiosos que podían extraerse de esta forma de pensamiento y de argumentación que no debían ser despreciados por carecer de un estilo elegante. Véase al respecto Candido (2010).

[3] La polémica entre aristotélicos y platónicos, motivada en parte por la llegada de distintos pensadores griegos a la península itálica generada por la crisis del Imperio Bizantino (entre los que se destacaban Jorge de Trebisonda y el cardenal Basilio Bessarión), atravesó el ambiente intelectual florentino a mediados del Quattrocento. Para un análisis exhaustivo de esta polémica, véase Hankins (1990).

[4] Poliziano produjo cuatro Silvae entre 1482 y 1486: Manto, dedicada a Virgilio, Ambra, a Homero, Rústicos sobre las Geórgicas y sobre Los trabajos y los días de Hesíodo, y la Nutricia, un recorrido histórico por la poesía en general. Las cuatro Silvae fueron editadas recientemente y traducidas al inglés por Charles Fantazzi (Poliziano 2004). Véase también Merino Jeréz (1996), quien presenta un análisis de su recepción en España.

[5] Sus palabras son: “If Poliziano’s Panepistemon offered a schematic representation of the world’s human wisdom, the Lamia can be seen as an attempt to provide a narrative for his schematization: not overtly so, but as a representation of just how widely one needed to think if the “love of wisdom” was to be approached in its integrity” (Celenza 2010b, 12-13).

[6] “Pero en realidad, como se dice que la Lamia del cuento dormía, ciega, en su casa, con los ojos depositados en un cuenco, pero que, al salir afuera, se los ponía y miraba, así cada uno de nosotros se pone fuera y para otros, como un ojo, la indiscreción en su malevolencia, pero nos golpeamos contra nuestros errores y males propios frecuentemente por ignorancia, al no buscar para ellos vista y luz.” (Moralia, 2.515f-516). Citamos la traducción de Rosa María Aguilar, que titula el tratado “Sobre el entrometimiento” (Plutarco 1995).

[7] En términos literarios, la aparición más famosa de la lamia probablemente sea el poema narrativo de John Keats del mismo nombre, publicado en 1829.

[8] (6) Harum igitur aliquot praetereuntem forte conspicatae me substiterunt et, quasi noscitarent, inspexere curiosius, veluti emptores solent. Mox ita inter se detortis nutibus consusurrarunt: “Politianus est, ipsissimus est, nugator ille scilicet qui sic repente philosophus prodiit.” Et cum dicto avolarunt, quasi vespae dimisso aculeo. Sed quod repente me dixerunt prodiisse philosophum, nescio equidem utrumne illis hoc totum displiceat philosophum esse, quod ego profecto non sum, an quod ego videri velim philosophus, cum longe absim tamen a philosopho.

[9] Tal como señala Bausi (2012, 294), Poliziano contaba con un antecedente cercano para encarar este tema en el contexto de una praelectio. Cristóforo Landino había presentado su curso de 1458 sobre las Tusculanae de Cicerón con una exposición titulada Praefatio in Tusculanis cuyo objetivo era precisamente excusarse frente a los filósofos por adentrarse en su terreno. Cabe destacar sin embargo que, a diferencia de Poliziano, que se autodenomina “grammaticus”, Landino se presenta como “rhetor”. 

[10] Un excelente ejemplo lo provee la discusión entre el teólogo Alfonso de Cartagena y el humanista Leonardo Bruni a partir de la traducción de este último de la Ética nicomáquea. En el prólogo a su traducción, Bruni caracterizaba la traducción medieval de Robert Grosseteste como “obra de bárbaros” (barbari magis quam Latini effecti) y “grotesca y burda” (supina, crassa). Alfonso replica a esto que lo importante para entender una obra filosófica como la de Aristóteles no era el conocimiento de primera mano de su lengua original (ya que Alfonso desconocía el griego, como la enorme mayoría de los teólogos de su tiempo), sino un manejo profesional y detallado del asunto (la res) en cuestión. La contienda fue publicada en una edición bilingüe latín-español (González Rolán, Moreno Hernández, y Suárez-Somonte 2000).

[11] Poliz., Prael. de Dial. en su Opera de 1498 (fol.bb1): “Et ego igitur si ex me queratis, qui mihi praeceptores in peripateticorum fuerint scholis, strues uobis monstrare librarias potero, ubi Theophrastos, Alexandros, Themistios, Hammonios, Simplicios, Philoponos, aliosque praeterea ex Aristotelis familia numerabitis, quorum nunc in locum (si diis placet) burleus, erueus, occan, tisberus, antisberus, strodusque succedunt. Et quidem ego adulescens doctoribus quibusdam, nec is quidem obscuris, philosophiae dialecticaeque operam dabam, quorum alii graecarum nostrarumque iuxta ignari literarum ita omnem Aristotelis librorum puritatem dira quadam morositatis illuuie foedabant, ut risum mihi aliquando interdum etiam stomachum mouerent!

[12] Uno de los ejemplos más célebres de este tipo de discusiones fue la contienda entre dos humanistas de la generación anterior a Poliziano: el florentino Poggio Bracciolini y el romano Lorenzo Valla. Aunque sus puntos de desacuerdo giraban alrededor del problema más general de la imitatio de los modelos clásicos, no hay duda de que la búsqueda obsesiva de errores gramaticales es lo que domina el intercambio entre estas dos figuras. Véase al respecto Camporeale (2001). Erasmo caracteriza muy bien este tipo de disputas en su Elogio de la locura: “Pero nada es tan dulce como cuando ellos [los gramáticos] mismos se alaban y admiran mutuamente entre sí, rascándose alternativamente según la ley del talión. Porque si el otro resbala en una palabra y este, quizás con mayor visión, lo sorprende acaso, ¡por Hércules, qué de tragedias al instante, qué de peleas, injurias e invectivas!” (Elogio de la locura, LIX). Citamos la traducción de Martín Ciordia (Erasmo de Rotterdam 2007).

[13]Si quem nonnulla interim offendent eloquendi diverticula minus fortasse homini nota qui decem tantum Ciceronis paginas, nihil praeterea, lectitaverit, utique ab hoc ego ad eruditos provoco, praecipue credo laudaturos quae ab ipso improbabuntur. Nihil autem forsan intolerabilius quam ut de te sententiam ferat indoctus qui tamen sibi ipse doctissimus videatur. Citamos la edición bilingüe latín-inglés de Dyck y Cottrell (Poliziano 2020). La traducción es propia.

[14]si cui parum quaepiam enucleata fortasse etiam nimis dura obscuraque videbuntur, certe is nec ingenio satis vegeto nec eruditione solida fidelique fuerit”. La traducción es propia.

[15] En la traducción al inglés de Celenza (Poliziano 2010), él opta directamente por traducir grammatica como philology como una forma de señalar la vigencia del texto y aclarar el sentido para sus lectores. Por nuestra parte hemos mantenido la denominación “gramática”, ya que nos parece clave para entender históricamente el contexto de Poliziano.

[16] Para un análisis actualizado del rol de la retórica en el Renacimiento, véase Mack (2011).

[17]Nam quid aliud est dialéctica quam species confirmationis et confutationis? Hae ipsae sunt partes inventionis, inventio una ex quinque rhetoricae partibus” (Dialecticae disputationes II, Proemium 3). Citamos la edición bilingüe latín-inglés de Copenhaver (Valla 2012).

[18] Resulta muy interesante la comparación que realiza Severi (2008) entre Valla y Poliziano y sus actitudes respecto de la gramática y el conocimiento del mundo clásico. Si bien no ahondaremos en esta cuestión aquí, coincidimos con este autor en que la actitud militante de Valla, cuya crítica perseguía objetivos a menudo polémicos en su contexto, se contrapone a la exploración horizontal de Poliziano, concentrado sobre todo en expandir el campo de lo conocido y excavar hasta las fuentes más recónditas.

[19] Edelheit (2015, 371) señala que ya desde los últimos años de la década de 1470 se pueden encontrar testimonios del interés de Poliziano en la dialéctica y la lógica escolástica, como se evidencia en diferentes intercambios y dedicatorias producidos en ese período.

[20]Si quem autem aliquando gallum gallinaceum candidula pluma et pinnis invenisset, eum vero protinus in germani fratris diligebat loco. Ni cachinnos metuam qui iam clanculum, puto, ebulliunt, habeo aliud quoque quod narrem. Sed narrabo tamen. Traducción propia.

[21] Los ejemplos más claros aparecen en su De triplici vita, dedicado a Lorenzo el Magnífico, posiblemente el texto más esotérico de Ficino. Allí recomienda, entre otras prácticas, que los ancianos beban sangre de jóvenes para revitalizar el cuerpo: “Communis quaedam est et vetus opinio, aniculas quasdam sagas, quae et stringes vulgari nomine nuncupantur, infantium sugere sanguinem, quo pro viribus iuvenescant. Cur non et nostri senes omni videlicet auxilio destituti sanguinem adolescentes sugant? – volentis, inquam, adolescentes sani, laeti, temperati, cui sanguis quidem sit Optimus, sed forte nimius” (De vita II, XI). Citamos la edición latín-inglés de Clark (Ficino 1998).

[22]Quaeras forsitan domi quid agitet? Sessitat lanam faciens, atque interim cantilat. Vidistisne, obsecro, unquam Lamias istas, viri Florentini, quae se et sua nesciunt, alios et aliena speculantur? Negatis? Atqui tamen sunt in urbibus frequentes, etiamque in vestra, verum personatae incedunt. Homines credas, Lamiae sunt.

[23]Nam veteres illae noctuae revera sapientes erant; nunc multae noctuae sunt quae noctuarum quidem plumas habent et oculos et rostrum, sapientiam vero non habent”. Traducción propia.

[24] La descripción más célebre del episodio se encuentra en Cicerón, Tusculanae V, 3, 8.

[25] R. Santidrián basa su traducción en la edición de Isidoro de Lungo (Poliziano, 1925).

[26] Serm., II, 6.77–78, “Cervius haec inter vicinus garrit anilis ex re fabellas.” Incluimos entre corchetes aclaraciones para ayudar a la comprensión del texto que no tienen un correlato directo en la fuente latina.

[27] Plutarco, “Sobre la curiosidad” en sus Moralia 2.515f-516.

[28] Plauto, Aulularia, 41.

[29] Horacio, Ep., 1.3.18–19.

[30] Se refiere a Pitágoras.

[31] En latín, Ipse.

[32] Este relato está tomado de Cicerón, Tusculanae V, 3, 8. El episodio era un lugar común en el Quattrocento. Lorenzo Valla lo cita en su De vero bono (II, XXVIII, 6) para desarrollar una visión crítica de la contemplación filosófica y en el proemio de sus Dialecticae disputationes para elogiar la modestia de Pitágoras y contraponerla a la soberbia de los aristotélicos de su tiempo.

[33] En el original “venenarius inflatur”, cuyo sentido no es del todo claro. Tomamos la acepción de “venenarius” de la edición 2016 del diccionario Gaffiot. R. Santidrián traduce “vocifera el charlatán”, sin respetar el texto latino. En su traducción al inglés, Celenza traduce “the poison-mixer blows in and out”.

[34] Se refiere a Platón, de quien se dice que era un hombre de gran tamaño (cfr. Diog. Laert., Vidas III, 4).

[35] Aquí se refiere sucesivamente a la dialéctica y a la retórica.

[36] Apuleyo, Apología, 43.6.

[37] Esopo, “las dos alforjas” (fábula 266).

[38] Según la Eneida II, 341-6, Corebo desoyó la advertencia de Casandra de no viajar a Troya y murió en consecuencia.

[39] Al-Ghazali (c. 1055-1111), cuyo nombre aparece a veces hispanizado como Algazel, fue un filósofo medieval islámico autor de varios libros. Sin embargo, ni Wesseling ni Celenza han podido identificar el origen de la historia que relata aquí Poliziano.

[40] Dion de Prusa (también conocido como Dion Crisóstomo) habría escrito una obra contra la filosofía en su juventud, pero el texto está perdido.

[41] Este pasaje está tomado del texto Sobre la sabiduría de Arquitas, que solo conocemos a partir de testimonios secundarios. Poliziano lo cita del Protréptico de Jámblico (4, 1 y 4, 5).

[42] Se refiere a la muerte de Hipólito en la tragedia homónima de Eurípides.

[43] Píndaro, Píticas VIII, 95-96.

[44] Virg. Eneida, VIII, 485-488. Citamos la traducción de Javier de Echave-Sustaeta (1992). 

[45] Hor. Sat. II-2, v. 79, “divinae particulam aurae”.

[46] Cat. Carm., 7.1-4.

[47] Jámblico, Protréptico, 14, 2.

[48] Esta anécdota está tomada de la vida de Temístocles de Plutarco (18.2).

[49] El “cisneo dirceo” es Píndaro, a quien se refiere Horacio en Odas IV, 2, 25. Poliziano cita también en este pasaje a las Tristia de Ovidio: “Y de la misma manera que Júpiter, que vela a la vez por los dioses y las alturas celestes, no se preocupa de atender a las cosas insignificantes, así, mientras tú recorres con la mirada el mundo dependiente de ti, escapan a tu cuidado las cosas de menor importancia.” (II, 215-18, citamos la traducción de González Vázquez, 1992).

[50] La versión más conocida de esta alegoría es la de Platón en la República (VII, 514a-517c) pero Poliziano lo toma de Jámblico, Protréptico, 15.

[51] Quint, Inst. Orat, I, 4, 2-3.

[52] El relato proviene de Apuleyo, Florida 4, 1-2.

[53] En latín, grammatistae y literatores.

[54] Ovidio, Met. III, 104-110.

[55] La analogía está tomada del Enquiridión de Epícteto, 46.

[56] Virg. Georg, II, 475, citamos la traducción de Velázquez (1994).

[57] En el texto original estas obras aparecen con los siguientes títulos: De moribus, Quinque voces, Praedicamenta, Sex principiis, Perihermenias y Sophisticos elenchos.

[58] En el texto original, “philomythos”.

[59] Aristóteles, Met. 982b.

[60] Poliziano toma la fábula de Dion Crisóstomo, Or., 72.14-15.